“Yo tenía 22 años y apenas conocía las vocales cuando el bibliotecario de la cárcel me inició en la lectura”. Habla Eleuterio Sánchez, El Lute, el reo más famoso del tardofranquismo. Su encierro lo define como “una angustia” de la que siempre intentó escapar. Lo consiguió dos veces. “Simón Sánchez Montero era un preso del Partido Comunista, ayudaba en la biblioteca. Llegó en el momento justo y me cambió la vida.”
Las cárceles de los años 60 no son como las de hoy pero las lecturas de un preso siguen siendo algo secundario. La única evaluación que además de cifras aporta encuestas a los usuarios la hizo el Observatorio de Bibliotecas Penitenciarias en 2011. Informaba de que las instalaciones no estaban en buenas condiciones, de que faltaban salas de lectura, presupuesto para adquirir libros y personal especializado.
En 2014 se desarrollaron más de mil “actividades y estrategias” para la promoción de la lectura, pero no se dice nada sobre presupuestos o estado de las instalaciones
En España hay 74 bibliotecas penitencias que se gestionan por acuerdos entre el Ministerio de Interior y el de Cultura. Según el Informe General de Instituciones Penitenciarias, en 2014 se desarrollaron más de mil “actividades y estrategias” para la promoción de la lectura. No dice nada sobre presupuestos o estado de las instalaciones.
Margarita Pérez Pulido, profesora de Biblioteconomía en la Universidad de Extremadura, es autora de una tesis sobre el tema y opina que, a excepción del fomento de la lectura, la situación ha cambiado poco en los últimos años. "La biblioteca es importante porque es el espacio de máxima libertad, el único sin vigilantes”, explica Pérez Pulido.
Una población de 2.000 lectores
Los presos tampoco tienen la lectura entre sus prioridades. Instituciones Penitenciarias asegura que en 2014 hubo 10.897 “usuarios de media mensual” en las bibliotecas carcelarias. No especifican sin son únicos, ni cómo cuentan las visitas. El Observatorio de Bibliotecas es menos optimista: sólo el 3,3% de los presos usa el servicio bibliotecario, porcentaje que sitúa a la población lectora en menos de 2.000 personas de un total de más de 58.000. Pérez cree que la entrada de la televisión en la cárcel hizo caer el interés por las letras. “Estoy segura de que en los centros que permiten conectarse a Internet, el porcentaje es aún más bajo.”
A Eleuterio Sánchez no le sorprende que sean pocos y recuerda los “libros infinitos”, a los que llamaban así porque les faltaban las primeras y las últimas páginas. “No era censura, las arrancaban los compañeros para limpiarse el culo.”
Según el ex presidiario, la falta de interés no se debe sólo a que la mayoría sean analfabetos funcionales o tengan poca formación. Es que la falta de libertad es un shock del que cuesta reponerse: “Sólo cuando te has hartado de llorar y de no dormir tomas conciencia de que lo único que tienes es tiempo. Y no todos saben para aprovecharlo.”
Fondos de EGB
Las bibliotecas garantizan los derechos del preso. “Acceder a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad” es uno de ellos, según el artículo 25.2 de la Constitución. Por su parte, la Ley Orgánica General Penitenciaria (LOGP) recoge la obligación de habilitar una biblioteca en cada cárcel. Esta norma también exige que haya “libros adecuados a las necesidades culturales y profesionales de los internos”.
Cuentan con 12,1 ejemplares por preso, más de los diez que recomienda la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas
En cantidad, las cárceles españolas cumplen. Cuentan con 12,1 ejemplares por preso, más de los diez que recomienda la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas (IFLA, en inglés). El fondo mínimo equivale a los libros de la antigua EGB, pues los libros dependían de las Unidades Docentes y por eso el profesor hacía las veces de bibliotecario.
Pero en el año 1999 cambió la ley y la gestión de los libros se encomienda a un funcionario de prisiones. “Fue una pena porque el cambio supuso que muchas quedaran abandonadas”, opina Pérez Pulido. La Escuela de Estudios Penitenciarios incluye desde hace un tiempo una asignatura de Biblioteconomía pero Pérez y otros expertos insisten en que sean profesionales quienes manejen los fondos. Alegan que incentivan la lectura y se adaptan al usuario, pero sólo Cataluña, que tiene transferida la gestión de las cárceles, cuenta con profesionales en los centros penitenciarios.
Autoayuda, cómics y novelas
¿Qué necesita un lector preso? “Tener contacto con la realidad y crear un espacio de socialización distinto del patio o del trabajo en la cárcel”, dice Pérez. El primer factor es el que explica que entre los libros favoritos de los reclusos estén los best sellers. “Les conecta con la actualidad y les da la sensación de que están a la última".
