Hay seres humanos que no aguantan ni el registro de emociones de una cucharilla del té. Luego hay otros, como Eduard Limónov, que se encargan de retorcer la vida por el pescuezo, por él y por todos sus compañeros, hasta hacerla vomitar vanguardias, fracasos, encierros, poemas, milicias, golpes, aventuras, delirios y sexo enfermo. ¿Va en serio, Limónov, o es en sí mismo una coña artística? ¿Se ríe del mundo, Limónov, o somos nosotros los que no entendemos su chiste radical, su chiste tan severo?
Es todos los hombres, Limónov, o quizás ya no es ninguno. Ha tejido con tanto cuidado su personalidad múltiple que ha acabado convertido en un personaje, y esos -como decía Alvite- nunca merecen un reproche, sino una crítica literaria. No se puede, no se debe juzgar a un ser humano como él, no al menos desde los criterios morales de la España de 2019 -tan faltos de imaginación-, porque él frecuentó los círculos clandestinos de la Unión Soviética, porque se exilió y fue vagabundo y mayordomo y autobiógrafo en Nueva York, porque contó que le gustaban los “negros grandes del Bronx” y revolucionó París con sus novelas excesivas, porque de camino le dio tiempo a pasar por los Balcanes y a apoyar hasta las últimas consecuencias la causa serbia, porque regresó a su tierra para fundar un partido nacional bolchevique que fue prohibido. Dirigió un periódico de corte fascista; fue sastre autodidacta, residente en un psiquiátrico y espíritu libre militante. Juega al despiste. Juega, juega, juega todo el rato. Ahora le ha dado por derrocar a Putin, pero a saber cuál será su próxima guerra. Ya casi sopla ochenta y persiste lúdico, contradictorio, infatigable.
Transgrede contra el aire mismo, Limónov, tomando un vino en esta terraza de un sexto piso con vistas a la plaza del Dos de mayo. No se siente un polemista: dice que no sabe ser de otra forma. Intenta escapar de su propia desmesura con el éxito de un hámster en una rueda. Quizá tenga razón y es la sociedad la que se ha domesticado mientras él deambula por el lado más bestia de la vida. Quizá tenga razón y la diferencia entre él y el resto de los mortales es que siempre salta.
Limónov, es, tal vez, la diferencia entre hacerlo y no hacerlo; el último de los hombres de una generación que ya no existe, el último resquicio de punk en los Estados de Bienestar. Una reliquia hecha carácter que no quiere ni oír hablar de Limónov, ese extraño en cursiva que aparece en la célebre obra de Carrére. No es él, dice. Nunca lo fue. Me lo dice el editor de Fulgencio Pimentel -la editorial con la que ahora presenta El libro de las aguas en España-, y me viene bien saberlo para ocultar con disimulo el libro en el fondo de mi bolso mientras nos sentamos a la mesa. No vayamos a tocarle las narices antes de tiempo. “Los españoles me recordáis a los alemanes del sur. Tenéis cierta disciplina”, me cuenta. “Estuve otra vez aquí, en los ochenta, y recuerdo que vi a unos policías con armas abiertas en una librería. Pensé: ¡Ni siquiera en la Unión Soviética…! Había muchísimos vagabundos. Fue fuerte incluso para mí”.
"El mejor momento de mi vida fue en la cárcel"
Lo cierto es que impone su esqueleto largo y delgado, sus cabellos canos con tupé rebelde, su móvil Nokia-ladrillo que redondea a la perfección esa idea de que viene de otro tiempo. Charlar con él es amasar material explosivo o tontear con un animal salvaje que hoy viene de buenas. “Yo sólo soy un señor mayor, un buen ciudadano. Algo por el estilo”, dice, cuando se le pregunta quién es en realidad. “El mejor momento de mi vida fue en la cárcel”. Allí habitó entre el 2000 y el 2003, acusado de tráfico de armas. “La cárcel eleva a una persona sobre sí misma. Lo único que falta es perspectiva: grandes espacios urbanos, paisajes… mira, si tienes a algún familiar o a algún amigo entre rejas, mándale libros de fotografía o álbumes de fotos”, aconseja.
“Se está muy bien ahí, te lo digo en serio. Porque lo tienes todo en tu cabeza. En el ordenador personal de tu cabeza. La vida en la cárcel también es una vida y la actitud adecuada, sencillamente, es vivir ahí, hacer uso de tu imaginación, leer libros y crear ideas. Allí nadie te molesta, nadie te interpela. No hay mujeres, no hay alcohol”. Allí no hay vicios, subraya, sólo “virtudes”.
