¿Qué condiciones pone el arte para salir del cuerpo? ¿Cómo se fecunda eso? Bajo qué luz, qué trago, qué educación, qué estado emocional -¿y civil?-, en qué habitación de la casa de quién. Y cuánto dinero -¿cuánta seguridad?- hace falta para sustentar la creación. ¿O es que la bohemia se alimenta del aire o de la propia obsesión, como un agujero negro? Virginia Woolf no sólo creía que todo se hace mejor con el estómago lleno -amar, conversar, escribir-, sino que las mujeres no han sido tan prolíficas escritoras como los hombres por falta de habitación propia.
Con Un cuarto propio (1929) Woolf se refería a independencia económica, a intimidad, a espacio personal, a derecho a la formación y a un silencio feliz que no viniese a interrumpir la vida que se suponía que la mujer debía atender: los hijos, los tiempos de lactancia, de crecimiento, de juego; el cuidado al marido, al hogar, al horario religioso de las comidas. La sumisión al fogón, la reverencia al padre, la monogamia, la sonrisa. Y aquella manía del mundo de embalarlas como si se fuesen a romper, de protegerlas hasta tomarlas por inválidas intelectuales, de homogeneizarlas hasta la desaparición: "Tienen la anonimia en la sangre", escribía Woolf.
Napoleón y Mussolini subrayaron la inferioridad de las mujeres -"si ellas no fueran inferiores, ellos no serían superiores", guiñaba la autora-; Goethe las honró, Pope creía que carecían "de todo carácter"
Napoleón y Mussolini subrayaron la inferioridad de las mujeres -"si ellas no fueran inferiores, ellos no serían superiores", guiñaba la autora-; Goethe las honró, Pope creía que carecían "de todo carácter", muchos dudaron de si tenían alma y otros las veneraron como a semidivinidades. Samuel Johnson dijo que una mujer predicadora era como un perro bailando sobre dos patas: "No lo hace bien, pero es sorprendente que lo haga". Lo mismo con la pintura, la interpretación, la escritura. Qué graciosas y torpes, qué animales dulces y osados. No. Para pintarle al canon literario dos trompas de falopio, "500 libras al mes y una habitación propia", repetía Woolf. "Eso es más importante que el derecho al voto".
Habitación propia fue eso de Frida Kahlo, que vivía con Diego Rivera en dos casas separadas pero unidas por un puente. Abran hueco para mi genio, por favor, pero dejen que se comunique con quien amo.
El cuarto de la hija
Virginia hizo la proclama pero tuvo la suerte de ser una mujer acomodada, una intelectual burguesa que pataleaba fuerte frente a su destino victoriano. Al final, tras sus obras geniales, tras su guerrilla contra la exclusividad sexual, tras el trastorno bipolar que la acompañó como un fantasma craneal... piedras al bolsillo, salto al río y hasta siempre. ¿Cómo avanza hoy el pulso de la contienda que abanderó la primera mujer que cobraba como un escritor? Cómo se manejan las niñas que empuñan la pluma cuando se hacen mayores y se topan con la vida laboral, con la pareja o la no pareja, con los hijos elegidos o el útero despoblado por vocación.
"Cuando nació mi hija, mi cuarto propio para escribir pasó a ser el de ella", cuenta Lara Moreno (Sevilla, 1978), autora de La herida costumbre (poesía), Casi todas las tijeras (relato), Por si se va la luz (narrativa); también Nuevo Talento Fnac de Literatura en 2013. "Recuerdo que pensé: ya no tengo sitio. Pero ahí entras en otra dimensión distinta de supervivencia con la escritura de fondo y comienzas a tener menos prejuicios a la hora de sentarte a escribir", reflexiona.
Ahora escribo donde sea, con quien sea delante, con intermitencias pero avanzando seguro. Mi última novela la acabé un martes a las 4 de la mañana, un día que mi hija no estaba conmigo
"Ahora escribo donde sea, con quien sea delante, con intermitencias pero avanzando seguro. Mira, mi última novela la acabé un martes a las 4 de la mañana, un día que mi hija no estaba conmigo. Organización ninguna", sonríe. Quizá sea que la mujer moderna ha trascendido al lugar físico de puro ímpetu de hacerlo. Quizá, como escribió Bukowski: "aire, luz, tiempo y espacio no tienen nada que ver con la creación y no crean nada más que una vida más larga llena de nuevas excusas para no intentarlo".
La editorial que ignora
"Han dejado de leerme manuscritos en editoriales importantes por ser mujer", denuncia Cristina Morales (Granada, 1985), autora, entre otras, de Malas Palabras y Premio INJUVE de Narrativa 2012 con Los combatientes. "No creo que esté la cosa mejor ahora que hace 50 años. Si eres mujer es complicado, claro, pero es que encima tienes que lidiar con los temas que el mercado tienes asignados para ti. Lo llaman Chick-lit, ¿no?", sonríe. "La novela rosa de hoy, la modernizada y elegida en los catálogos de las editoriales generalistas del mundo occidental. Las 50 sombras de Grey no lo han tenido difícil. Bridget Jones tampoco. Esta es la nueva segmentación femenina".
Han dejado de leerme manuscritos en editoriales importantes por ser mujer: no creo que esté mejor la cosa ahora que hace 50 años
Elvira Navarro (Huelva, 1978) fue elegida en 2010 como una de las mejores narradoras en lengua española menores de 35 años por la revista Granta. Ha publicado diversos cuentos y novelas como La ciudad en invierno o La trabajadora. Ella explica que su vocación fue temprana -a los 11 años ya sabía que quería ser escritora- y que fue afortunada por contar con el apoyo de su familia, que nunca aplastó "una inclinación porque no fuera útil". Bebió de Clarice Lispector y de Marguerite Duras "y no por militancia feminista, sino porque son mis maestras más importantes".
