Nueva York devora: tan hermosa y fragmentada, tan exigente en sus amores, tan agitada y feroz, tan cálida -al final- si es correspondida. Si Nueva York tuviese memoria de sí misma, Donald Trump mediante, recordaría que a principios del siglo XX abrazó a decenas de miles de españoles de clase obrera que huían de la miseria de la vida en el campo, del paisaje obsoleto y hasta del servicio militar: buscaban modernidad y esperanzas, querían hacer dinero y enviárselo a sus familias, fantaseaban con volver pero no todos lo hicieron. La Guerra Civil reventó la posibilidad de regresar a casa. Es en ese Nueva York de los años 30 donde arranca la nueva novela de la imparable best-seller María Dueñas, Las hijas del Capitán (Planeta): tres jóvenes hermanas malagueñas acompañan a su padre a tierras americanas, pero él muere en un accidente portuario y ellas han de defenderse solas en la gran ciudad. Eso sí, tienen un sueño: convertir la decadente casa de comidas familiar en un night club hispano a la moda de los tiempos.
Por esas páginas -y esas calles, y esos hábitos que dibuja Dueñas cargada de documentación- pasearán también personajes reales, como Alfonso de Borbón y Battenberg, Carlos Gardel, Rita Hayworth o Xavier Cugat. Pero lo más luminoso es que Victoria, Mona y Luz tengan entidad propia. No son -ya- las hijas de nadie, las madres de nadie, las esposas de nadie. Todos los personajes masculinos de la novela orbitan alrededor de ellas, de sus ingenuidades y osadías, de sus pasiones y hastíos, de las veces que amaron por inercia y de las que, a pesar de intentar evitarlo, se entregaron. Ahí el tabaquero Luciano Barona o el bróker Tony Carreño: sólo existen, sólo tienen relieve… porque penden de las chiquillas.
Ellas deciden y deshacen, ellas juegan y pelean. Son unas supervivientes, nunca unas víctimas. ¿Cree María Dueñas que la ficción necesita más heroínas? “No. Las mujeres no necesitamos que nos vayan poniendo modelos por delante. Tenemos la suficiente capacidad como para saber nosotras mismas cómo movernos o cuál es nuestro camino”, cuenta a esta periodista mientras desayuna en un hotel en Manhattan. “Dicho lo cual, me parece estupendo que cada vez haya más visibilidad de escritoras mujeres y que, sin complejos, creemos protagonistas femeninas en las novelas y planteemos la literatura a través de nuestros ojos. No con un sesgo forzadamente femenino… pero sí desde nuestra mirada, con honestidad”.
¿Literatura "para mujeres"?
Dueñas es consciente de lo que indican los estudios: el hecho de que ella sea una autora mujer y que sus protagonistas sean mujeres, hará que el hombre lector -por norma- no le preste demasiada atención a sus novelas. Ahí la pátina machista que recubre la mirada. “Sé que sucede así, pero son prejuicios de los que hay que liberarse. Un hombre, por ejemplo, escribe un libro con un protagonista masculino ahí plantado en la portada, y está destinado a hombres y a mujeres. Pero una mujer escribe una novela con una protagonista mujer… y parece que vamos a ser leídas solamente por mujeres”, resopla.
Ahora que el feminismo no sólo se ha colado en la producción literaria, sino que anda también levantando las alfombras del abuso machista en la industria, ¿cree la escritora que habría de hacerse un Me Too en el mundo del libro? “No, por fortuna. Hablo desde mi experiencia editorial. No creo que existan ese tipo de abusos. No, hasta donde yo sé. De hecho, el sector editorial está muy nutrido por mujeres (aunque haga falta llegar aún más arriba): editoras, jefas de prensa… las mujeres vendemos más libros y somos más lectoras: la industria es casi nuestra”, ríe. “Aquí lo que hace falta es arrear a los hombres”.
Migración (y nuevo precariado)
La autora tenía dos fijaciones: la primera, hablar sobre mujeres. La segunda, que fueran migrantes. Este es un retrato del coraje -de los ovarios morales-, de la autosuficiencia y de la búsqueda de un lugar en el mundo. ¿Ve la autora similitudes entre la migración del siglo XX y la que nos sabe más reciente: aquella en la que mano de obra joven y muy cualificada tuvo que hacer las maletas en España a raíz de la crisis de 2008? ¿Hemos aprendido algo de nuestra historia? “No veo ese paralelismo porque la mano de obra que se nos va hoy… son chicos que tienen un título universitario en el bolsillo, una tarjeta de crédito y un Iphone. Se van en otras circunstancias”, reflexiona. “Veo más paralelismo con los emigrantes que nosotros hemos estado recibiendo estas últimas décadas: familias que vienen de países del Este, de América Latina o de África. Ha venido gente que no sabía cómo se usaba una aspiradora”.