Comunismo y capitalismo
Limonóv viene tan de vuelta de todas las ideologías que probablemente sólo tenga ya una y sea él mismo, hoy, bajo el sol y la polución de Madrid. “El comunismo está desactualizado, está demodé. Pero igual pasa con el capitalismo, que tampoco ha triunfado en realidad. La explotación del planeta no puede seguir adelante, los gobiernos mienten cuando dicen que el progreso sigue, que el nivel de vida va aumentando… ¡es mentira!”. Cree que “todos los sistemas que conocemos están acabados” y que nos esperan tiempos difíciles. “Nos vamos a enterar”, advierte, pero se ríe. ¿Cómo se imagina el futuro? “Tengo una idea aproximada. Recuerdo haber visto algo en Kazajistán. Un día se paró el agua. No había agua en las tuberías de la ciudad, no había canales… la gente cavaba fosas para ir al baño fuera de casa. Así veo nuestro futuro: lo primero que se va a acabar es el agua dulce. En China están haciendo una guerra latente por el agua. Vienen los tiempos en los que los invitados a nuestras fiestas traerán botellas de agua dulce en lugar de vino”.
Explica el escritor que “el primer objetivo del comunismo y del capitalismo era el mejor rendimiento del planeta, pero la idea de la utilización del planeta ya no funciona”: “Es desagradable hablar de ello, pero el problema más serio que tenemos es la sobrepoblación. Crea problemas como la falta de petróleo, la falta de agua dulce… no queremos verlo, pero tenemos que abordarlo ya”. Se agarra a una anécdota. Dice que estuvo participando en un simposio dedicado a los 200 años del nacimiento de Marx, “eran todos profesores y académicos muy serios, y luego… yo”, y que preguntó insistentemente acerca de si Marx había tratado en su trabajo el problema del agua dulce. “Los expertos se rieron, se fliparon un poco y eludieron el tema de una forma muy acuática. Ya se acordarán de mí. Hay gente que cree que soy profeta. Por ejemplo, hay un vídeo mío del año 92 con muchísimas visitas en Youtube donde predigo el conflicto con Ucrania”.
-¿Entonces ya no le cae bien Marx?
-Nunca me ha caído bien, quizá porque nunca le he tratado como a un personaje, sino como a una persona real. Existió como un pensador y simplemente lo abordé. No se trataba de que me gustase o no me gustase.
En cualquier caso, señala, “las élites siguen en sus posiciones, siguen resistiendo”. ¿Aún cree en la revolución armada; es posible la revolución de otra manera? “Uno de los líderes de los chalecos amarillos perdió un ojo con una bala. La policía en Francia está usando métodos que son realmente crueles y no están reconocidos por la Convención de Ginebra. Va a ser sangriento. Tarde o temprano se convertirá en un conflicto armado. Yo estuve allí y les vi, el 11 de mayo. Vi a esa gente: gente sencilla. Obreros”.
Acerca del amor, la monogamia y el sexo
-Siempre le preguntan por política. Pero, ¿qué es el amor para Limónov? Usted que ha llevado una vida tan carnal… ¿qué hay del espíritu?
-Sí, el amor… yo no digo que sea un mal sentimiento, pero… me arrepiento de haber pasado tanto tiempo con las mismas mujeres, ¿sabes? Por ejemplo, con Natasha estuve 14 años. Ahora pienso que podía haber estado conviviendo con cinco mujeres a la vez en lugar de vivir con ella tanto tiempo. No sé. Son mis pequeñas y humildes ideas humanas sobre el amor.
-Entonces no cree en la monogamia.
-¿Monogamia? Te contaré una cosa. El matrimonio de mis padres duró 62 años. Ellos sí creían en la monogamia. Y el resultado de esa monogamia fue bastante trágico. Mi padre, al final de su vida, dejó de querer vivir. Estaba muy enfermo, pasaba mucho tiempo en la cama, sin poder moverse, imposibilitado. Obligaba a mi madre a levantarlo, a bañarlo, a cuidarlo todo el tiempo. Y ella, al final de su vida, se rebeló y un día gritó: “¿Es esto, esto es lo que llaman amor?”. Sí. Eso dijo mi madre entonces.
-¿Qué hay del sexo?
-Chica, de igual forma puedes ir a un geriátrico a preguntarles a los pobres ancianos sobre esto… ¡que tengo 76 años! (ríe). Hablando en serio: por supuesto, el sexo es importante. Yo mismo tengo ahora una novia. La veo los fines de semana, porque está casada. Tiene un marido. Mi primer hijo nació cuando yo tenía 63 años. Mi hija, cuando tenía 65. Recuerdo que con 22 años pensaba que no sobreviviría a los 30, que nunca procrearía, y sin embargo… he estado en todos los sitios. He estado en la guerra viendo pasar las balas muy cerca de mí, y sigo vivo. Eso es casi tan emocionante como practicar sexo.