"Si las mujeres aún tenemos un papel secundario en la literatura es porque tenemos que ser más peleonas. No hay una valentía femenina a la hora de reivindicar el propio canon". Navarro cree que hay que dejar de echar balones fuera, porque "si sigue perviviendo la mujer que trabaja, que es madre, que está buenísima" es porque "te apetece seguir ese modelo, pero ya no hay ninguna instancia que nos obligue a nada": "Tenemos formación y capacidad crítica para decir que no. La responsable es la mujer".
Mujeres que se tiran piedras
La cuestión de la maternidad no le parece condicionante. "Yo no he querido tener hijos nunca, no hay que dar eso por sentado", explica. "Supongo que ahí el tema es más complicado, una lucha individual con la pareja, el sueldo o tener que dar el pecho... por ejemplo, la liga de la lactancia me parece contraproducente en los términos de los que hablamos. Si vamos a demonizar el biberón, las mujeres se quedan en casa, claro. Hay muchas mujeres tirando piedras en su propio tejado en nombre de una esencia o unos supuestos...".
Gabriela Ybarra (Bilbao, 1983) es la autora de El comensal, un libro en el que teje, además del ritual de duelo por la muerte de su madre, la historia de su familia a partir del fallecimiento de su abuelo, asesinado por ETA en 1977. "Hay que organizar la vida para que la escritura tenga hueco en ella: pagar facturas, escribir, sobrevivir... durante una época me estuve levantando todas las mañanas a las 5.30 h para ir a la oficina. Después decidí ser freelance. En cuanto a mi vida personal, no tengo problema, porque no tengo hijos y mi novio se va todas las mañanas a la oficina, no me cuesta tener espacio". Hasta aquí, las dificultades normales del escritor, hombre o mujer.
Se nos sigue educando mucho en la complacencia, en ser mujeres agradables, amables, que no digan cosas feas ni levanten mucho la voz
El obstáculo lo encuentra, como señalaba Woolf, en el tránsito de la musa a la escritora, en la dificultad de la mujer para alzar la voz y tener un papel activo -que significa incómodo-. "Por mucho que nos digan que podemos estudiar, trabajar, hacer todo... se nos sigue educando mucho en la complacencia, en ser mujeres agradables, amables, que no digan cosas feas ni levanten mucho la voz", estima. "Ese es el mayor reto que tenemos las mujeres a la hora de ocupar el espacio público. Yo misma tengo esa tendencia, y debemos sobreponernos y opinar a sabiendas de que vamos a molestar".
Aunque la mayoría de ellas reconocen que, en su trayectoria personal, nadie las ha discriminado por ser mujer y consideran que tienen un público mixto, sí que creen que su feminidad ha hecho que se las lea de forma diferente. "Sólo el hecho de hacer una distinción, 'literatura femenina', cuando no se hace lo propio con la masculina, es muy cansado", sostiene Lara Moreno. "Mira, hace poco, Carmen G. De la Cueva -periodista y editora en La tribu y Frida- organizó un encuentro-debate sobre esto en Madrid. A las cuatro de la tarde estaba llenísimo, a rebosar. Pero sólo había tres hombres. ¿A dónde vamos a llegar si estamos contándonos siempre lo mismo a nosotras mismas?", se pregunta en voz alta.
"Eso sí, los hombres aparecieron a la hora del cóctel. Cuánto trabajo, todavía". Elvira Navarro también cree que algo hay: "Que un premio Nobel como Naipaul diga que las mujeres son inferiores a los hombres escribiendo da que pensar. Todavía pervive algo de esto, pero es peligroso generalizar".
¿A dónde vamos a llegar si estamos contándonos siempre lo mismo a nosotras mismas? Los hombres no vienen al debate, aparecen después, a la hora del cóctel
Decía Woolf que las mujeres han sido carne de poesía desde siempre, pero poco han aparecido en los libros de Historia. Esto, claro, se extrapola a la educación y al desconocimiento de autoras gigantes: "¿Cuántas hay que no sabemos que existieron?", lanza Lara Moreno. "Elena Medel, por ejemplo, el Día de Andalucía publicó en Facebook una serie de escritoras de la tierra que daba hasta vergüenza... cuántas mujeres han participado activamente en el mundo cultural hace apenas un siglo y no las conocemos de nada. Son realidad viva y no las hemos visto".
La voz universal
Irene Antón (Madrid, 1978), editora de Errata Naturae, sostiene que sus compañeros editores "prestan la misma atención a las propuestas narrativas de mujeres que de hombres", pero no tanto el lector final: "Creo que sigue existiendo una tendencia a creer que la voz masculina es universal y la femenina es íntima y más reducida", explica. "Pero lo interesante es que la mujer arropa temas como el aborto, la maternidad o la no maternidad, que son, deben ser universales y los hombres tratan menos".
Universalidad. Qué deseo. También Virginia Woolf se despedía así en su ensayo, buscando la androginia al escribir, la indistinción del género. Como ese Shakespeare que escribía más allá del sexo, rayano en lo absoluto. Sólo como ser humano. Pero bueno, ¿qué más hay?
Noticias relacionadas
- Las lecciones de Luis Ortiz a Évole: el esclavo del franquismo que no olvida
- La industria editorial abusa de sus trabajadores más débiles
- El fenómeno Trump explicado por David Foster Wallace
- Con el español se armó la marimorena
- Facebook me cerró la cuenta por hablar de masturbación femenina
- Los 13 minutos que salvaron a Hitler y mataron al mundo
- Instrucciones para devolver la filosofía al pueblo