Hay poemas recurrentes que hablan por la boca del mundo. Tienen algo de ecuménico, de atemporal, de bandera bélica de los amores enquistados, de las pequeñas muertes cotidianas. Siguen ahí, en pause. Sobreviviendo en medio de la nada. Exquisitos, jóvenes, inagotables. Ahí el clásico El amenazado de Borges, por el que aún al universo le duele una mujer en todo el cuerpo. O No volveré a ser joven de Gil de Biedma, como una bofetada inesperada de la edad adulta. O Si el hombre pudiera decir lo que ama, de Cernuda, que llama con dolor al sexo libre. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos de Pavese, para siempre hablando de lo homicida de las pupilas aquellas, o Ángel González, a quien le basta así.
Engordan con los años, apilan lectores, no se gastan ni se desmerecen. Pero hay otros que no enganchan en la memoria popular tan fácilmente: porque aquel autor ya tiene un poema emblemático -como José Agustín Goytisolo con sus Palabras para Julia-, porque el poeta también era columnista o escritor -véase Francisco Umbral o Roberto Bolaño- o porque tenía un socio de corriente literaria o un hermano tan astronómico que eclipsó su trabajo -en el caso de Javier Egea con Luis García Montero o de Juan Luis Panero con el mítico Leopoldo María-.
O, sencillamente, porque son poemas modernos y para que la poesía cuaje necesita años de cocción, tiempos de reposo. Ahí algunos dulcecitos de Carmen Camacho o Pablo García Casado. La lista -claro- es interminable y subjetiva, pero por el Día Mundial de la Poesía proponemos humildemente al lector diez poemas de ayer y de hoy que habría que citar más a menudo.
1. Noche canalla. Javier Egea.
Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,
me guiaba su risa por la ciudad tan gris.
Ella tenía en su boca colinas de Ketama
y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.
Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre
en aquel cielo raso como un paño de tul.
Ella llevaba el pelo como la Janis Joplin
y los labios morados como el Parfait-Amour.
La he perdido en un bosque de jeringas brillantes
por donde nos decían que se llegaba al mar;
se fue sobre un caballo de hermosos ojos negros,
por más que yo me muera no la podré olvidar.
Bajo el cielo ceniza me conducen mis piernas.
Esta noche no tengo ni esperanza ni amor.
Sólo queda el calor de mi pobre navaja.
Hoy me he visto la cara de un retrato-robot.
A pesar de sus ojos he salido a la calle,
a pesar de sus ojos me ha tocado vivir .
En un barrio de muertos me trajeron al mundo.
Esta noche canalla no respondo de mí.
2. Misántropo, ma non troppo. Juan Antonio González Iglesias.
Durante veinte años he tratado
con muy pocas personas. Desatento
a todo lo que no fuera solsticio
o equinoccio,
en la soberanía del invierno
y el verano
celebraba mis fiestas
esperándote.
Adonde me invitaban, no acudí.
¿El motivo? Uno solo:
me concentro mejor en un ciprés
que en las conversaciones.
Así he concluido
que cada árbol es un incontable
como el agua.
Así son cada vez más las personas
a las que quiero mucho y veo poco.
Un ángulo me basta,
un libro y un amigo, un sueño breve.
Tiempo para el amor es lo que pido.
En los actos sociales pienso en ti.
Casi siempre
entre el ruido de copas, de palabras,
llega cierto momento en el que pienso:
Necesito urgentemente ver a un limpio de corazón.
Hablar con él. Guardarme entre sus brazos.
Descansar mi cabeza
encima de la roja frecuencia de su vida.
Únicamente esto.
que en los actos sociales pienso en ti.
3. La guerra ha terminado. Pablo García Casado.
en el día de hoy - noche de viernes
ausente de rubias propicias
como tú para el flagelo-
-
cautivo y desarmado -solo con cien
duros en uno de los pocos bares
que te quedan aún por conocerme-
-
el ejército rojo - de tanto cine
rojo aún de salivas recientes
rojo aún de tanto músculo-
-
han alcanzado las tropas - invisibles
de tu ausencia sabiéndose dentro
demasiado dentro de mí mismo-
sus últimos objetivos militares - saquear
un cuerpo que no opone resistencia
sometiéndolo a un imperio de ansiedad
-
la guerra ha terminado
4. Talento. Isla Correyero.
5. 8 de junio. Antonio Praena.
Toda la luz se derramó en mi sangre,
pero hace tiempo que no encuentro
ni la luz ni mi sangre.
Pensé que era mejor poner mi vida
muy lejos de las cosas que he querido,
muy lejos de las cosas de este mundo,
muy lejos de tu amor, que ha sido el mundo.
Me fui fuera de ti
para poder volver un día
curado de la bestia que me ocupa.
Pero la bestia se ha hecho grande,
tan grande como puede hacerse un hombre,
y vamos los dos juntos de la mano
camino de la muerte:
¡si me vieras!,
los ojos que quisiste son agujas
clavadas hacia dentro.
Soy uno de esos hombres que desguaza
las flores con sus botas de jinete.
Consumo polen ácido,
comulgo reno crudo, escupo arcilla.
Me digo con palabras que les lamen
los ojos cancerosas a los ciegos.