-Bueno, usted también ha tenido relaciones con hombres.
-Pero, ¿qué me estás preguntando…? Esa faceta de mí mismo fue hace 50 años. Desde entonces han cambiado mucho las cosas. No se puede preguntar a un hombre mayor qué estaba haciendo antes de la revolución del año 1971 (se parte de risa). Es una broma.
El feminismo: la nueva guerra
Es tierno, en el fondo, Limónov, y parece estar harto de que le hagan la pelota. Prefiere conversar de todo y de nada: le queman sus grandes hits. Cada vez que se incorpora para darle un sorbo a su vaso de vino, puedo ver el tatuaje de su brazo: es una granada de mano. Él sabe que la guerra siempre continúa. “Ahora nos espera una guerra entre hombres y mujeres, una guerra iniciada por las mujeres, claro. Una guerra de sexos. Y yo las comprendo perfectamente, han sufrido mucho. Han sufrido un yugo por parte de los hombre y ahora les toca sufrir a ellos”, comenta, con infinita tranquilidad, como si la cosa no fuera con él. “Las mujeres odian a los hombres porque las han forzado durante siglos a hacer cosas que no les apetecía nada hacer. Estoy completamente en serio cuando te digo esto: nos espera una guerra de sexos”.
Pero, oiga, ¿con armas? Abre mucho los ojos. “Con armas, por supuesto. Yo no he visto tanto odio en ninguna otra guerra. Tengo una amiga, una escritora griega, que es alta, fuerte, hermosa… y escribe libros feroces donde dice que los hombres son terribles, que tienen unos defectos físicos muy molestos y que no sirven para nada. Este conflicto dura desde finales del siglo XIX, cuando las sufragistas intentaban participar en las elecciones. Tengo una fotografía de esa época donde la policía da patadas a una señora mayor que intentaba participar en las elecciones. Es muy lógico que estén enfadadas”.
Su idea, qué sorpresa, vuelve a ser radical. “Las mujeres y los hombres son dos especies humanas distintas que se han convertido en parejas por razones sociales, por el interés de los Estados. Yo a veces empiezo a reflexionar: ¿por qué los hombres tienen pezones? Es inverosímil que la naturaleza insista en crear hombres con pezones todo el rato si no tuviesen ninguna utilidad. Somos dos especies de homo diferentes: una especie venció a la otra y ahora viene la venganza”. Entonces, ¿el sexo se va a acabar? ¿Y la reproducción? “La ciencia ha dado pasos enormes. Mira la creación de las incubadoras. Hay nacimientos artificiales. Es algo bastante común, ni siquiera resulta impresionante. No nos va a hacer falta reproducirnos por los métodos tradicionales”.
El sexo, sugiere, es “una especie de sexto sentido” sobre “el que nos han mentido mucho, desde pequeños”: “Ni siquiera creo en el darwinismo. ¡Ese mito…! No había muchas bases científicas a mitad del siglo XIX. Todos sus experimentos se basaron en perros y eso no puede satisfacer los criterios científicos que tenemos hoy en día. Desde hace muy poco podemos observar bien a los animales, en libertad, y es la primera vez que podemos estudiarlos y opinar algo sobre sus comportamientos”. Pero bueno: ¿quién ganará entonces la potencial guerra de sexos? “Siempre triunfa quien tiene más rabia y más odio. Triunfarán las mujeres. Podemos evocar el mito de Las Amazonas. Todos los mitos tienen su gramo de verdad”.
Luego divaga. Le da por contar que una vez le invitaron a participar en una guerra y él dijo “encantado, ¿cuándo?”. “A las cuatro de la mañana”, le respondieron. “¡Bueno! ¡Ah! ¡Muy bien! Vaya horas”. Se parte de risa. Querría hablarle de Gila, pero prefiero no hacer pasar por ese trago a la traductora. “Hay cosas que aún no he probado, ¿eh? Nunca he sido esclavo. Nunca he estado en galeras. Hay cosas que jamás podré probar, como ser chino”. Le aterra secretamente no poder llevar el mundo hasta la última de sus posibilidades poéticas. Hasta la última de sus posibilidades trágicas.
-¿Y la literatura, para qué sirve?
-No sirve absolutamente para nada. Quizá sólo para seducir a las mujeres.
-No está mal.
-Nada mal, efectivamente.
Tiene un día espléndido, Limónov, dentro de esa cabeza regurgitante. Estamos de suerte: hasta accede a hacerse fotos. Se despide estrechando la mano y con una leve reverencia. Vuelve a reírse y murmura algo. “¿Qué dice?”, le pregunto a la traductora. “Dice que está imaginando cómo le presentarás a tus lectores en el texto: ‘Hoy hemos tenido una reunión con un escritor loco’”.