Carlo Broschi, conocido como Farinelli, fue el cantante más célebre del siglo XVIII. Tuvo todo lo que otros desearon: una voz angelical, éxito y fortuna. Pero le faltó algo que para la mayoría era natural. Farinelli fue un castrato, uno de aquellos muchachos que eran emasculados en su infancia para que cantaran como sopranos en su vida adulta, una práctica prohibida pero habitual.
El montaje lírico-teatral Farinelli, el castrato del rey Felipe, lleva esta semana (días 14, 16 y 17 de enero) una parte fundamental de su vida a los Teatros del Canal: su larga estancia en España, que lo convirtió en un personaje clave para el rey Felipe V, al que cantó durante de miles de noches seguidas, y su sucesor, Fernando VI. Pese a ello, asegura Tambascio a EL ESPAÑOL, aún hoy Farinelli “es muy poco conocido” en España.
El montaje que dirige Gustavo Tambascio no es una biografía de Farinelli. “Está fundamentalmente basado en el tiempo que pasó en España. De esos 22 años, el núcleo central son los 9 que cantó para Felipe V todas las noches”, cuenta el director. Quien quiera saber más de cómo y dónde nació, creció y se convirtió en lo que fue, puede encontrarlo en alguno de los trabajos que han servido de documentación al director: las biografías del cantante escritas por Sandro Capelletto, Patrick Barbier y Jesús Ruiz Mantilla.
Nueve años con el rey
Farinelli llegó a España en 1738. Isabel de Farnesio, la esposa de Felipe V, le había escrito con la esperanza de que su voz sacara al monarca de una profunda depresión que lo mantenía en cama y alejado de sus obligaciones regias. Se reveló como todo un acierto. Farinelli pensaba estar una temporada breve en Madrid y no dejó España hasta 22 años después, convertido en artista de cabecera del rey y posteriormente de su hijo, Fernando VI.
No hay datos exactos que lo atestigüen, pero, según un cálculo aproximado, entre el 28 de agosto de 1738 y el 9 de julio de 1746, cuando murió Felipe V, Farinelli pasó 3.212 noches cantando de forma particular para el monarca. Algunas arias se repetían, como Pallido il sole, del compositor alemán Hasse o El ruiseñor, de Giacomelli. Aunque nueve años dan para mucho.
El 'castrato' actuaba todas las noches para el rey, aunque empezaba tarde. El monarca era famoso porque terminaba cenando a las 5:00 de la mañana y escribiendo la última carta a las 6:30
“Lo hacía sistemáticamente, todas las noches. Que es una forma de decir, porque Felipe V llevaba una forma de vida demencial. Farinelli a veces empezaba a cantarle a la 1:00, otras a las 3:00, y a veces seguía hasta el amanecer”, recuerda Tambascio. El monarca era famoso porque “terminaba cenando a las 5:00 de la mañana y escribiendo la última carta a las 6:30, con una regularidad asombrosa. Su correspondencia es brutal: todo los días la misma carta que le manda a su hija, que está en Versalles”.
La académica de la Historia Carmen Sanz Ayán corrobora la veracidad de aquellos años de actuaciones, de los que hay constancia. "Fue la solución que buscó Isabel de Farnesio para intentar que su marido saliera de esa situación de enclaustramiento. Tenía los biorritmos cambiados. Estaba despierto por la noche, de día no trabajaba, despachaba por la noche… tenía una serie de problemas que se ha descrito de maneras distintas. Era un hombre depresivo. Lo que en la época se describía como una melancolía continua".
Aunque el montaje contiene parte de especulación histórica, su base está rigurosamente documentada. “Está basado en hechos históricos, pero son cosas que no sabemos: yo creo que, lo primero, Farinelli lo levantó de la cama. Eso es auténtico. Cantó cuatro arias desde la habitación de al lado. El rey no reaccionaba. La cuarta lo hizo entrar y el rey le dijo: '¿Qué quieres para cantarme así todas las noches?'. Farinelli le respondió: 'Que su majestad se levante de la cama, se afeite, se vista y cumpla sus deberes de rey'. A la mañana siguiente estaba en pie después de años sin levantarse”.
La gratitud del monarca fue acorde a los servicios prestados. No sólo cancelaron el contrato que unía a Farinelli con la ópera de Londres, para pagarle el equivalente por su permanencia en Madrid. Lo convirtieron además en una figura de primer orden en la corte. Llegó a ser ministro, un poder que nunca quiso utilizar. “Nunca volvió a cantar en público salvo alguna serenata que se hizo en palacio. Retirado a los 32 años en la cúspide de la gloria”, así define aquel cambio en su carrera Tambascio.
Como Elvis Presley
Cuesta imaginarlo. “Era el cantante más famoso del mundo”, asegura. Hoy no habría un equivalente claro: “Como si Elvis Presley, a los 30 o 32 años, se hubiese retirado por completo y hubiese cantado nada más que para un jeque. Con el agravante de que a Farinelli no se le escuchaba porque no había discos”.
