Los personajes de Últimos días en Berlín (Planeta) sirven a su autora, Paloma Sánchez-Garnica, para hablar sobre el totalitarismo y sus efectos. Sus personajes viven marcados por un tiempo que les impide ver los frutos de sus decisiones, pero que intuyen a través de unos ideales férreos. De las páginas del libro finalista del Premio Planeta 2021 surge Yuri Santacruz, un descendiente de españoles y huido de la Rusia posrevolucionaria que llega a un Berlín que vive los días del ascenso del nazismo. Allí conocerá a Claudia y a Krista, generando un convulso triángulo amoroso que nos llevará desde el Tercer Reich hasta los gulags estalinistas.
Paloma Sánchez-Garnica cuenta con varias novelas de éxito a sus espaldas, una adaptación televisiva y un Premio de Novela Fernando Lara, ganado en 2016. La última edición del Premio Planeta dejó un reguero de comentarios y polémicas de los que la autora se desliga, presentando una novela de tintes históricos, aunque con la mirada puesta en nuestro presente.
La novela arranca con una cita de Stefan Zweig que abre el resto del argumento de la novela: "La historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan una época".
Lo que he tratado de entender en esta historia es qué falló para que Europa y el mundo se vieran envueltas en una Guerra Mundial después de aquel 30 de enero de 1933. La base es que no podemos ver crecer la hierba ni saber los resultados de nuestras decisiones, pero sí que podemos estar preparados conociendo nuestra historia. La vulnerabilidad económica y política fue lo que llevó a Alemania a esos errores. Debemos ser una sociedad leída, con capacidad de opinar, alertada de la manipulación que intenta cambiar los principios morales, como ocurrió con el totalitarismo nazi y estalinista.
Precisamente en la manipulación estuvo la clave tras el incendio del Reichstag que facilitó el ascenso nazi. Seguimos hablando de propaganda goebbeliana en la esfera política. ¿Hemos aprendido de esos errores del pasado?
Espero que hayamos aprendido como sociedad porque vienen tiempos muy oscuros. Las generaciones que solo conocemos los tiempos de paz y que no hemos sufrido tragedias como guerras mundiales, tendemos a pensar que no somos manipulables. Creo que el peligro siempre existe y que debemos estar alerta. Aún hoy hay muchos lugares en el mundo donde se viven cada día tragedias, Afganistán, por ejemplo.
Incluso sin salir de Europa, Polonia o Hungría sin ir más lejos tratan de recorrer el camino inverso a ese plan de futuro europeo.
El problema de ambos gobiernos es el nacionalismo, poner los intereses y criterios propios por delante de los del resto de países. Así empezó todo hace cien años.
¿Sigue siendo el gran mal?
La historia nos demuestra que el ser humano se equivoca una y otra vez. Como ciudadana española y europea necesito tener la esperanza de que el sentido común no nos lleve a repetir esos errores. Primo Levy escribió que lo que se vivió en la Alemania nazi podía ocurrir en cualquier lugar y en cualquier momento. Hay otra frase demoledora que dice: "El mal triunfa cuando los hombres buenos no actúan".
El peso de los hechos históricos se mide a través de Claudia y Krista, poniendo el foco de sobre la visión femenina de ambos personajes. ¿Qué relevancia tiene esta decisión?
Las mujeres formamos parte de la sociedad, para bien y para mal. Ambos personajes son muy distintos, una es simpatizante nazi, completamente convencida por la propaganda. Krista es todo lo contrario y se opone totalmente a las políticas que Hitler intenta imponer a través del aparato mediático. Hay una parte fundamental en la novela que es la guerra a través de sus ojos. Es algo que no se ha estudiado a pesar de que los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial no discriminaron los objetivos civiles.
A partir de 1945, con la entrada del Ejército Rojo en Berlín, la rabia de los rusos tuvo como objetivo muchas de las mujeres que intentaban sobrevivir en la ciudad. Volcaron su resentimiento y su brutalidad, fraguada durante cinco años de guerra. Las mujeres tuvieron que asumir y normalizar aquella agresión, y lo que es peor, callarse después de la guerra sobre lo que vivieron. Pero fueron ellas las que reconstruyeron Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
Se habla de un 90% de mujeres violadas durante el conflicto, un tabú que no se menciona en lis libros de historia y que muchas veces se queda fuera del relato oficial.