“Una de mis primeras lecturas fue Las gafas del Señor Cagliostro”, explica El Lute. Pérez explica que a muchos presos les atraen las historias de fantasía o de viajes. “De mi trabajo en la cárcel recuerdo que se rifaban las novelas de Vázquez Figueroa y que les encantaba El Conde de Montecristo".
En la lista de los autores más solicitados se cuela un extraño para las listas de ventas: el profesor de Derecho Penal Julián Carlos Ríos Martín
En las estanterías carcelarias abundan los libros de autoayuda, religión y novelas. “También los textos legales”, dice Pérez, lo que explica que en la lista de los autores más solicitados se cuele un extraño para las listas de ventas: el profesor de Derecho Penal Julián Carlos Ríos Martín.
El Ministerio del Interior da pautas a los centros para decir qué libros adquirir pero no se puede hablar de censura. Lo que hacen es priorizar y atender a lo que demanda el recluso. “Por ejemplo, adquieren mucho cómic porque los presos los piden. Hay que tener en cuenta que el presupuesto, si lo hay, es muy limitado”, explica Pérez Pulido.
El lío del libro digital
En 2011 se estrenaron 215 libros de media por prisión. Sólo el 22% fueron de compra. La partida para fondos nunca es fija, a veces ni existe, y por eso los catálogos se engordan con donaciones, sobre todo de particulares. Muchos creen que la colaboración con centros externos sería una alternativa. Pero que cada Comunidad Autónoma tenga sus normas complica que haya más casos como el del penal de Cuenca, que cuenta con un buen fondo gracias a un acuerdo con la Junta manchega y las bibliotecas cercanas.
La IFLA le afeó a España la falta de unidad de criterio en su informe de 2015. “Las regulaciones inconsistentes de los distritos autónomos son un obstáculo para las oportunidades de cooperación con las bibliotecas externas”. Lo de compartir recursos se hace mejor en otros países. Por ejemplo en Reino Unido, donde algunos archiveros de bibliotecas públicas hacen unas horas de su jornada en centros de reclusión.
En 2011 se estrenaron 215 libros de media por prisión. Sólo el 22% fueron de compra. La partida para fondos nunca es fija, a veces ni existe, y por eso los catálogos se engordan con donaciones
A la variedad de normas hay que sumarle el Reglamento Interno de cada cárcel, texto que rige, entre otras cosas, el uso de las telecomunicaciones. Y aquí aparece el lío del libro digital, en el que muchos ven una solución para paliar la falta de variedad en los fondos. Pero su uso plantea problemas de los que algunas prisiones no quieren ni oír hablar.
El caso de Iker Olabarrieta es un ejemplo. El etarra, que cumple una condena de 20 años en Herrera de la Mancha por el atentado contra Eduardo Madina en 2002, solicitó un ebook en 2014. La prisión se lo negó al considerar que generaba un problema de seguridad, pero una jueza le dio la razón y obligó al centro a crear una biblioteca digital propia que no precisara USB ni conexión a Internet para garantizar el derecho del recluso y no poner en peligro la seguridad de la cárcel.
De lector preso a escritor libre
Daniel Genis pasó doce años en cárceles de EEUU. En ellas comió gaviotas, intentaron matarlo y conoció la obra de Marcel Proust. The New Yorker publicó su historia en 2014, un relato en el que aparece una larga lista de títulos y autores y en el que se ve la diferencia entre las cárceles estadounidenses y las españolas: en las primeras es más fácil leer, en las segundas algo más fácil vivir.
Genis no era analfabeto ni un marginal cuando entró en prisión. Dostoievski, Spinoza o Schopenhauer le ayudaron a tomar conciencia de su situación. También la Historia, sobre todo la de regímenes totalitarios: “Por comparación, me hacían sentir mejor”. Su relato sobre cómo se dio cuenta de que debía aprovechar el tiempo se parece al que hace Eleuterio Sánchez. Tanto es así que ambos pasaron de la lectura a la escritura. Genis es periodista y El Lute, autor de seis libros.
Hay un libro que nunca falla para regalarle a un preso: El Quijote
En los tres últimos, Sánchez narra sus memorias. En Cuando resistir es vencer (Almuzara, 2013) explica su pasión por Miguel de Cervantes, la que le lleva a contestar sin dudar qué libro le regalaría a un preso. “Intentaría ver qué le interesa, qué podría ayudarle. Pero hay uno que nunca falla: El Quijote”. El que le regalaron al Chapo Guzmán cuando volvió a prisión después de su última fuga.
“En teoría, el peso del sistema penitenciario recae en la rehabilitación pero en la práctica, los esfuerzos se dedican al encierro”, dice Margarita Pérez para explicar por qué las bibliotecas arrastran los mismos problemas desde hace años. El Lute es más vehemente. A sus 73 años se define rousseauniano y cree en la bondad humana pero ya hace tiempo que decidió no dar charlas a los presos. “Me escuchan porque hablo su idioma pero con un sistema que sólo incide en la reclusión, mis palabras no sirven de nada”.
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