Recuerda Dueñas que los ciudadanos que emigraron en los años 30 hacia América “venían de medios rurales de pequeñas aldeas, en una España en la que no había luz eléctrica ni agua corriente y las calles no estaban asfaltadas”: “Teníamos muchas carencias, mucho atraso, y venían aquí, a Nueva York, a trabajar… en lo que nadie quería, como todos los emigrantes. En los puestos más duros. Vivían en condiciones regulares, a veces tenían que compartir vivienda… como pasa ahora en España con aquellos que recogen nuestras mesas y limpian nuestras casas. ¡Necesitan dos horas de transporte diario y mandan lo que tienen a sus familias, para que subsistan…!”.
La autora no cree que EEUU tenga que aprender nada de España en cuanto a capacidad de acogida, en cuanto a don de abrazo. “Al revés. Tenemos que aprender nosotros de ellos. Ahora no, porque las políticas de Trump están siendo desastrosas, pero en los años de la novela y en los anteriores, sobre todo las primeras décadas del XX y todo el XIX… este país se hizo a base de migrantes. Todos fueron acogidos sin distinción de credo, origen o raza. Claro que hubo problemas. No fue una inmigración absolutamente feliz y modélica para todos. Hubo gente que las pasó canutas, pero aún así sigue teniendo aquello mucho de ejemplar. Ojalá no se olviden de todo lo bueno que hicieron”.
La cuestión de la patria
¿Tiene patria, María Dueñas? “Para quedarnos en lo formal, mi patria sería España, pero me cuesta decir la palabra ‘patria’… suena a exceso de sentimentalismo y a ñoñería, ¿no? Igual tendríamos que quitarnos los complejos, pero vamos, yo soy la primera que no habla de mi patria con normalidad. No es un término que incluya en mi vocabulario cotidiano. Yo no tengo el españolismo clavado en el alma ni voy con la bandera por delante. Al final, mi patria es tan grande como el sitio por el que me esté moviendo en ese momento”.
No cree que si los independentistas catalanes se viesen obligados a emigrar acabasen amando más España. “No, emigrarían y seguirían queriendo a Cataluña. Es un problema más educacional que de emociones… hay un componente fuerte de adoctrinamiento, y eso no te lo quitas tan fácilmente, sólo alejándote de un sitio”.
La patria de Victoria, Mona y Luz se quedó a medio camino entre una y ninguna parte. Su conciencia social ibérica también. ¿De dónde es alguien que nunca regresa al lugar donde creció? ¿Cuál de las dos Españas le duele? “Bueno, la comunidad que emigró era republicana y de clase obrera, con mucha lealtad a esa idea. La mayor parte de la colonia española en Nueva York eran albañiles, trabajadores portuarios, camareros, pinches de cocina… y todos apoyaban la República de manera comprometida y activa. Enviaban dinero, colaboraban… pero cuando perdieron la guerra, supieron que no podían volver. Por dos razones: una, porque su compromiso político era contrario al que había ganado, y dos, porque la España de la posguerra estaba devastada, reprimida… no había opción para nada”.
Menos fútbol... y más libros
Dueñas, que es doctora en Filología Inglesa, irrumpió en el mundo literario en 2009 con El tiempo entre costuras, que amén de convertirse en un gran fenómeno editorial, llegó a adaptarse a la televisión de mano de Antena 3. Sus siguientes obras, Misión Olvido y La templanza siguieron la misma senda: ha vendido más de seis millones de ejemplares de sus libros, precisamente en un país en el que el 42% de los españoles dice que no le gusta leer. ¿Cómo se consigue que a ella sí la lean con fruición? “Creo que yo tuve la enorme suerte de que mi primer libro tuviese una acogida magnífica e inesperada, y a partir de ahí muchos me han sido fieles. Estoy muy agradecida”, reconoce.
¿Las redes sociales han matado la literatura? “Bueno, no creo que la hayan matado, pero es cierto que muchas personas que son grandes lectores están dejando de leer tanto por este tipo de entretenimientos… me lo cuentan, y a veces se lamentan. El día al final tiene 24 horas… y entre que trabajamos, nos desplazamos, estamos en familia… queda poco espacio para uno mismo, y si lo dedicas a las redes, pues descuidas la lectura”.
¿Qué le parece a Dueñas que el nuevo plan de fomento de la lectura del Ministerio sea que futbolistas famosos, como Cristiano Ronaldo, nos cuenten qué libro andan leyendo? “Bueno, yo pediría que se dedicase al fútbol menos atención… que se dedicase sólo una cuarta parte de la atención que hoy se dedica al fútbol, a los libros. El índice subiría bestialmente. No es que esté en contra del fútbol, pero tenemos que hacer fe de errores, y los medios de comunicación también. Esa solución por parte del Ministerio me parece un poco ‘parchear’, ¿sabes? Deberían regular, más bien, el tiempo que cada telediario dedica al fútbol y a comentar cuatro banalidades que dicen los futbolistas… si hubiese sólo tres minutos para la lectura haríamos un gran favor al país”.