'El rey recibe': Mendoza regresa para celebrar su Transición
- El autor inaugura una trilogía en la que pretende recorrer los grandes acontecimientos políticos y culturales del siglo XX.
- Cinco novelas de Eduardo Mendoza que no te puedes perder.
Esto no es un libro: es un álbum de fotos, un ejercicio de memoria que intenta sacudirse las nostalgias, a veces sin éxito. Eduardo Mendoza pone la excusa de un personaje -aquí un joven plumilla, Rufo Batalla- para recuperar su propia vida. El rey recibe (Seix Barral), su primera novela tras recibir el Cervantes, nos regresa al escritor satírico, humorístico y esperpéntico capaz de unir las Españas rotas. El intelectual sonriente y querido. El autor prolífico que hizo, y aún hace, de Barcelona su cuartel general literario, un paraíso donde escruta al ser humano a fuerza de coñas. El señor carnavalesco que no renuncia a la elegancia, el tipo transgresor que no pierde la mesura.
Mendoza envejece engordando en sabiduría y activando el ojo de la nuca: en este trabajo, el primero del que será una trilogía, sueña con recorrer los grandes acontecimientos políticos y culturales del siglo XX. Casi nada. Está peleando por asir sus propios recuerdos a través de los recuerdos colectivos. El libro arranca en la Barcelona -qué extraño- de los años sesenta y, según cuenta el propio autor, “más que a la Transición, quiere darle valor a todos esos pasos que hicieron posible la Transición”. Apostilla: "Ahora está muy de moda criticarla, pero entonces nadie pensaba que las cosas fueran a salir tan bien".
Su intención no es poner el foco en ese franquismo que ya se agrietaba -y que sin embargo, aún coletea en el centro del debate social por la memoria histórica-, sino en todos aquellos acontecimientos a los que él, en su momento, no supo leerles la importancia, pero hoy los sabe históricos. Desde una revolución cultural al nivel de los Beatles a las revoluciones sociales que conforman nuestra sociedad como es hoy: el movimiento gay. O la lucha por la igualdad racial. O el feminismo. O los años dorados de la prensa, con su Watergate a cuestas. “Cuando yo era pequeño, por ejemplo, nadie podía imaginar el poder que iba a adquirir la prensa. El periódico estaba para hacer los crucigramas el fin de semana. Pero acabó por convertirse en una potencia que movía la opinión pública y que desempeñaba un papel importantísimo en el juego político y social”, reflexiona.
Esta obra no describe tanto los hechos como los ojos con los que se los mira. Aquí el protagonista, Rufo, recibe su primer encargo como periodista: cubrir la boda de un príncipe en el exilio con una hermosa señorita de la alta sociedad. Acaba haciéndose amigo del heredero al trono y escribiendo la crónica de su historia, todo tejido con el hilo de los clásicos malentendidos de Mendoza. El plumilla, oprimido y angustiado por la España franquista, se irá a Nueva York a respirar aire nuevo y a buscar aventuras extravagantes, como hacen los buenos héroes de ficción. ¿La más sorprendente, siempre? La propia vida, de ella nadie está a salvo. “El presente siempre es conflictivo”, reflexiona Mendoza. Que se lo digan a España: el pasado, también.
Otros libros para disfrutar:
-Ser mujer negra en España (Random House), por Desirée Bela-Lobedde. Es una activista afroamericana que relata cómo es vivir siendo mujer y negra en España. Explica su propia forma de afrontar la sensación de ser diferente y expone cómo construirse y subrayar la identidad de uno bajo un racismo latente.
-Haz Memoria (Editorial Dos Bigotes), de Gema Nieto. Es una novela que invita a reflexionar sobe las consecuencias del olvido y la importancia de recuperar el pasado. Viene en el momento más oportuno: justo en los meses previos a la exhumación de Franco del Valle de los Caídos. Esto es arqueología familiar. Contra la inercia y el inmovilismo.
-Otra Cataluña (Destino), de Sergio Vila-Sanjuán. El autor presenta un repaso sobre la cultura catalana en castellano, desde Enrique de Villena en el siglo XV hasta el mismísimo Gil de Biedma, Joan Manuel Serrat o Eduardo Mendoza. Ese rosario de talentos, señala, han sido desdeñados por la tradición nacionalista.