Antes de cada actuación, fingen masturbarse con unas brochas. Después las hunden en pintura roja y escriben en un gran cartón su nombre: Las hijas de Violencia. Elevan los brazos para que quede constancia del vello largo de sus axilas, se levantan la falda y muestran al público sus bragas húmedas de sangre. Sacan unas pistolitas de confeti y disparan ficticiamente a su enemigo: el acosador callejero, el hombre que piropea, persigue, intimida y hasta toca a la mujer transeúnte.
"Nuestra realidad aquí en Ciudad de México es que, al salir a la calle, los hombres se sienten con el poder de opinar sobre nuestros cuerpos, y ese poder les hace creer que tienen otros", cuenta este colectivo artístico y feminista a El Español. "Ejercen una violencia que culmina en el feminicidio y su normalización".
Sexista punk from Las hijas de Violencia on Vimeo.
Ante situaciones radicales, respuestas artísticamente radicales. Ana Karen y Ana Beatriz son actrices de la Escuela Nacional de Teatro y Beztabeth Estefanía es artista visual. Su proyecto comenzó cuando, hace tres años, las dos primeras se unieron para organizar una obra teatral sobre lo que significa ser mujer. Su hartazgo de los “Adiós, guapa”, “Qué rica, mamita, qué culito”, los besos sonoros y los comentarios obscenos se convirtió en rabia al contrastar los datos. Según el último estudio en profundidad -ENDIREH 2011-, el 31.8% de las mujeres mexicanas de más de 15 años han sido víctimas de alguna agresión pública, desde insultos hasta violaciones.
La violencia de género afecta al 63% de la población femenina. El INEGI [Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática] explica -con datos más actualizados- que entre 2013 y 2014, siete mujeres fueron asesinadas diariamente en México.
Lo que una mujer no debe ser
El proyecto teatral se les quedó corto para gestionar la protesta y Beztabeth les prestó el apoyo estético. Poco a poco se unieron más chicas, como Elisa Gutiérrez, Verónica Bravo o Patricia Rodríguez. El bautizo como Las hijas de Violencia se lo deben a Violencia Rivas, “un personaje que nos ha inspirado porque usa el humor y el cinismo para hablar de este mundo androcéntrico”: “Además de ser la precursora del punk, es grosera, es vieja, es alcohólica, detesta a sus hijas… es todo lo que una mujer no debe ser”, sonríen.
En su discurso defienden a la mujer marginada por salirse del canon, por no ser otra abnegada esposa mexicana: “Somos las prietas, las chaparras, las pobres, las putas, las que tienen que sonreír pero no lo hacen tanto, las que menstrúan y sufren sin que nadie se entere. Las que manchan, las que gritan, las que rabian, las locas, las peludas que quieren retomar el control de su cuerpo, las exageradas que buscan caminar por la calle sin que nadie las moleste, las histéricas que quieren inventarse la relación entre acoso callejero y feminicidio. Las abortistas, las lesbianas, las madres solteras, las solas”.
Así saludan al mundo, con el descaro y el resquemor de la experiencia traumática vivida: “Hola, nos alojamos en tu útero el día que un macho se negó a usar condón y se vino sin preguntar”. Las activistas explican que “dejar de callarse para confrontar ya es una revolución en sí misma” y que usan el arte como “el lenguaje que conocemos para organizar la rabia y defender la alegría”.
Contra el ‘macho progre’
Su canción Sexista punk ha terminado de hacer resonar su proclama por la red. “En una voz baja tú me dices tantas cosas / paso a un lado y veo tus miradas asquerosas / si esto fuera el metro, no lo dudo ni un momento / que tus manos en mis nalgas ya estarían dentro”, cantan. En el videoclip, unos acosadores -en realidad, mujeres con caretas de animales- presionan con sus brazos el pecho de las chicas, recorren su torso con presión, con lascivia. Desde detrás, claro, como forma de denunciar que este tipo de agresiones se llevan a cabo a ultraje limpio, por la espalda, y convierten a la mujer en un objeto pasivo y circulante, en blanco fácil de la violencia verbal y física.
