El público lector ama a Charles Dickens, y cómo no: en el imaginario popular quedan su Oliver Twist, su Cuento de Navidad, sus Grandes esperanzas. Sus relatos heroicos de niños huérfanos y perdidos, de críos expulsados del sistema que pelean por sobrevivir. Sus radiografías de la incomprensión. Sus retratos de los adultos avaros y las sociedades hipócritas -todas-. Pero el Me Too va purgando la literatura y hace que el mitómano adquiera conciencia de que lo admirable de sus autores de cabecera era su trabajo, no su persona al completo. Eran humanos, no dioses. Del mismo modo que no hay que entender las obras como una literalidad del pensamiento del creador -cuando los libros son misóginos, o racistas, o clasistas-, tampoco ha de hacerse al revés, cuando la propuesta artística es sensible y brillante, hasta moralista.
Sin embargo, según ha revelado ahora la Universidad de Nueva York, Dickens conspiró para encerrar en un psiquiátrico a su esposa -radicalmente cuerda- después de haberse obsesionado con una joven actriz, Ellen Lawless Ternan (Nelly). Cuando dio con ella, la chica sólo tenía 18 años, y a él le voló la cabeza. Le regaló una pulsera -que el joyero, por error, acabaría enviando a su casa matrimonial, haciendo que el engaño quedase expuesto-, se fue con ella a Francia, la alojó a las afueras de Londres y persistió a su lado los 13 años de vida que le quedaron. Mientras llevaba su deseo al límite, planeaba qué hacer para deshacerse de su mujer.
Mujer débil, no loca
Así lo indican las cartas analizadas por un profesor de esta prestigiosa Universidad, misivas que por fin sacan a la luz la versión de su esposa Catherine, una señora acostumbrada a existir en segundo plano, una hembra frágil emocionalmente que cada dos por tres padecía dolores y desvanecimientos: no locura. Es ella quien se dirige, correspondencia mediante, a su amigo Edward Dutton Cook, y éste, a su vez, le contó la historia al periodista William Moy Thomas.
“Dickens un día descubrió que su esposa ya no le atraía. Ya no era de su gusto. Había tenido diez hijos y había perdido gran parte de su belleza. Estaba envejeciendo. De hecho, intentó encerrarla en un manicomio, ¡pobre! Pero a pesar de lo dura que es la ley con respecto a la prueba de la locura, no pudieron disuadirlo de su propósito”, se lee en la carta. En ese momento, Catherine se inyectaba morfina dos veces al día para reducir su dolor.
La pelea con su amigo el doctor
Asegura el profesor de literatura inglesa John Bowen que las cartas son algo “ilegibles”, pero que se confirma (y se amplía) lo que los eruditos en la cuestión habían amasado durante años: “No es sólo que Dickens se portase con crueldad en ese período. Ahora sabemos que incluso trató de forzar la ley para encerrar a su esposa y madre de sus hijos en un manicomio, a pesar de su evidente cordura”.
La severa intención de Dickens de castigar a su esposa hizo que se distanciase para siempre de su gran amigo Thomas Harrington Tuke, que además (aquí no es coincidencia) era un reputado doctor. “En 1864, Dickens expresó públicamente su desprecio hacia aquel hombre. Algo había sucedido para que Tuke, con quien el escritor había tenido tan buena relación tan sólo unos años antes, fuera vilipendiado de esa manera. Es probable que la razón fuese su negativa a ayudar en el complot contra Catherine”, ha expresado Bowen.