Agustín de Foxá en Finlandia: "Hagamos de España un país fascista y a vivir al extranjero"
El escritor falangista viajó al país nórdico a finales del verano de 1941 y narró su aventura en unos artículos recopilados ahora en 'A las orillas del Ladoga'.
2 abril, 2019 03:36Vasto, gordo, exquisito, dandi, cínico, culto y brillante. El retrato umbraliano de Agustín de Foxa describe a un hombre camaléonico, a un provocador irreverente, a un gracioso sin filtro; pero también a un literato destacado y articulista romántico, viajero, curioso. Es inclasificable el conde de Foxá, falangista, no solo por su atrevido ingenio, sino por una cultivada obra de la que, hasta el gran público, solo ha llegado una novela, Madrid, de Corte a Cheka, la visión ficcionada y entusiasta de la Guerra Civil del bando franquista. Un must en toda regla.
Estudió Derecho y se hizo diplomático a principios de la década de los años 30, desempeñando cargos en distintos países. De ahí, quizá, se explique su habilidad para granjearse la amistad de intelectuales de todo el espectro ideológico, siendo falangista declarado desde el primer momento. Arrancó su producción literaria codeándose con Manuel Altolaguirre —quien prologó y editó su primer libro de poemas, La niña del caracol— Ramón J. Sender, Luis Cernuda, Rafael Alberti o Miguel Hernández. Más tarde, con España dividida y cargando las armas, renegaría de todos ellos en un artículo acusatorio, calificándoles de "tristes Homeros de una Ilíada de derrotas".
Saltó entonces a las tertulias más patrióticas de 'La ballena alegre', donde ondeaban el yugo y las flechas de la Falange; y donde germinaron las estrofas del Cara la sol. Fue Foxá miembro de la corte literaria de José Antonio Primo de Rivera, junto con otros ilustres nombres como Rafael Sánchez Mazas o Dionisio Ridruejo. Pero con los años, el conde acabaría desganado ante el régimen franquista, como él mismo explicó: "Todas las revoluciones han tenido como lema una trilogía: libertad, igualdad, fraternidad fue de la Revolución francesa; en mis años mozos yo me adherí a la trilogía falangista que hablaba de patria, pan y justicia. Ahora, instalado en mi madurez, proclamo otra: café, copa y puro".
Como trotamundos en representación del gobierno de Franco, Foxá fue destinado a Finlandia a finales del verano de 1941 como encargado de negocios de la Embajada. Aterrizó en Helsinki en un momento en que el país nórdico estaba inmerso en la Operación Barbarroja, la invasión alemana de la Unión Soviética, y allí empieza a escribir una serie de 26 artículos —"retablos de cosas, altares barrocos y paganos", según Umbral— para los diarios Abc y Arriba, así como nueve poemas y varias decenas de cartas recopiladas ahora por el investigador Cristóbal Villalobos para la Editorial Renacimiento en A las orillas del Ladoga.
"He querido contar un viaje, una aventura que tiene Foxá en Finlandia durante la II Guerra Mundial", explica Villalobos a este periódico. A las peripecias nórdicas del conde de lo mismo llegó a través de Kaputt, una novela en la que Curzio Malaparte retrató todo el horror de las trincheras y situó a Foxá como personaje, su compañero de paseos por el frente. De hecho, fue el autor italiano el que en otra de sus obras, Diario de un extranjero en París, dio cuenta de una anécdota inverosímil de su colega, "cruel y funesto como todo buen español".
Los finlandeses habían hechos prisioneros y encerrado en el campo de concentración de Nastola a un grupo de unos quince jóvenes españoles, exiliados durante la Guerra Civil, que habían sido forzados a empuñar los fusiles del Ejército Rojo tras estallar la contienda mundial. "Nos dieron un saco, un trozo de pan, un fusil y noventa balas a cada uno", dice uno de ellos según el relato de Foxá, quien añade: "Ved lo que ha hecho Rusia de aquellos alegres niños españoles de Eibar, de Rentería, de Sama de Langreo, de Baracaldo".
El diplomático se enfundó entonces el traje blanco de la nieve y se subió a un trineo —"todo se desliza. Ha muerto el ruido y también la rueda", escribe— para emprender un viaje de varios días frenado por temperaturas de 20º bajo cero. El objetivo: la mesiánica salvación de sus compatriotas. El controvertido Foxá, con una salud ya bastante precaria, actuaba entonces como un héroe sin capa; y su empeño se demuestra en unos informes remitidos a diversas instancias del Ministerio de Exteriores, también recopilados en A las orillas del Ladoga, como su visión sobre el cerco de Leningrado.
"Los textos no son propios de un corresponsal de guerra, sino que son artículos de un viajero romántico, más propios del siglo XIX", expone Cristóbal Villalobos. Lo cierto es que, como él mismo dejó por escrito, Foxá, monárquico convencido, vivió a caballo entre dos mundos totalmente diferentes: "Es muy difícil pasar de una época a otra. Yo creo que he estado enfermo de los nervios por el pecado de haber ido de niño en coche de caballos y de diplomático en avión supersónico". "En sus escritos en Finlandia se respira la atmósfera del frente, pero en todos se vierte una mirada del siglo XIX sobre lo que pasa en el XX, con constantes referencias culturales, religiosas y antropológicas".
Gozaron Foxá, fallecido en 1959, y sus artículos de gran popularidad en la España franquista durante los años 40-50. La llegada de la democracia, sin embargo, supuso una capa de silencio sobre su obra, "Estaba muy significado con el régimen y no interesa pone en valor a los escritores falangistas. Tiene sentido que fueran señalados porque muchos de los símbolos del franquismo los crean ellos", expone el historiador malagueño. Con su Las armas y las letras, fue Andrés Trapiello el encargado de rescatar a un Foxá atrevidísimo, cínico, como bien demuestran algunas de sus frases más icónicas: "Hagamos de España un país fascista y vayámonos a vivir al extranjero" o "Tengo el puesto ideal. Embajador de una dictadura (de Franco) en una democracia. Disfruto de ambos sistemas".
Eso, sin embargo, no le impedía mofarse del dictador y su régimen. En palabras de su camarada Malaparte: "Foxá pertenecía a esa joven generación de españoles que había intentado conciliar con la vieja España católica y tradicional con la joven Europa obrera. Pasado el tiempo, se reía de su generación y del fracaso de esa ridícula tentativa". Murió el conde al otro lado del mundo, en Manila, y haciendo gala hasta el último suspiro de ese espíritu irreverente: "¡Soy el último de Filipinas".