Para explicar la trama, las películas de cine mudo utilizaban en tiempos de Buster Keaton una media de 240 cartelas (o cuadros con texto), según contó él mismo en una entrevista. “Lo máximo que yo utilicé fueron 56”, presumió. Sus trabajos fueron rodados con tanta inteligencia que no necesitaban parecer inteligentes. Al contrario, derrochaban naturalidad y apariencia de sencillez hasta hacer reir a carcajadas. Y no requerían muchas palabras ni libros de instrucciones, como recoge un vídeo que se ha hecho viral entre los amantes del género por analizar en pocos minutos por qué su cine es inmortal.
Algo así le pasó a Wolfgang Amadeus Mozart. Si hoy resucitase y saliese de la común en la que lo enterraron, el niño prodigio, el excéntrico, atormentado y gran parte de su vida incomprendido genio de la música podría descubrir que es eterno con sólo poner la televisión y escuchar alguna de las melodías de La Flauta Mágica en un anuncio de champú o en una serie de televisión para hipsters. Valga como ejemplo esta incitación al asesinato, este pajarero feliz o la majestuosa obertura que desde este sábado se pueden escuchar en el Teatro Real de Madrid.
En esta versión de la célebre obra de Mozart no hay más escenografía que un telón y una gran pantalla que homenajea a Keaton y a Louise Brooks, otro icono del cine mudo. Los personajes entran y salen de la pantalla. Literalmente. Se apoyan en exuberantes elementos en movimiento y referencias al cómic, los dibujos animados de superhéroes y el cabaret. La ópera se convierte en una película de animación que no descansa nunca. La mala-malísima Reina de la Noche es una especie de extraterrestre con enormes patas de araña. Como la producción original, presentada en 1791, pocos meses antes de la muerte de Mozart, es delirante y al mismo tiempo llena de simbólicos recovecos. Pero el diálogo con el cine y los efectos audiovisuales hacen que además sea radicalmente moderna.
Fue estrenada en la Komische Oper de Berlín en 2012 y supuso un gran éxito para Barrie Kosky, director de escena y autor de la idea. Había visto la ópera por primera vez en su Australia natal cuando era un crío. Entonces le horrorizó. La producción desnaturalizaba una ópera que nada tiene que ver con otras célebres obras de Mozart (Don Giovanni, Las bodas de Fígaro o Così fan tutte) y que merece un tratamiento especial. Está escrita en forma de Singspiel, un género muy popular en la Alemania de la época que mezclaba música y teatro hablado. Un vodevil primo de la más castiza zarzuela española.
Masonería 2.0
Además de una película de ciencia ficción para las masas de la época, la obra es una reivindicación nada tímida de la masonería que cautivó a Mozart. Un romance se va tejiendo entre símbolos y apelaciones al conocimiento, la belleza y la espiritualidad. Contiene hasta un rito iniciático masón en forma de pruebas para que Tamino pueda ser feliz con la mujer a la que ama. Sin embargo, la versión prescinde de gran parte del teatro hablado que está en el texto original, escrito por Emanuel Schikaneder. Es ahí donde entran los gags a lo Keaton y los títulos propios del cine mudo, que buscan la espectacularidad teatral prescindiendo de todo lo que no sea música de Mozart.
Ivor Bolton, el director musical titular del Real, dirige con brío a la orquesta. A los cantantes, entre los que destacan Sophie Bevan (Pamina) Joan Martín-Royo (Papageno), les cuesta estar a la altura de la producción, por otra parte muy exigente en gestos y sincronización con el vídeo. El público respondió este sábado. Aunque a los que acuden a los estrenos de las óperas no suelen gustarle los experimentos, en el patio de butacas se escucharon algunas carcajadas.
La Flauta Mágica ha sido considerada a menudo como una de las mejores óperas por su música y una de las peores por el libreto (o texto de la trama) que la acompaña. La polémica sobre si el texto está a la altura de la sensualidad irresistible de Mozart es una vieja polémica (“Es necesario ser más sabio para comprender el valor del criterio que para burlarse de él”, dijo Goethe, según ha recordado el musicólogo José Luis Téllez).
Es por eso que la rigidez y los purismos no se llevan bien con la obra. Pero sí con Buster Keaton.