Hay una atmósfera sucia que sostiene los poemas de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959). Están llenos de miércoles cualquiera, de parejas que han dejado de quererse y se esquivan por los pasillos de casa, de cruces de miradas en un bar que tienden puentes. Poemitas con los huesos marcados -desnudos, realistas, incómodos- mirando al lector como un niño pobre, como una verdad redonda. No hay drama aquí. Lo dijo Luis Cuenca antes de morir, "nos vamos a la mierda" -eso es seguro- pero Iribarren aguarda el desencanto como un espectador plácido, casi aburrido. Se pide un café. Llueve fuera. Toma unas notas y resume el mundo. Hasta que explote otra vez.
En Haciendo planes (editorial Renacimiento) hace lo de siempre: da bofetadas breves, observa a la gente reírse, recuerda, coge autobuses, se encuentra a mujeres que amó -y que no amó- en cafeterías. "Haciendo planes es un título irónico porque, aunque suena bien, a esta edad qué planes vas a hacer", cuenta medio amargo, medio divertido. El poeta vasco se explica al teléfono. Los nubarrones llegan hasta aquí.
¿Por qué en tus poemas siempre está nublado?
(Se ríe a carcajadas) Bueno, como todo lo que hago tiene bastante que ver con lo que me pasa, con la vida real -más que con los libros o la imaginación- hay mucha influencia del clima. Desde niño me ha condicionado, quizá porque aquí en Donosti es casi una presencia... los cielos funcionan como metáforas, no de un estado de ánimo depresivo, sino como un poco de... falta de esperanza. Una especie de realismo excesivo.
Cuando leo tus poemas me da la sensación de que el tiempo no pasa, de que se ha parado, de que estamos quietos... como sucede también en Roger Wolfe. ¿Cómo encaras la vida y la muerte?
Pues en cuanto empiezas a plantearte cómo encaras la vida mal asunto, porque es que queda menos. Me la tomo como viene, es difícil que me decepcione más así que me empieza a divertir mucho. Procuro tomármela con ironía en la medida de lo posible, y, volviendo al inicio, no hacer planes a largo plazo. La idea de la muerte ya no es una extrañeza, como decía Ángel González, uno siente que las balas empiezan a silbar cerca. Hay una sensación de inminencia, como una especie de tercera sombra que va contigo. Pero procuras seguir andando y que venga detrás.
De esos viejos / que en las tardes de verano / infalibles se asoman / a la barandilla de la playa / no se habla demasiado. / Pero es también gracias a ellos / que el concepto de utopía / mantiene aún / cierta vigencia...
Tengo muchos poemas dedicados a viejos y viejas. Soy observador, me gusta quedarme mirando... y extraer no sólo lo que veo, sino otras posibilidades. Y me hace gracia, no dejan de ser una ironía esos viejos que se asoman a ver a las chicas jóvenes en topless. Es entre tierno y lamentable. También es cierto que algunos viejos no salen bien parados en mis poemas. Se han perdido las formas, hacen una serie de cosas... será por esos anuncios de Danacol en los que se les dice "corre, puedes hacerlo todo", y oiga, por favor... Los veo con simpatía, como un lugar al que por un lado dices "joder, tiene que ser terrible ir", y por otro no te importaría llegar. Pero en este poema que tú dices los utilizo vilmente.
¿Qué clase de viejo serás?
Bastante cascarrabias, ojalá. Eso querrá decir que sigo vivo, que sigo escribiendo y diciendo lo que pienso, que sigo cambiando de opinión y que sigo siendo valiente para hacerlo. Decía Ramón y Cajal que una de las cosas que más admiración le causaba era el anciano que era capaz de cambiar de opinión. Es una verdad interesante. Me gustaría ser un viejo tranquilo, apacible y poder viajar en tren.
En uno de tus nuevos poemas dices que tu primer poema era como un insecto clavado en el papel pero todavía vivo (nada para recrear la vista, sólo para sentir). Y, en otro, que la poesía es una mujer a la que agarras de la cintura y te llevas a un lugar tranquilo, pero te das cuenta de que ya no sois lo que erais.
