La falta de crecimiento económico sigue provocando un debate muy vivo. Hay dos nuevas aportaciones. La primera es el artículo Aprendiendo a amar el estancamiento, publicado en el número de marzo/abril de la revista Foreign Affairs y firmado por Zachary Karabell, historiador y economista norteamericano, además de gestor de fondos.
Karabell sostiene que la obsesión por la evolución del PIB y la inflación puede conducirnos a error. La idea de que el crecimiento se ha estancado puede llevar a una mentalidad de crisis que conduce a decisiones equivocadas, algunas muy dañinas. A su juicio, las mediciones tradicionales de la riqueza no reflejan bien la economía digital y no tienen en cuenta lo que considera una buena noticia: “La disminución del coste de la vida en todo el mundo”.
“Durante gran parte del siglo XX -dice Karabell-, los costos de bienes y servicios aumentaron más rápido que los salarios. Hoy, sin embargo, los costes están cayendo en todo el mundo. Desde 2010, la inflación global se ha mantenido en su mayoría en torno al 3,5%, más o menos igual que la tasa de crecimiento global real y significativamente por debajo de la tasa de inflación superior al 5% que se experimentó durante las dos décadas anteriores a 2010. En el mundo desarrollado, por su parte, la inflación ha caído aún más, a menos del 2%”.
Reducción de costes
La caída de precios no debería sorprendernos, el planeta lleva casi una década obsesionado con la reducción de costes, así que no es raro que estos bajen. Las mejoras de eficiencia que reducen costes, impactan negativamente en el PIB. Muchos bienes digitales tienen precio cero, como desgraciadamente saben los directivos de las empresas que los producen y que buscan desesperadamente un modelo de negocio con ingresos tangibles.
Otro indicio de que las cosas han cambiado radicalmente lo refleja el hecho de que en 1950, un hogar estadounidense gastaba el 30% de su presupuesto en alimentos. En el año 2000, la cifra cayó al 13% y en 2013 se situó en el 10%. Uber y Skype han abaratado los precios de los servicios y eso hace bajar su representatividad en el presupuesto de las personas.
La conclusión de Karabell es optimista: “Un mundo donde el crecimiento es más bajo, pero donde más gente que nunca tienen acceso a lo esencial de la vida no es un mal escenario. De hecho, es justo lo contrario. El mundo puede estar llegando a los límites del crecimiento, pero no ha comenzado a llegar a los límites de la prosperidad”.
Viviendo con deflación
Es muy interesante la reflexión que hace el autor sobre la vida en un mundo en deflación. Karabell dice que hay que restarle dramatismo al fenómeno, que Japón es una sociedad que lleva casi dos décadas en un proceso deflacionario y continúa disfrutando de altos niveles de bienestar.
En realidad, la deflación se torna dramática para los que están muy endeudados y desean que se produzca inflación para licuar sus deudas. Y eso nos lleva a constatar otra característica de las economías modernas: que mires donde mires hay países, sectores, empresas y familias muy endeudadas. La deuda pública de Japón está en el 249,52% del PIB, la más alta del mundo (aunque este país funciona como un auténtico banco ya que al mismo tiempo es el principal acreedor del planeta y eso se explica porque el 95% de su deuda la tienen sus connacionales). Grecia le sigue con el 178%. Italia está en el 132%, Portugal en el 130%, Irlanda en el 107%, Bélgica en el 106%, EEUU en el 104,8%, España en el 99%, Francia en el 94% y el Reino Unido en el 88%.
Tipos negativos "malsanos"
La segunda reflexión procede de Peter Thiel, el millonario cofundador de Paypal y autor de De Cero a Uno (Ed. Gestión 2000, 2015) en una entrevista con el diario francés Les Echos publicada el viernes 18 de marzo. Thiel afirma que hay una oleada de pesimismo que ha hecho que “Europa y EEUU no tengan una visión clara de su futuro”.
Thiel, que estudió Filosofía del siglo XX en Stanford donde logró su título de abogado y se convirtió en un icono de los libertarios al fundar The Stanford Review, sostiene lo siguiente: “A un nivel macroeconómico, las tasas de interés negativas simbolizan la falta de confianza en el futuro. Esto es malsano y triste… Lo que nos dicen literalmente los tipos de interés negativos, cada día, es que el futuro será forzosamente peor que el presente. Esto significa que los inversores no tienen ninguna idea de lo que deben hacer con su dinero. Esto lo asimilo con una profecía autocumplida: si eres pesimista y no esperas nada bueno del futuro, entonces nada bueno llegará”.
Thiel piensa que nuestra sociedades han tenido éxito gracias al crecimiento. “La democracia participativa funciona porque diferentes personas se ponen de acuerdo y deciden cómo redistribuir el crecimiento, y se forjan compromisos entre los intereses de unos y de otros. Pero esos compromisos son posibles si el pastel crece. En caso contrario, la gente rehúsa el compromiso y uno se encuentra con fenómenos como Trump o Le Pen”.
El reparto de la tarta en España
Recientemente el profesor Benito Arruñada me llamaba la atención sobre este fenómeno en España. En cada uno de los grandes hitos de la España moderna hubo un pastel que repartir que, además, crecía casi exponencialmente: en los años 70 el pacto se asentó sobre los beneficios que generó una España democrática inserta en Europa. En los años 90, el acuerdo cristalizó en la promesa de bienestar que constituía nuestro ingreso en el euro. Ahora, 20 años después, se vuelve a hablar de transición, de cambio o de regeneración, en definitiva de una nueva etapa de la vida española, pero no hay tarta que repartir.
Pasa como con el sistema de financiación autonómica que debió revisarse en 2013 y que Montoro se negó a discutir porque no había nuevos recursos para repartir.
“Hay tres visiones posibles de la situación actual que conviene distinguir”, resumía Thiel en su entrevista. “Está la visión de una aceleración exponencial, compartida tanto por personas como Andrew McAfee [investigador en el MIT] y Ray Kurtzweil [futurólogo transhumanista que trabaja en Google]; la visión de un aumento de las desigualdades; y la visión de un estancamiento. Personalmente, creo que el estancamiento domina: ¡El teléfono móvil, que nos distrae de nuestro entorno, nos impide también ver hasta qué punto este entorno ha envejecido! También creo que el tema de la desigualdad surge ahora porque estamos en un período de estancamiento. Por eso, para mí, Thomas Piketty es como Donald Trump: un síntoma de una sociedad muy enferma”.