Confieso que he bebido cera hirviente
tratando de sellar todas mis puertas.
A veces, si mi bestia se ha dormido,
planeo una manera de escaparme:
me visto un traje nuevo, me anudo una corbata,
mas, vueltos al espejo mis dos ojos,
descubro que me mira un hombre muerto.
Y entonces, inhumano, desterrado,
retorno al colchón sucio de mi siglo
y cumplo un año más lejos de todo.
No he vuelto a escuchar luz.
No he vuelto a besar pulso.
Me alumbran y devoran la garganta
estrellas tan brillantes que son negras.
Mas dejo testimonio de que todas
las noches de mi vida he pronunciado
tu nombre con gemidos animales.
Tan fuerte te he llamado que no existe
frontera entre el aullido y mi persona.
Quizá sólo fui alguien un instante
del 8 de aquel junio de aquel año,
lo mismo que son hombres los que lloran
y dejan de existir los que no aman.
6. José Alcaraz.
Quieren ponernos
una venda en los ojos
y no saben que es la cinta
que vamos a cortar
en la inauguración
de una nueva mirada.
7. Poema sin título para un atardecer. Jesús Beades.
(...)
Qué mierda esta tristeza, sin embargo,
que lo confunde todo. Dime, ¿fingirías por mí,
una tarde, un ratito, que el mundo es todo brisa,
brisa pura sin dientes ni cuchillos,
que me quieres, y nada se interpone?
Pero es pedirte mucho, ya lo sé.
Qué pena que me quieras, que te quiera,
y siempre falte algo, sobre algo, huya algo,
y este lodazal con sus espinas, o sea, mis pecados,
y la trinchera sórdida, quiero decir: la noche.
No debiera beber cuando estoy triste.
No estoy acostumbrado. Fíjate lo que ocurre.
8. Tres d'Enrique. Carmen Camacho.
Una: “En un diario de provincias, pero mucho trabajo”, me
contestó, con voz grave. Ni a cuatro frases llegamos, ni a una
cerveza después de la clausura de aquel congreso, nada. Entró
tarde a la rueda de prensa, con su cara de pan de pueblo y sus
manos de saco, y fue mi héroe. Porque protestó y a mí me gustan
los que protestan, es que los confundo con los valientes. Se sentó
a mi lado para hablar con Julia, de Europa Press, y fue mi
desasosiego. Porque me ignoró y a mí me gustan los que me
ignoran, es que los confundo con los interesantes. Dos: “Si vas
para la calle Orense te llevo”, me dijo, sin afecto. Y fue mi delirio
desde Ciudad Universitaria a Nuevos Ministerios. Porque todo en
él era Enrique y a mí me gustan los que nunca se mesan el
cabello, es que los confundo con los que miran hondo. Tres: “No
te voy a pedir permiso, luego me partes la cara si quieres”, me
avisó, antes de besarme como nadie. Le di la hostia, obviamente,
para no desmerecer. Ya dije que a las cuatro frases no llegamos.
Ahora sólo leo el Jaén Información.
9. Conjuros para la noche de una virgen. Juan Luis Panero.
Ah, ese látigo, ese látigo que gime entre los muslos,
que despliega en la sombra su tenaz poderío,
ese látigo que viene de la muerte hacia la muerte,
aventando cenizas a los aires más puros,
señalando fronteras en cinturas y pechos,
recorriendo la piel con ciego escalofrío.
Ese látigo, su furor incansable,
pongo hoy en tus manos y celebro sus llagas.
Fuente de esperma, cabellera al viento,
navegar de tu vientre en un mar imposible,
coronas de cansancio y manos que resbalan
y resbalan y caen y caen trepando el muro,
la imponente pared que, al fin,
mármol o sangre, resquebrajada se desploma.
Ah, ese látigo, camino de elefantes,
muñeca de trapo herida de alfileres,
cruz donde la piel termina y su bosque de pelo.
Olas blancas de sábana sobre tus ojos locos,
dientes sin más oficio que morder en su dicha,
placer de ser un dedo, un cuchillo, la sombra
(...)
10. Canción para todas las que eres. Eliseo Diego.
No solo el hoy fragante de tus ojos amo
sino a la niña oculta que allá dentro
mira la vastedad del mundo con redondo
[azoro, y amo a la extraña gris que me recuerda
en un rincón del tiempo que el invierno
[ampara. La multitud de ti, la fuga de tus horas,
amo tus mil imágenes en vuelo
como un bando de pájaros salvajes.
No solo tu domingo breve de delicias
sino también un viernes trágico, quién
[sabe, y un sábado de triunfos y de glorias
que no veré yo nunca, pero alabo.
Niña y muchacha y joven ya mujer,
[tú todas, colman mi corazón, y en paz las amo.
Noticias relacionadas
- Ha nacido 'Curvy': la heroína que ofenderá a las feministas
- Teo se echa novio
- Cosas que la filosofía no puede hacer: derrotar al Estado Islámico
- Las mujeres no pintan nada en la foto de la cúpula del arte español
- Pablo Carbonell: “No me parece bien que Rita Maestre se desnudara en una capilla”
- Los presos prefieren internet a los libros: sólo el 3% lee
- Desahuciados, un cómic contra los fantasmas