Adolf Hitler se había suicidado en su búnker de Berlín cercado por la inminente derrota. Del Tercer Reich no quedaba ya más rastro que un solar de escombros, las columnas humeantes de un fantasma que solo generó muerte. Era mayo de 1945 y el nazismo había perdido la II Guerra Mundial, pero a los Aliados les quedaba una última misión, quizá la más laboriosa: desnazificar Europa, eliminar cualquier vestigio del nacionalsocialismo, localizar a todos los funcionarios nazis que se escondían en los países neutrales y hacerles pagar por sus crímenes.
Reino Unido y sobre todo Estados Unidos pusieron en marcha un programa de limpieza ideológica concebido para hacer frente al temor real de un resurgir del fascismo en el Viejo Continente. Había que extirpar todo el odio indiscriminado del que germinó el Holocausto y que provocó millones de víctimas mortales. Y esas persecuciones se prolongan aún hasta la actualidad. Herman Göring, Rudolf Hess o Alfred Rosenberg, entre muchos otros, fueron condenados en los Procesos de Núremberg, pero miles de cargos intermedios del régimen nazi lograron evadir sus responsabilidades criminales y gozar de una nueva vida placentera en el anonimato.
La España de Franco tomó bando durante la guerra pero siempre se mantuvo alejada de los frentes, agarrada a la política de no intervención. Tras la derrota del Tercer Reich, los diplomáticos, funcionarios y espías alemanes que estaban destinados en la Península no podían regresar a su país. Y el régimen franquista, según asegura el historiador Paul Preston, uno de los biógrafos del dictador, también dio cobijo a todos aquellos nazis que lograron huir: "A diferencia de Alemania o Italia, la España de Franco no sufrió un proceso de desnazificación. Al contrario, a partir de 1945, Franco, que nunca se arrepintió de sus vínculos con Hitler y Mussolini, permitió que España se convirtiera en refugio de muchos nazis que huían de los Aliados".
Sin la colaboración del nuevo régimen, la persecución de los "alemanes indeseables" se complicaba. En mayo de 1945, un grupo de agentes de inteligencia de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) de Estados Unidos en España recibió la orden de elaborar una lista de todos los ciudadanos alemanes "que se dediquen a cualquier actividad, ya sea de espionaje, política o comercial, que fuera perjudicial para los interesees de los Aliados. Según esta directiva, en julio de ese mismo año las embajadas británicas y estadounidenses confeccionaron una relación de 1.600 candidatos a la repatriación a Alemania.
Aunque el Gobierno español detuvo a algunos de estos nazis y los entregó a las autoridades correspondientes, los expedientes de muchos de ellos fueron archivados de forma consciente, con la connivencia de los propios ministros franquistas. "España estaba llena de individuos que, a todos los niveles, intentaron frustrar los intentos de los Aliados de llevar a cabo las repatriaciones", apunta David A. Messenger, profesor asociado de Historia y de Estudios Globales y Locales de la Universidad de Wyoming, en su libro La caza de nazis en la España de Franco (Alianza editorial).
Españoles y patriotas, no nazis
España se revelaba en un reducto de relativa tranquilidad para todas aquellas personas cuyo pasado enrocaba con el Tercer Reich. Por eso los servicios de inteligencia de EEUU temían que los nazis siguiesen colaborando colectivamente desde la clandestinidad, conspirando contra la democracia. Son estas figuras lo que el pensador Stephen Stedman define como "boicoteadores limitados", personas que tienen un propósito específico que no contempla el poder o el dominio total; en su caso, les basta con seguir teniendo influencia.
La mayoría de los alemanes ocultos en España llevaba viviendo en nuestro país desde antes del estallido de la Guerra Civil. Eran espías, como Walter Mosig; miembos de la Legión Cóndor, como Max Nutz; empresarios, como Johannes Bernhardt; o diplomáticos, como Friedlhelm Burbach. Como relata Messenger, estaban "familiarizados y a gusto con el concepto de religión, nacionalidad y sentir antidemocrático que había construido el régimen de Franco, se sirvieron de esos elementos para argumentar que eran, a todos los efectos, más españoles que nazis, y que por consiguiente tenían derecho a quedarse en España. Y en su mayoría lo lograron".
La maniobra generalizada de los alemanes para evitar la repatriación consistía en redefinirse como franquistas y adquirir la nacionalidad española más como una concepción social que como un estatus legal. "Muy pocos se presentaban como refugiados por motivos humanitarios: eran activistas políticos que pretendían quedarse en España y desempeñar allí un papel en el futuro", explica el también autor de L'Espagne Républicaine. "Intentaron utilizar la terminología que les suministraba el Estado franquista para presentarse como patriotas". Y no lo hicieron a título individual, sino que fue una estrategia organizada desde el conjunto de la colonia alemana.
En este contexto resultan comprensibles las estadísiticas: entre 1945 y 1948, EEUU y Reino Unido exigieron la devolución de 811 alemanes. Se logró repatriar a 265 —aunque muchos de ellos consiguieron regresar—; los otros 546 se quedaron en España, de los cuales se solicitó la repatriación de 104 en octubre de 1947, sin que se consumase ninguna deportación. Por lo tanto, la mayoría de nazis permanecieron donde estaban.
No obstante, el proceso de desnazificación en suelo español, en palabras de David A. Messenger, fue "una cacería que fracasó y al mismo tiempo fue un éxito. (...) Puede que la caza de nazis en España no arrojara grandes cifras, pero sí consiguió algunos de los objetivos que se había propuesto". La amenaza en el horizonte de un nuevo conflicto entre dos grandes potencias, la Guerra Fría, también permitió el acercamiento del régimen franquista a las democracias occidentales y rebajar ciertas tensiones. El realismo de 1945, determinado por el temor al nazismo, fue sustituido por el realismo de 1497 y la sensación de que existía una clara amenaza soviética en Europa.
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