“No me halagas, me incomodas como todo el resto / no te importa cómo vista o qué traiga puesto / no tienes derecho y o que haces es de cerdo”, reclaman en sus letras. Lamentan que “de pedazo de carne no bajemos” y que se les hable “como si me fueras a violar”. Por fin, el estribillo: “Sexista, machista, ¿qué es lo que tú quieres? / ¿Mostrar tu hombría? A la mierda de mi vista”.
El ‘macho progre’ es el hombre que se considera culto y formado y promueve formas rebuscadas de solapar la misoginia, como el mansplaining
El primer espécimen a exterminar, dicen, es el “macho progre”. Cuentan que su cruzada feminista las ha puesto en contacto con individuos que camuflan su machismo en meras bromas y pretenden normalizar su praxis. “Es común ver a académicos, artistas o colegas que nos objetivizan, aleccionan o tratan con paternalismo. Es gente que se cree culta y preparada y promueve formas rebuscadas de seguir solapando su misoginia”, relatan. “Rebaten nuestros argumentos con falacias que demuestran su ignorancia al respecto, con el mansplaining, por ejemplo. Tienen demasiado gusto por el micrófono”.
El discurso masculino condescendiente
El concepto ‘mansplaining’ está hecho a medias de las palabras “hombre” y “explicar”, y condensa el trato condescendiente del hombre hacia a la mujer cuando le habla de algo dando por hecho que su capacidad de comprensión es inferior. Fue la escritora americana Rebecca Solnit quien lo difundió: en su ya célebre artículo Hombres que explican cosas, la autora cuenta que una vez se le acercó un tipo en una fiesta diciendo que sabía que ella había escrito algunos libros. Cuando Solnit contestó refiriéndose a su obra sobre Eadweard MuyBridge (El río de las sombras, Vikingo), él la interrumpió y le preguntó si había oído hablar “del libro más importante sobre Muybridge que se había publicado ese año”, sin saber que lo había escrito ella.
Esta anécdota pone de manifiesto que la intención de aquel hombre era lucir su -escaso- conocimiento ante ella y que, en realidad, ni siquiera la estaba escuchando. Se traduce en la tesis de que las opiniones de una mujer -por el simple hecho de serlo- son infravaloradas por el público o necesitan el respaldo de un hombre para ser validadas. El mansplaining disuade a la mujer de manifestarse abiertamente y la condena al autocuestionamiento y la autolimitación mientras refuerza la confianza masculina.
Amenazas de violación y muerte
Las hijas de Violencia saben que se exponen, que son molestas. “Hemos recibido trolleo intenso de machistas organizados que abundan en las redes y que no son sólo de México; amenazas de violación y de muerte”, aseguran. “No somos las únicas. Recientemente, unos trolls se han organizado para tirar la página de unas activistas lesbofeministas, porque la red es otro espacio público que desborda misoginia y en el que no se nos quiere permitir transitar”. En cuanto a la repercusión femenina, notan “empatía” y celebran que ellas mismas, en su vida personal, se estén “empoderando”.
Hemos recibido trolleo intenso de machistas organizados que abundan en las redes y que no son sólo de México; amenazas de violación y de muerte
Su proyecto -de performance, teatro y música- es autogestionado y todo lo que recaudan lo invierten en seguir generando acciones. Lo último: el kit pistola, “una acción simbólica” con la que pretenden “subvertir el poder del acosador: sorprenderlo, sobresaltarlo y, de esa manera, cambiar el rol”. Contiene una pistola de confeti, un sticker de Delilirium Candidum -“una artista feminista radical que amamos”- y un fanzine que propone algunas claves para reaccionar al acoso. Claro que este tipo de violencia callejera “es la punta del iceberg de un problema global”. México no es una excepción, "sólo misógino como el mundo entero”.
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