Terremoto flamenco: una Zambomba menor de edad
María Terremoto tiene 16 años y sigue los pasos del padre y el abuelo en los tablaos. Con las Navidades llega su versión más explosiva.
31 diciembre, 2015 19:17Noticias relacionadas
Cuando asoma diciembre por las calles de Jerez, en barrios donde el flamenco es universal, en los que cualquier sentimiento se convierte en quejío las sagas familiares de cantaores y bailaores sacan la botella de anís y la cuchara, el almirez y la zambomba para hacer de las reuniones navideñas una gran juerga. Al cante no le falta baile y a los cuerpos, las delicias típicas: pestiños y berzas –potajes de la tierra.
Los villancicos tradicionales suenan por bulerías, por rumba y alegrías. El flamenco se viste de navidad porque cuando el pueblo se vuelve dulce, de polvorón de canela, y el alma de cascabeles, es cuando la zambomba suena (versos de Diciembre, de Fernando Terremoto). Las Zambombas estallan en Jerez y Arcos de la Frontera, entendidos dirán que nació en uno u otro sitio, pero la cuestión es que la semilla -plantada en el S.XVIII- se hizo árbol, y toda Andalucía, dentro de los patios de vecinos, en las casas o peñas, celebra las fiestas en comunidad, al ritmo de palmas, guitarras y marimorenas.
A mí me gustaría formarme en solfeo, ser maestra de cante y, como mi padre, llegar a componer
Jerez ha regalado un imperio de voces al flamenco. Uno de los más grandes, considerado maestro de la seguiriya, fue el Terremoto de Jerez. María Terremoto, hija de Fernando Terremoto y nieta del Terremoto de Jerez se estrenó en los escenarios la primera vez que una Zambomba dejó el patio de vecinos para ser también espectáculo con público. Ese día, cumplía un año. El pasado 21 cumplió 16, en la Zambomba del Teatro de La Latina en Madrid, interpretando el villancico de su padre, Diciembre.
El padre revolucionó la Zambomba y la hija con el derroche de voz hace justicia al nombre artístico familiar. “Mi padre, si viviera, hubiese querido que mi lanzamiento como cantaora no hubiese sido tan pronto. Él habría preferido que yo hubiese estudiado el flamenco en profundidad antes de subirme escenario”, cuenta María.
Música de calle
Además del legado familiar, María habla cantando porque el barrio de Santiago es un tablao abierto las 24 horas. “Desayuno en la calle casi cada día, en el bar El Tabanquito, y allí puede sentarse alguien y hacerme palmas o ritmos con los nudillos, y de ahí, me arranco con el cante, el baile o lo que haga falta”. El barrio de Santiago es una comunidad donde todos se conocen, y sobre todo, se comparte. El trato y la relación es de hermandad. El barrio es una fiesta de hermandad. Cualquier esquina puede ser en verbena. No necesitan teatro.
María la Terremoto canta desde que era migaja de pan. Recuerda emocionada cómo fue el reencuentro con su padre, cuando regresó a los tablaos tras recuperarse de una enfermedad. Le brindó, en la peña de su familia (la Asociación Cultural Fernando Terremoto), una bulería con 8 años. “Mi padre era guitarra, su maestro fue Manuel Mora. Mi padre no cantaba ni en las bodas de sus hermanas, no era capaz ni de tocar las palmas. Hasta que un día se arrancó a cantar y le animaron a presentarse a un certamen en la Peña Don Antonio Chacón. Allí debutó como cantaor, a los 22 años”, cuenta María. Fernando Terremoto dejó para la posteridad tres discos, tres mayúsculas maravillas. En Madrid formaba parte del elenco de Las Brujas, Casa Chicote o Los Canasteros. “Cuando era chica, mi padre se encerraba en la habitación a componer, se grababa con un aparatito y mil veces repetía y repetía hasta dar con la nota o la letra. A mí me gustaría formarme en solfeo, ser maestra de cante y, como mi padre, llegar a componer”, cuenta a este periódico.
Terremoto vuelve
Terremoto de Jerez -abuelo- también empezó a cantar más tarde que la nieta, él era bailaor de profesión. La seguiriya es un palo para pasar fatiga, con letras profundamente duras: “Qué desgracia la mía hasta en el andar, que los pasitos que pa´lante yo daba, se vienen pa´ atrás”. Interpretadas desde el dolor y el llanto. “Es un palo que no puede cantar cualquiera. Mi abuelo de chico pasó mucha pena y desde lo más profundo sacaba la rabia para llegarnos al alma”. La Terremoto cree que su abuelo era un flamenco puro, de cante hondo. Su padre era un artista más completo, con mejor formación, conocedor de otros estilos musicales y compositor de coplas.
María la Terremoto estuvo un tiempo viviendo en Sevilla. Allí conoció a la gran bailaora Manuela Carrasco, que para ella es su tercera abuela. La nieta de Manuela y ella iban juntas al cole. “Manuela me enseño muchísimo, a ella, y a mi abuela materna – María Márquez, también cantaora de Jerez- les debo parte de lo que sé”. He ahí que la artista, además de cantar, tenga mano con el baile. La niña que hace de los fandangos un regalo de los dioses, dice que su vida es el cante, que donde no llegan las palabras llega el quejío, y que su manera de expresar lo que siente es desde este arte.
En la peña de los Terremoto, por tradición, se celebra cada año el 5 de diciembre una Zambomba abierta. Cerca de 200 personas, entre familiares y amigos, se reúnen para cantar y bailar villancicos flamencos. El repertorio es espontaneo, cualquiera puede arrancarse y el resto siguen el compás y la marcha. El terremoto vuelve por Navidad.