Hablaba de mi relación con el arte. Lo que entendemos por arte es algo serio, solemne y tal, y en el caso del poema del insecto quería explicar que mi poesía tiene más que ver con el sentir que con el admirar. Es un arte más vivo, directo, incluso desagradable si quieres. Prefiero que cuando la gente me lea sienta algo a que diga "oh, qué bonito". Y en el de la personificación de la poesía con la mujer quería decir que cada vez se me resiste más, que le cuesta venir y que, además, con los años hay un poco de agotamiento. La poesía es una mujer a la que ya conozco mucho y cuando acabo de escribir un poema no termino de quedarme satisfecho, aunque ponga de mi parte.
Quizá porque eres consciente de que ya no vas a escribir ese gran poema que te hubiese gustado o no vas a ser ese gran poeta que te hubiese gustado ser a los 30 años. Estás en esto, vas escribiendo, vas publicando... no tienes que conformarte, pero sí asumir que eres lo que hay.
¿Cuál es tu ritual de escritura?
En la poesía es muy importante el oído. Cuando escucho o veo algo que suena bien, que se desliza en la lectura... lo trabajo. Casi siempre tengo el poema en la cabeza antes de pasarlo al papel. Tiene también algo de intuición, tiene que ver con la forma de mirar. Observar situaciones corrientes y mirarlas de otra forma para hacerlas susceptibles de ser poetizadas. Pero todo ocurre cuando estoy receptivo y sólo pasa a veces. Es casi una sensación física, noto una especie de nerviosismo... se abren unas compuertas en el cerebro y sé que durante 15 días voy a escribir. No necesito ir a ningún lugar en especial. Si se abren las compuertas, puedo escribir sobre algo que vi hace tres años en Sevilla. Habrá cosas que archivo en el subconsciente.
¿Cómo es la relación entre poetas y camareros?
Yo fui camarero mucho tiempo y bueno, allí el único poeta era yo (se ríe). Creo que me sirvió, porque en un bar pasan muchas cosas si sabes mirar. Yo trabajaba de noche y analizaba los comportamientos humanos, que en un bar siempre se magnifican. Es un gran observatorio. Me quedaba al fondo mirando... En mi primera poesía yo era más agente, ahora me limito a observar. Hay veces que los bares, esa estilización moderna de la taberna antigua, me parecen casi paradisíacos. Hay momentos que se salen del tiempo. Parece que la felicidad, si es que se puede hablar de eso, está al alcance de tu mano.
¿Qué tienen que ver el alcohol con el arte, el tabaco con el arte y el café con el arte?
Hubo un tiempo en que no me imaginaba escribiendo sin fumar. Y ya no fumo, pero suelo mascar nicotina (ríe). Pero un día dije: me voy a morir aquí. Me cansé de verme esclavizado, empezó a molestarme mi propia dependencia. Pensé que la relación entre el alcohol y el tabaco con la literatura era directa y que prescindir de ello me iba a abocar a una sequía literaria. Me dio igual. Prescindí de ello y no ha sido así.
Pero siguen apareciendo en tu obra.
Sí, porque me han acompañado mucho tiempo. Yo escribo sobre lo que me gusta leer, es literatura de vida. No me interesa la metaliteratura ni esto que hacen ahora los jóvenes del fragmento. Si alguien ha vivido lo que escribe, se nota enseguida. Tiene credibilidad. Hay textos que lees en papel y te agarran porque están vivos.
¿Cómo se escribe estando en paz?
Siempre se escribe porque hay una fricción con la vida, lo que sucede es que la mayoría de la gente no es consciente de ello, simplemente vive y se lo pasa mejor, pero hay unos cuantos que somos conscientes de esta incomodidad y estamos todo el día dándole vueltas, y, al final, para quitarte de encima una obsesión la escribes. Si estuviésemos todos en el cielo no escribiríamos.
Tú, que eres poeta urbano, ¿echas algo de menos de la poesía de campo?
Tengo un poema de eso que, bueno, no es un campo, es un parque. Me voy ahí a leer el periódico y empieza a llover. Joder, para un día que voy... tal vez soy excesivamente urbano, pero en el campo no hago nada. Antes solía ir a una casa y siempre volvía enfermo de ese ambiente tan sano.
