Pedro Sánchez no ha leído a Siri Hustvedt. De conocerla, es probable que piense que sólo es la esposa de Paul Auster: no que se trata de una activista feminista, intelectual, novelista, ensayista, poeta e investigadora de la neurociencia y la psicología. Pedro Sánchez no ha leído a Siri Hustvedt, es seguro, porque si hubiese tocado El mundo deslumbrante (Anagrama), sólo en sus primeras páginas se habría topado con esta frase demoledora: “Todas las creaciones intelectuales y artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando estas saben que en algún lugar detrás de una gran obra o de un gran engaño hay una polla y un par de pelotas”.
El presidente, que encarga a la RAE revisiones textuales inclusivas de la Constitución, que se clava el pin del 8 de marzo y que se jacta de tener once ministras en su Gobierno, ha concedido una entrevista a Zenda hablando sobre sus filias literarias, y sorprendentemente no ha citado a ninguna autora. Menciona Una novela criminal, de Volpi, Mañana tendremos otros nombres, de Patricio Pron, La velocidad de la luz, de Cercas, El hombre que amaba a los perros, de Padura, El lobo estepario, de Herman Hesse. Se acuerda de El Quijote y comenta su devoción por Philip Kerr y sus lecturas infantiles: Lope de Vega, Calderón, Shakespeare. ¿Dónde están las escritoras: qué hay de la voz literaria de la mitad del mundo? ¿Por qué el hombre que gobierna para todos y para todas sólo consume letras masculinas?
Pedro Sánchez no ha leído a Siri Hustvedt, porque si hubiera tocado La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral), habría hecho un análisis de sí mismo como lector. En esa obra la ensayista mencionaba varios estudios, como el de 1968, de Philip Goldberg, en el que se dio a dos grupos de alumnas el mismo ensayo, uno firmado por John T. McKay y otro por Joan T. McKay, para que lo valoraran. “El de John fue calificado de superior en todos los aspectos”, explica Hustvedt. “Desde entonces, estudio tras estudio ha demostrado lo que yo llamo ‘el efecto del realce de lo masculino’”. Otro análisis de 2008 demostró que cuando los trabajos académicos eran sometidos a un proceso de revisión en el que no se identificaba al autor ni al revisor, aumentaba de forma significativa el número de textos escritos por mujeres que aprobaban.
Los hombres leen a hombres
Simplificando mucho una cuestión densísima: las mujeres leen a hombres y a mujeres, pero los hombres siguen leyendo a hombres. Así lo confirma una encuesta de 2015 realizada por Goodreads: el 80% de los títulos escritos por mujeres fueron leídos por mujeres, quienes también leyeron el 50% de los escritos por hombres. “En otras palabras, los hombres que escriben literatura de ficción cuentan con un público que es representativo del mundo en su conjunto, mientras que las mujeres no”, apuntillaba Hustvedt.
A los hombres no les suele interesar lo que escriben las mujeres ni lo que las mujeres opinan sobre su trabajo porque, como apunta Michael S. Kimmel en La masculinidad como homofobia: miedo, vergüenza y silencio en la construcción de la identidad de género, “los hombres demuestran su hombría para la aprobación de otros hombres”. De eso, el presidente que se erige como el más feminista de la democracia -si no, el más paritario- también es víctima.
Pero hay algo más: Sánchez parece ya no sólo desoír un criterio cultural plural, sino las reivindicaciones concretas de las mujeres de la industria del libro en España. El año pasado, en su manifiesto por el 8 de marzo, exigieron “la participación igualitaria en las plataformas de difusión y promoción de la literatura” y recordaron que las mujeres sólo ganan el 20% de los premios literarios de este país, según los datos del l’Observatori Cultural de Gènere. “Tan solo en la categoría de narrativa infantil y juvenil el porcentaje roza la paridad. El sesgo se explica, en parte, por la composición de los jurados y la concepción generalizada de que la literatura hecha por mujeres no tiene el mismo carácter universal que la escrita por hombres”.
Algunas recomendaciones muy recientes para Sánchez: Cómo acabar con la escritura de las mujeres (Dos Bigotes y Barret), de Joanna Russ, Cambiar de idea (Caballo de Troya), de Aixa de la Cruz o Tres maneras de inducir un coma (Seix Barral), de Alba Carballal. Le harán pensar. También sería interesante que prestase atención a la editorial Ménades, que lucha por recuperar a las mujeres olvidadas y dar visibilidad a las actuales. Lo resumen ellas mismas: “Por una cultura más libre. Sin ellas la historia está incompleta”.