El erotismo es una lente. Lo sexual viaja en los ojos y genera respuestas rápidas -por febriles-, agudiza el humor, afila las intenciones, interpreta las siluetas de las cosas. La inspiración erótica puede aparecer en cualquier escenario porque nunca se va del todo, inherente como es al ser humano: asalta en la consulta del dentista, en la biblioteca, en la parada del bus, en el mercado. Y, cómo no, en el baño: por lo que tiene de intimidad, de soledad, de tiempo. Porque es un retiro extraño donde sumergirse, observar las baldosas y encontrar mundos imposibles.
A Luis Eduardo Aute (Manila, 1943) le pasa. Él, que ya era músico, cantautor, director de cine, actor, escultor, pintor y poeta, ahora se gusta también voyeur: en los mármoles de los baños de los hoteles intuye desnudos, vaginas hondas y rostros desvaídos tras el orgasmo y los plasma en Pornografía marmórea o Sexo en la bañera de la habitación 19-12 del Holiday Inn de Puebla, México, 2015, un pequeño libro de elucubraciones carnales que acompaña a El sexto animal -poemigas y otras iconografías-, la obra central publicada por Espasa en la que recoge su lirismo apretado, sus greguerías, sus juegos de palabras. Aute enseña su baño -el del hotel- sin pudores: con su toalla mullida cayendo sobre la bañera, su rollo de papel higiénico, su puerta de espejos.
Pornografía marmórea, además de las sugestivas fotografías del mármol -tomadas por el autor- que ponen a imaginar al lector, incluye también dibujos de Aute que comparten el mismo efecto hipnótico. Son trazos sencillos, miradas al cuerpo de cerca: un pezón, un vientre, una barbilla vista desde abajo.
Un glúteo, una mano que agarra, un pene erecto, una selva púbica. Cuando las posibilidades de las baldosas no lo sacian, pasa él mismo a la acción: dibuja una felación, la cabeza de un hombre entre unas piernas femeninas, algo de sexo anal. La mirada libre e independiente del artista no ha perdido vigor; su polivalencia sigue sin pasarle factura.
El poeta Fernando Beltrán es el encargado de explicar los delirios de Aute en forma de prólogo. "La batalla del sentido común está perdida de antemano hace ya muchos siglos (...) la burla, la desobediencia y la mala letra siguen siendo el único recurso que nos queda", escribe. Detalla que los poemas de Luis Eduardo son aquello que decía Octavio Paz de "un pulso, un insistir, un oleaje de sílabas" e imagina que el autor de la lente original no sabe muchas veces al día si reír o llorar, pero intuye que, al final, elige "el berbiquí y la garlopa, la música, la pintura, la poesía, el taller a destajo de su oficio". Lo llama "gamberro del idioma", "Sancho Panza del verbo", "Quijote hasta el hallazgo".
Y es verdad que en su libro hay una carcajada amarga, una orgía de letras y de significados, un guiño, un quejido, una pregunta. Duda uno a veces si tiene más potencia el título o el contenido del poema, como en Ganarás el pan con el sudor de tu mente, Sexcomunión en el Vaticano o Un Día Internacional Sin Fútbol.
Aute suelta la perlita y se va: "¿Existiría la inteligencia / sin la existencia / de la estupidez?", pregunta en uno, pero continuamente aboga por el escape de la lógica ("Nada más sometido al Imperio de la Razón / que el Impetuoso Absurdo") y la apertura de los sentidos y el disfrute (No hay nada más irracional / que el amor o el deseo carnal... / ¿Cómo podemos / en vista de lo cual / apelar a la razón / si del amor o el deseo carnal / venimos todos?).
El poeta cree que las ideas pueden ser buenas o malas, pero que las personas son seguro lo segundo; habla del amor; del aprender, no para saber más que el otro, sino para saber más del otro; del tiempo; de la memoria de los horrores que queda de los políticos de la Historia; de esta era de tanta información y tan poco conocimiento. Resume la vida y pasa a otra cosa: "Toda la parafernalia del Cosmos... / ¿para acabar haciéndose selfies?". Lo dice él mismo: "Se puede perder el sentido de la vida / pero jamás de los jamases el sentido del humor".
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