Me eché / a andar / por la vía. / Un hombre / me llamó la atención. / Le dije / que buscaba a mi padre / (se había muerto, / pero a mí / me daba igual). / Hace cincuenta años de aquello. / No he dejado de buscar.
Ese lo escribí hace un tiempo. Cuando se muere tu padre y eres tan pequeño, tienes siete años y apenas lo has conocido... siempre se queda eso ahí, hay una incógnita eterna. Por mucho que te cuenten cosas de él. Esto es muy humano, nada especial. Ese vacío... te haces preguntas que jamás te va a contestar alguien.
¿Qué te parece la poesía obscena, explícita?
En mi poesía hay algunos tacos, pero la obscenidad no es algo que aporte mucho. Si se utiliza es porque tiene que ser necesario. Puede impactar a un lector joven o incauto que vea ahí cierta subversión, pero cuando uno escribe, todas sus fuerzas tienen que estar puestas en el poema sin pensar en la repercusión que tendrá en el lector. Hay un exceso de eso que tú dices, quizá para epatar. Yo prefiero las palabras de todos los días. Si tienes que emplear términos explícitos para conseguir un efecto es que tu poema no lo provoca por sí solo.
Háblame de tus poetas. Jóvenes, viejos. Muertos...
Bueno, hay mucha gente joven vendiendo libros, pero creo que es un público también joven, de conciertos. Si gracias a eso van chavales de 16 años a ponerse a leer poesía, siguen el género y después pasan a leer a otros... aunque claro, es una poesía excesivamente prosaica. Cada vez me gustan menos poetas. Llevo muchos años leyéndolos y al final te cansan un poco. Los míos son los de los 50, Ángel González, Gil de Biedma. Los novísimos casi no me interesaban, pero me gustaban los que estaban ahí antes de la poesía de la expriencia: Salvago, Juan Luis Panero más que Leopoldo. Luis García Montero, Abelardo Linares, Sánchez Rosillo, Carlos Marzal, Roger Wolfe, Elena Román, Itziar Mínguez.
Tú que no fuiste a la universidad y eres poeta, ¿crees que en este país tenemos una agoniosa necesidad de que todo el mundo tenga un título universitario? ¿Aplasta la enseñanza actual a los creadores?
No sé cómo estará la cosa ahora, pero yo creo que si la gente puede ir, hace bien. Si va para aprender, claro. En mi caso no fui por azares, pero si hubiese ido me hubiese ahorrado mucho trabajo. Me dio por ser poeta sin haber estudiado, a quién se le ocurre, ¿no te parece? Lo recuerdo como un trabajo en soledad, ponerme a aprender, a leer todo... además no tenía gente cerca con la que pudiese hablar de las cosas que me interesaban. Supongo que he sacado algo bueno de aquello, quizá el ser un poeta distinto, menos académico. Hubiese estudiado algo de filosofía. Seguro que no soy ingeniero.
Al dejar el instituto te afiliaste a la CNT (Confederación Nacional de Trabajo). ¿Has vuelto a creer en alguna causa política o social?
Me afilé cuando todavía vivía Franco, era ilegal. Teníamos unos carnés... te va a parecer que me salgo por la tangente, pero nunca he militado en ningún lado. Sólo hay una causa, la justicia, y no veo ningún partido cuya primera bandera sea esa. No creo en las revoluciones al estilo del siglo XX. Mira la URSS, la revolución del 17... estaban todos hechos polvo. Venezuela, Cuba. "Ya, pero es que el enemigo extranjero...". Siempre se cuenta la misma historia. Muchos sitios que se ponen de ejemplo de revolución son más dictatoriales que la típica democracia occidental en la que estamos. Yo creo en la revolución personal.
Tenías un poema que se llamaba Ya está y hablaba sobre qué hacer cuando se logra la felicidad. ¿Qué viene después, lo sabes ya?
(Se ríe). Lo que suele suceder, como dijo otro poeta, es que la felicidad siempre está donde no está. Cuando crees que has llegado dices "Ah, esto no era". Y sigues buscando.
Acabemos con un milagro doméstico.
Que abran todos los días los bares.
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