Se extiende desde hace tiempo una visión prototípica del ciudadano español que lo define como alguien cainita por naturaleza, una persona derrotista, sin autoestima, que arrastra los males de generaciones anteriores y se tortura con los prejuicios y estereotipos más enraizados de la tradición popular. Un relato abanderado por la España más “cutre, oscura y opresora” –representada últimamente por los círculos separatistas– que pretende denigrar lo español, dibujar un paisaje tenebrista, un cuadro goyesco, plagado de dramas sin solución.
Pero eso todo son fake news. No estamos tan mal como en los años 30, a pesar de las analogías que hacen algunos. España ha madurado como país y ha sido capaz de desprenderse de los sombras más oscuras de su pasado. Somos una realidad plural, democrática, avanzada; con marrullería política, sí, pero conscientes de los riesgos que supondría el descalabro del sistema que nació en el 78, con la Transción. O al menos eso es lo que defienden los relatos de 40 jóvenes recogidos en La España de Abel, un grito colectivo y plural contra la leyenda negra identitaria. No defienden los mismos postulados, pero sí comparten esa posibilidad de vivir a gusto siendo españoles, alejados de los traumas.
Y es un reto ambicioso, porque pretende romper definitivamente con el mantra de los bandos enfrentados. “Hemos promovido este libro bajo la hipótesis de que España ya está reconciliada”, explica a este periódico Juan Claudio de Ramón, diplomático y coordinador del libro. “Lo único que pasa es que ese relato de que los españoles nos llevamos mejor de lo que la gresca política diaria da a entender no lo estaba haciendo nadie”. Estamos más cerca, por lo tanto, de esa sociedad hermanada, accesible al pacto, que refleja el pintor Juan Genovés en El abrazo, aunque nos queda un último salto: "Reconciliarnos con nuestra reconciliación y verla como un gran logro".
¡España va bien! Es un buen país para habitar, con problemas similares a los de su entorno, como la precariedad de los jóvenes, las dificultades para conciliar, los sueldos bajos, etcétera. Y ahí reside la normalidad de ser español en boca de Aurora Nacarino-Brabo, la otra coordinadora de la obra: “Pensamos que somos el país más desastroso del mundo y que tenemos unos problemas gravísimos que no hay en ningún otro sitio. Pero luego vas a Europa y cuentas que tenemos un problema de nacionalismo, de rivalidad entre territorios, y te dicen: “Ah, sí, sí. A nosotros también nos pasa”. No somos tan different en este sentido.
Tampoco en cuanto al tema de la memoria histórica: en todos los rincones del planeta surgen polémicas y debates cuando se revisa el pasado. España no es una excepción, aunque aquí las heridas de la Guerra Civil no parecen cerrarse nunca. Juan Claudio de Ramón no ve "tan grave" la ausencia de una verdad oficial. "Como decía el pensador alemán Reinhart Koselleck si no se puede tener una memoria común, lo que conviene es aceptar que existe una memoria dividida y no intentar construir una memoria única".
Nuestro país es una democracia joven, pero con menos vicios de los que creemos. Así lo reflejan los rankings clasificatorios que miden los estándares democráticos, de transparencia, corrupción o del Estado de Bienestar. Y aunque hay todavía mucho camino que recorrer, mejor hacerlo sin lanzar piedras sobre nuestro propio tejado. “Sin autoestima tampoco hay estímulo para la reforma. Tiene que haber un poco de amor propio que te lleve a querer ser mejor”, dice Juan Claudio de Ramón.
¿Qué significa ser español?
La España de Abel es un mar de voces íntimas, personales, sobre un proyecto común, sobre un futuro lleno de optimismo. Hay autores con tendencias políticas más escoradas a la izquierda, en cuyos textos vierten más críticas al sistema y ponen más énfasis en aquellos movimientos de los que han sido protagonista, como el 15-M o la lucha feminista; para la gente más de derechas, según apunta Juan Claudio de Ramón, el campo se amplía y pesa también la tradición heredada de la cual no han sido necesariamente protagonistas.
El objetivo del proyecto ha sido reunir a personas que quisieran contar algo de España y que se sienten a gusto siendo españoles, “sin saber ni siquiera muy bien en qué consiste ser español o sin hacer de eso una pesquisa metafísica que le abrume”, afirma el diplomático. “Yo me hice esa pregunta y he llegado a la conclusión de que ser español es ser dos cosas: ciudadano de un Estado democrático y heredero de una tradición cultural muy vasta”. Su compañera Aurora Nacarino añade: “Una cosa buena de ser español es que es una identidad muy poco demandante, no te exige grandes demostraciones de adhesión patriótica ni nada parecido. Basta con que uno quiera vivir aquí, cumpla las leyes y pague sus impuestos. En este sentido creo que es fácil ser español, y uno puede ser español de muchísimas formas”.
¿Y el orgullo patrio, lo sacamos a relucir o es mejor reprimirlo? “Ese debate me parece absurdo porque en un país viejo como es el nuestro la mirada honesta tendría que balancear las gestas del pasado con los momentos menos lucidos o directamente criminales de nuestra historia”, opina el diplomático. “Yo no veo ningún motivo particular para sentirme orgulloso de ser español porque esa condición es un azar; pero tampoco veo ningún motivo para no sentirme bastante afortunado de ser español, de tener la ciudadanía española, y no la de una España cualquiera, sino la de 1978, un país por fin a la altura de su tiempo”.
El panorama, por lo tanto, no debería ser tan pesimista; y el objetivo, caminar hacia “un futuro común, fraternal y no fratricida”, como apuntan los coordinadores del libro. Para ello, por qué no escuchar más a esa tercera España, la que tiene más dificultades para hacerse oír, pero que ha brindado muchas de las personalidades más brillantes de nuestra tradición. “La moderación tiene peor venta que los extremos, pero no tengo ninguna duda de que es la España más necesaria tanto en el pasado como hoy para hacer prosperar al país”, concluye Juan Claudio de Ramón.
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