Paul Auster desconfía de las entrevistas. Lo manifestó en su novela Sunset Park. Uno de los personajes, Morris Heller, anotaba esto en su diario: “Los escritores nunca deberían hablar con los periodistas. La entrevista es una forma literaria degradada que no sirve de nada salvo para simplificar lo que jamás debe simplificarse”. ¿Por qué, entonces, accede a charlar sobre sí mismo, a diseccionar su obra y enfrentarse a sus propias tripas literarias, con I. B. Siegumfeldt, en Una vida en palabras (Seix Barral)? “Heller se refería a esas entrevistas breves y superficiales a que se someten los escritores para complacer a sus editores (…) Tales conversaciones están inevitablemente relacionadas con el comercio, la promoción de libros”, suspira el escritor. Además, asegura que es incapaz de discutir su trabajo con la menor inteligencia crítica. Le cuestan el “por qué” y el “cómo”.
Auster tiene dos razones de fondo para esta dolorosa auscultación. La primera, que en los más de 40 libros que se han publicado sobre su producción -por no hablar de centenares de artículos- se ha encontrado con errores que le han chirriado. El que más le espinó fue el que sostenía que todas sus obras autobiográficas -ahí La invención de la soledad, El cuaderno rojo y A salto de mata- eran en realidad obras de ficción, libros inventados, pseudonovelas. “Me entristeció. El elevado coste espiritual que supuso explorar esas experiencias recordadas, tantos esfuerzos para ser honrado con lo que escribía, y luego ver que todo eso se convertía en una especie de inteligente juego posmoderno me dejó perplejo”, lanza.
¿Y la otra razón? Bastante más emocional, si cabe. Desea “desenmarañar las retorcidas ideas” sobre su presunta influencia en la obra de Siri Hustvedt. “Vienen circulando diversas ideas erróneas acerca de que yo la inicié en el estudio de Freud y el psicoanálisis, que le enseñé todo lo que sabe sobre Lacan… Todo eso es falso”. Cuando salió la primera novela de Hustvedt -que además de cráneo privilegiado es pareja de Auster- le dijeron que era imposible que ese libro lo hubiese escrito ella. Esas sospechas hieren al autor. “Ella es la intelectual de la familia, no yo, y todo lo que sé sobre Lacan y Batjín, por ejemplo, lo he aprendido directamente de ella”. A partir de aquí, ya con las espinas sacadas, algunas de las claves que desliza el libro… para convertirse en escritor.
1. No existe el estilo
Paul Auster cree que “cada libro tiene una música distinta a los demás”, como sugirió en la conversación con I. B. Siegumfeldt sobre Sunset Park. Le preocupa -mejor, le obsesiona- encontrar la forma acertada de contar una historia determinada. No confía en el anclarse a un sonido: el sonido depende de los elementos del relato.
2. Escribir sin ego
Auster dice sentirse, con frecuencia, “al borde del fracaso”, o, al menos, porta con dignidad esa sensación. Su entrevistadora asegura que “es realmente humilde frente a sus propias dudas”. “Voy a trompicones, de verdad”, dice en la conversación sobre La invención de la soledad. “En realidad siempre estoy en la incertidumbre. No sé”. Eso es, según Segumfeldt, lo que críticos y detractores no suelen entender sobre la obra de Auster.
3. Olvidarse de los estudios literarios
El escritor confiesa que su educación literaria acabó bloqueándole. “Era más una carga que una ayuda”, lamenta. Se refiere a sus estudios en la Universidad de Columbia y “el minucioso examen de textos que uno emprende cuando estudia literatura”. “Había llegado a tal grado de contención que en cierto modo creía que toda novela tiene que estar completamente resuelta de antemano, que hasta la última sílaba debía producir una especie de eco filosófico o literario, que una novela era una gran máquina de pensamiento y emoción que podía analizarse hasta el último fonema de cada frase”. Era demasiado, señala. “No había comprendido que el inconsciente desempeña un papel tan amplio en la construcción de historias. Aún no había percibido la importancia de la espontaneidad y la inspiración súbita”.
4. No obsesionarse con la “identidad” de los personajes
Auster no cree que exista la identidad. Cree, mejor, que “todo ser humano es un espectro”: “Una buena parte de nuestra vida la vivimos en el centro, pero hay momentos en que fluctuamos hacia los extremos, y recorremos ese espectro de matices de un color a otro en diferentes momentos, en función del estado de ánimo, de la edad y las circunstancias”. No, identidad no, pero sí “conciencia de uno mismo”.
Señala el caso de pacientes con lesión cerebral que han perdido la capacidad de “contarse a sí mismos su historia”: “Se ha cortado el hilo, y ya no tienen personalidad. Han dejado de ser ‘yo’. Son seres fragmentados. Creo que lo que mantiene la integridad del ser humano es la narración interior. No dejo de leer cosas sobre la búsqueda de identidad en mis personajes, pero no sé qué significa eso: sólo hay una búsqueda de una forma de vivir, de una manera de hacer posible la vida para uno mismo. Con contradicciones”.
5. Vagabundear
Dice Auster que el truco es: confinamiento y después vagabundaje. “Estar fuera y en movimiento por el espacio, o estar confinado en un espacio circunscrito. Y también, estar sentado en una habitación, escribiendo. O pintando. Escribir y pintar sustituyen al movimiento por el espacio. Entonces se convierte en un viaje mental (…) Si te pasas todos los días de tu vida sentado en una habitación frente a una mesa con una hoja de papel delante, al final tiene que afectarte. Empiezas a pensar en el entorno y el mecanismo que utilizas para explorar el mundo interior y el exterior. Así es como puede florecer la imaginación, sobre todo en esas condiciones tan austeras: mesa, sillón, página, pluma y una persona sentada a esa mesa”.
6. Citar a otros
Es una cuestión de generosidad, de humildad. “No me refiero exclusivamente a la familia y los amigos. Me refiero también a las personas cuyas obras has leído. Forman parte de quién eres. En determinado momento, comprendí que un libro sobre la soledad tiene que ser, en cierto sentido, una obra colectiva. Por eso cito tan libremente a otros autores, porque forman parte de las conversaciones internas (…) Hablo con ellos, y ellos hablan conmigo. Es un diálogo con otros escritores. Todos son autores que significan mucho para mí”.
7. La máxima
Su máxima a la hora de escribir es: “Todo viene de dentro y sale fuera. Nunca al contrario. La forma no precede al contenido. El material mismo encontrará su propia forma a medida que lo vayas trabajando”.