Absolutamente, la vergüenza y el temor a ser rechazadas. Mi documentación se ha basado en su mayoría en diarios de la época. Desde el punto de vista de los rusos, pero también de supervivientes alemanes. Hay uno que es espectacular, Anónima, una mujer en Berlín, el diario de una mujer nazi, periodista, que empezó a escribir al comienzo de la guerra.
Recogió todas las barbaridades que ocurrieron en la retaguardia para que no se perdiesen tras la contienda. Cuando su marido regresó del frente, ella se lo enseñó para que supiese lo que había vivido durante su ausencia en el frente y él la rechazó. Cuando se publicó, una década más tarde, la sociedad civil puso el grito en el cielo, a pesar de que su testimonio era igual al de la mayoría de las mujeres de ese periodo. Es el ejemplo claro del silencio que rodeó a la mitad de la población.
Hablando precisamente de voces, a raíz de este último Premio Planeta del que has sido finalista, ha surgido un debate sobre el papel de la mujer en la literatura. Se ha hablado desde sus supuestos privilegios a la hora de ser editadas, hasta de la visión de mujer a través de los escritores.
Es un debate que está y estamos en un país en el que se puede debatir y polemizar. Pero ellos son tres hombres que se sentaron para hacer una novela sin saber la trayectoria que iba a tener. Decidieron escoger un pseudónimo para que les pudiesen editar a los tres más fácilmente. Uno dijo "Carmen", el otro respondió "mola" y lo decidieron: fue así de sencillo. Llegó un momento en que se empezó a resquebrajar el secreto y empezaron a estar incómodos. Pero no acepto esa etiqueta que nos intentan imponer de que es fácil editarnos.
¿Desestima el trabajo de las novelistas?
Claro, yo publico por mis historias, no por llamarme Paloma. Porque los personajes que creo y que escribo enganchan y llegan al corazón de los escritores. Está bien el debate, pero vamos a dejar las cosas claras, no son tres hombres que se escondieron detrás de un nombre de mujer, lo hicieron detrás de un seudónimo. Pero es una forma de traer los mismos prejuicios que ya existían antes. Dicen que una mujer no puede escribir con los detalles macabros y gore que aparecen en la novela, ¿por qué no?
Ningún lector lee el mismo libro de la misma forma, la lectura entra a jugar con sus condicionantes sociales, experiencia, edad... Para escribir ocurre lo mismo. Cuando escribo lo hago con mi condición de mujer y tantas otras cosas que me dan forma.
¿Es tendenciosa la forma en que los autores masculinos construyen personajes femeninos?
Tendenciosa no, pero ahora, como dice Javier Marías, los hombres conviven más con las mujeres. Los hombres saben cómo son las mujeres desde la madre, la profesora, la cocinera... Sin embargo, a las mujeres les estaba vetado el de los hombres. El despacho del padre donde no se podía entrar o conversaciones en las que no se podía participar, por ejemplo.
Carmen Martín Agite comentaba un pasaje de La Regenta donde Clarín escribía que una mujer joven, recién casada, tenía miedo de sentir placer en la noche de bodas. Cuando Gaite criticaba que una mujer que se acostaba con un hombre mayor, que le doblaba la edad, su última preocupación era el placer que podía sentir, las mujeres no funcionamos así. Leopoldo Alas Clarín lo escribía desde el concepto del sexo de un hombre, y obviamente se nota. Ahora estamos mucho más conectados con la forma de sentir de ambos sexos, aunque notas esos pequeños tics de los escritores hombres.
¿Qué atributo del protagonista de tu novela, te gustaría que fuese más común en los hombres de la actualidad?
Sentido común, así de simple (ríe). Qué fácil sería una sociedad grata donde los contrarios puedan hablar y compartir su visión, enriquecernos.