Tambascio, que se define como republicano, mira con cariño a casi todos los personajes del periodo que retrata. En escena, tres cantantes y cinco actores darán vida a los cinco personajes de esta pieza a caballo entre el teatro y la lírica. Los únicos protagonistas son el castrato, los dos Borbones a los que sirvió y sus reinas consortes.
Isabel de Farnesio, asegura Tambascio, “fue una reina de un carácter extraordinario, una inteligencia fuera de lo común y un sentido de la política único”. Felipe V había sido “el sable guerrero” y “el animoso”, un rey batallador. Pero cuando Farinelli llega a Madrid, el monarca lleva tiempo si salir de la cama: ni siquiera se bañaba. “Fue el terror de Cataluña cuando invadió en 1714 expulsando al famoso archiduque Carlos. Pero este hombre que tenía este carácter tan aguerrido, de una cultura y una inteligencia extraordinarias, de repente cae en eso que en aquella época se denominaba melancolía”.
Con Fernando VI la fortuna de Farinelli no sólo siguió su curso, sino que mejoró: “Le dieron todo: lo nombraron director de óperas y de fiestas. Farinelli ya no cantaba: les organizaba los festejos, inventó cosas fantásticas, como las famosas falúas con orquestas en el Tajo, en Aranjuez”. Empezaba una nueva etapa: “Entró en su tercera carrera: divo absoluto en Europa primero, cantante privado después y finalmente una especie de ministro de Cultura”.
"Es una época en la que el tipo de ópera italiana está triunfando en casi toda Europa. Sigue siendo una ópera que bebe de la manera de entender el barroco en la segunda mitad del XVIII y Farinelli es su máximo exponente", recuerda Sanz Ayán. "Circula por toda Europa y tiene un éxito enorme", añade la académica, que describe al cantante como un hombre inteligente y capaz que sabía moverse en la corte. "Es un hombre de éxito en toda Europa. Convence a Fernando VI y seduce absolutamente a Bárbara de Braganza. Es de esos músicos que no son sólo músicos, no sólo virtuosos: él llega a ser director de teatro. Son personas de corte".
Carlos III y el capón
Sólo la llegada del siguiente monarca truncó su carrera en Madrid, y Farinelli tuvo que regresar a Italia. “Carlos III lo sacó con la famosa frase, falsa o no: 'Los capones me gustan en mi mesa'. Pero él no se quitaba a España de la cabeza”, explica Tambascio. Eso sí, se fue con una renta vitalicia y rico. "Hace caja. Se le pagaba muy bien. Se entiende por qué se queda en la corte española", recuerda Sanz Ayán, que ha tenido acceso a los ingresos del músico en el Archivo de Simancas. Farinelli vivió apaciblemente muchos años más, aunque aquejado, como Felipe V, de una depresión que ya no lo abandonó hasta la muerte.
Lander Otaola encarna en el montaje a Farinelli, acompañado por Sandro Cordero (Felipe V), Natalia Hernández (Isabel de Farnesio), Trinidad Iglesias (Bárbara de Braganza) y Jorge Merino (Fernando VI). Aunque la voz de Farinelli sonará en la de dos contratenores y una soprano: Filippo Mineccia, Konstantin Derri y Mercedes Arcuri. Hoy no tenemos forma de reproducir el tono exacto de los castrati. “Es totalmente imposible, sobre todo una voz de una extensión prodigiosa como Farinelli”, cuenta Tambascio.
“Cada vez evoluciona más el arte de los contratenores, pero es una voz artificial. En el fondo, un contratenor es un tenor o barítono que canta una octava por arriba. Es una proeza muy forzada. Lo cual no quiere decir que suene mal”, matiza el director. La de Farinelli se situaba en un terreno “extraordinario: una voz que carece de sexo, como los ángeles”.
En sus cartas al conde Sicinio Pépoli, Farinelli mantiene la teoría de la castidad absoluta. Se cree que estuvo enamorado de una bailarina. Pero son sólo suposiciones
También el cantante carecía de él. Hay muchas conjeturas sobre su vida sexual. Ninguna respuesta. Fernando VI y su esposa son quienes le tratan con más intimidad y le preguntan a menudo por sus amores. “Son los que le tienen más cariño -cuenta Tambascio-. Fernando de forma más brutal, más directo. Bárbara de una manera más exquisita, como era ella”. Pero todo son suposiciones. “Yo me atengo a lo que él ha dicho en las cartas al conde Pépoli: mantiene la teoría de la castidad absoluta. Aparentemente estuvo enamorado de una bailarina. Y dicen que la infanta estaba enamorada de él, una cosa imposible porque había un abismo entre ellos. Bárbara le llega a preguntar si hay algo entre él y Metastasio, su querido poeta, al que siempre escribía. Pero él siempre dice que no: 'Los dioses, con el don de la voz, me enajenaron el don del amor'. Evidentemente hay un dolor brutal, una herida enorme”.