¿Se imaginan? Un país en el que la filosofía tiene un papel relevante en los planes de estudio de los alumnos. No una filosofía académica que se limita a memorizar el devenir de los filósofos en el tiempo. No. Una filosofía que aspire a ser guía de los ciudadanos, una modesta herramienta con la que fortalecer la reflexión, el análisis y la crítica a la comunidad. ¿Imaginan una sociedad en permanente debate, en vez de enfrentamiento constante?
Imaginen y vean, por favor: regla número uno, los participantes en los debates no pueden apelar a sus sagradas escrituras, porque ninguna de ellas está reconocida como autoridad por todos. El único arma a su favor es la argumentación. Regla número dos, deben convencerse unos a otros mediante argumentos. “Somos unos afortunados porque vivimos en una época en la que las sociedades son cada vez más heterogéneas y multiculturales”. Lo dice Carlos Fraenkel, profesor de filosofía en las universidades de Oxford y McGill, que también enseña Platón a palestinos.
Por supuesto, la diversidad y el desacuerdo por sí solos no son suficientes para lograr una cultura del debate. “Lo último que deseamos es meternos en peleas a puñetazos sobre la existencia de dios, la mejor forma de vivir, los papeles de maridos y mujeres, la educación de los niños y muchas otras cosas en las que estamos en desacuerdo. Por eso necesitamos una cultura del debate… es decir, un marco institucional en el cual la diversidad y el desacuerdo se puedan transformar en una búsqueda conjunta de la verdad”, escribe el autor de Enseñar Platón en Palestina. Filosofía en un mundo dividido (Ariel).
La filosofía es un incordio, siempre hay alguien que se molesta por sus creencias morales y religiosas. “Los alumnos deben estudiar para ser capaces de conciliar diferencias y desacuerdos de una manera constructiva. Así que aunque no todos los padres estén encantados de ver que sus hijos estudian filosofía, ese no es un motivo suficiente para excluirla del currículo”, dice. Fraenkel no conoce la experiencia española, no conoce los estragos de Wert ni de los efectos de su LOMCE sobre los adolescentes.
Lo último que deseamos es meternos en peleas a puñetazos sobre la existencia de dios
Reclama un deber para la sociedad contemporánea: establecer la filosofía como parte del currículo. “En Brasil desde hace tres años, la filosofía es obligatoria”, dice. Define dos tipos de intervención filosófica social, bien desde la escuela y como estudiante; bien desde la comunidad para fortalecer los lazos. La filosofía en la calle, que nos permite “amar la verdad a partir del argumento y el diálogo”. “Estos valores filosóficos son muy importantes para discutir sobre política, sociedad, economía, etc”, cuenta. La filosofía como una caja de herramientas es algo modesto, no algo molesto.
Una vez le hemos explicado cuál es el planteamiento escolar que sufren los nuevos alumnos de bachillerato español (hasta que un nuevo gobierno vuelva a cambiar los planes de estudio), responde: “Es deplorable que el Gobierno español acabe con la filosofía en las aulas”. Sin embargo, tampoco cree por la enseñanza académica al uso. No la entiende como una lección académica, sino como práctica. “La historia de la filosofía es lo menos relevante, lo más importante es ponerla en práctica”.
No basta con aprenderse a Séneca y Platón, Fraenkel propone en el libro, con su experiencia, sacarla de las aulas y colocarla en la calle a resolver los problemas. Mientras la enseñanza de la filosofía sea algo decorativo y de relleno del calendario escolar, “el público seguirá siendo escéptico sobre las razones para estudiarlas”. Ésta es la palabra prohibida, el escollo con el que siempre se golpea: “escepticismo”. La pregunta para qué sirve estudiar filosofía se lo come todo, legitima su destrucción. “Los filósofos deben luchar mucho por la supervivencia de la filosofía”, invita Fraenkel.
¿Por qué un gobierno puede querer privar a la población de estos estudios? “La docilidad”, responde. “Su objetivo es darle poder a la gente. Esa es una de las razones por las que a los gobiernos no les interesa la filosofía. Si un gobierno prefiere una población dócil a una crítica y reflexiva, lo mejor es aniquilar la filosofía”, añade. Su propuesta es un diseño curricular a partir de las necesidades de la gente, no a la inversa. Así rompería la filosofía con su aislamiento y descrédito.
Estos valores filosóficos son muy importantes para discutir sobre política, sociedad, economía
“Creo en espacios públicos donde la gente pueda debatir sobre las cosas que les interesan y con las que están en desacuerdo. Sería importante que el Estado invirtiese en la creación de esos espacios”. Habla de un Estado llamado “Utopía”, ¿verdad? Ríe y asegura que “la utopía es un lugar que todavía no está aquí”. Dejando claro que llegará si nos empeñamos. Fraenkel es optimista, dice que la filosofía es la tirita, “el remedio” a los conflictos de nuestros días. “Choquemos, pero no con las armas. Hagamos que nuestras diferencias sean productivas. Hagamos que las conversaciones no sean violentas”. La filosofía tampoco es oficio para cínicos.
Así han pasado los siglos, buscando mitos, dioses, leyendas y superhéroes, cuando la filosofía es un arma de destrucción preventiva. “Que necesita de la voluntad política, no te olvides”. Sólo en democracia, la filosofía puede convertirse en acción y reflexión. Pero eso tampoco garantiza nada: “Peor que la política es la ignorancia. Peor que la ignorancia, un político ignorante. En una dictadura, las mejores ideas no pueden crecer”. Fraenkel señala: la verdad totalizada, totalitariza la vida. “Desde el fundamentalismo religioso a los apóstoles del mercado. Cualquiera que piense que su verdad es la única posible”.
Peor que la política es la ignorancia. Peor que la ignorancia, un político ignorante. En una dictadura, las mejores ideas no pueden crecer
Seguro que encuentra límites a los superpoderes de la argumentación. “Sí. La filosofía tiene limitaciones. Mi mujer siempre bromea: “Carlos, deberías derrotar al ISIS, entonces te darían el Nobel y podríamos comprar una casa mejor”. Pero la verdad es que no creo que la filosofía pueda derrotar al ISIS. No, no es la panacea. Podemos debatir y dialogar sobre el enfrentamiento entre dos sociedades, pero en el momento en el que sacan las armas sólo podemos responder con nuestro ejército. Hay cosas que la filosofía no puede hacer”.