Una cosa es ir a la ópera en Europa y una muy diferente es hacerlo en Estados Unidos. En Europa los teatros son antiguos y pequeños. Las entradas carísimas y, a veces, con escasa visibilidad. Los habituales copan los mejores asientos con sus abonos de temporada. Y una vez allí dentro, se respira la atmósfera de sofisticación intelectual. Cada montaje requiere su tiempo, las funciones no comparten cartel.
En Estados Unidos, en cambio, todo es diferente. Las óperas son un espectáculo prácticamente popular, con precios para todos los gustos, ambiente distendido, enormes aforos y aplausos a voluntad en medio de las arias si el público así lo cree conveniente. El cliente siempre tiene la razón. Y las programaciones no se consagran a una ópera durante varias semanas, sino que intercalan grandes producciones una tras otra durante toda la temporada.
Ya lo decía Roberto Alagna: en España y en Italia la gente va a la ópera a masacrar. En Estados Unidos a disfrutar
Ya lo decía Roberto Alagna: en España y en Italia la gente va a la ópera a masacrar. En Estados Unidos, a disfrutar. Famosa fue su espantada a mitad de función en la Scala de Milán, fruto de un legendario cabreo con el sector más recalcitrante de la platea.
Ópera masiva
Plácido Domingo hace tiempo que entendió que la ópera tenía que ser algo masivo y eso le costó miradas de desaprobación de los puristas. Su iniciativa de Los 3 Tenores con Josep Carreras y Luciano Pavarotti llenaba grandes estadios para unos conciertos llenos de greatest hits del bel canto. Al diablo con la narrativa, el pathos y la épica. También cantó con Mocedades el entrañable Maitechu Mía. Y cómo le gusta salir a cantar el himno del Real Madrid siempre que puede.
Nadie se atrevió a discutir su grandeza al margen de esos baños de multitudes, pero lo cierto es que Estados Unidos le echó el ojo y se fueron pavimentando sus caminos convergentes. Él tenía un buen olfato para los negocios y Los Ángeles, meca del entrenamiento, supo reservarle el puesto de director de su ópera. Domingo sacó su lado "pichi" e incluso convenció a Woody Allen para debutar en este campo. Golpe de efecto total.
Pero parece que ha llegado el momento de dejar de exprimir la gallina de los huevos de oro. La de Plácido y la de la ópera. Y no lo dicen en París ni en Milán. Lo dicen en Nueva York, donde en un auditorio construido en los años 60, con capacidad para casi 4.000 personas y que despacha entradas a 30 euros, el cantante español no dio la talla como Simon Boccanegra. "Sus registros bajos fueron muy débiles, a menudo ladridos. El contraste con los otros compañeros de reparto fue evidente", dijo de él el crítico del New York Times Anthony Tommasini, que ya pidió su retirada del español la primavera pasada tras verlo como Don Carlo en el Ernani de Verdi.
Como Caballé en la lotería
No le quita mérito a su presencia escénica y a su gallardía pasados los 70 años, pero le recuerda que la ópera también tiene que ser voz. Le viene a decir, para que nos entendamos, que la ópera no es el fútbol y que el Met no es el Cosmos, donde vienen las viejas glorias a disfrutar una jubilación millonaria. Que mira Montserrat Caballé cantando en anuncios de lotería.
The New York Times viene a decir que la ópera no es el fútbol y que el Met no es el Cosmos, donde vienen las viejas glorias a disfrutar una jubilación millonaria
El silbato que ya no funciona
El choque de tragedia griega y transacciones económicas terminó con una frase ya legendaria: ¿Quién eres tú? ¡Nada! Tienes un silbato en la garganta que ya no funciona
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