Valencia. Domingo 13 de marzo. Más de 10.000 personas se han concentrado en la explanada de la estación del Norte para reclamar y defender la importancia que la tauromaquia tiene dentro de la cultura española.
El sol ilumina la famosa estación valenciana, símbolo de la influencia modernista que tanto bien le hizo a nuestra arquitectura en particular y a nuestra cultura en general allá por los inicios del siglo XX. Gaudí, uno de los máximos exponentes de aquel movimiento cultural, asiste desde el más allá. Se han juntado sus dos pasiones: edificaciones y toros.
A su lado, algunas de las personalidades que más aportaron a la cultura hispánica aplauden satisfechas por la genial acogida con la que se ha recibido la iniciativa. Aplauden Goya, Hemingway, Picasso y unos cuantos más, sabedores de lo que significa una movilización así en una sociedad como ésta.
Ausentes en cuerpo pero no en alma también aplauden ufanos algunos referentes culturales de hoy como Sabina, Serrat o Vargas Llosa. Todo ha salido a pedir de boca, nadie puede discutir que la reivindicación conseguirá lo que pretende: demostrar que el apoyo (económico y político) que se le brinda al mundo del toro es insuficiente.
En esas estábamos, con toda la España taurina dando almas por el hito alcanzado, cuando una sombra penetró en la soleada plaza. Los que encabezaban la manifestación la sujetaron con fuerza para que todo el mundo fuera consciente de lo que allí ocurría.
Ha llegado la pancarta, dejando en mal lugar las cinco veces que, durante este apartado, aparece la palabra cultura (y derivados).
Una pancarta para culturizarnos
La pancarta rompió el ambiente bucólico. Sin pretenderlo, bombardeó de un plumazo parte de la lingüística castellana, dejando el cadáver de una oración a la vista de todos. Lo primero que llama la atención son las marcas de violencia sintáctica que presenta. Con el cuerpo plagado de comas, sin un verbo que dote de sentido al enunciado, ¿no nos hubiéramos ahorrado homicidio colocando un simple signo de puntuación, algo así como, por ejemplo, dos puntos?
"Los toros: Cultura, Raices y Libertad de un Pueblo".
Cuando uno le da sentido sintáctico, empieza a descubrir que ésta es la menor de sus cicatrices. Al acercarse al mensaje, se descubre que tiene varias heridas provocadas por el derrumbe de las cajas altas.
El asesino no se había percatado de que la mayúscula que encabeza, por ejemplo, el concepto "Cultura" está, a su vez, reivindicando el concepto contrario (cambien la "c" mayúscula por el prefijo "in"). Ni es un nombre propio ni es una divinidad ni es un sobrenombre ni es un ente alegórico... El mal se habría evitado si los conceptos se hubieran colocado en minúscula.
"Los toros: cultura, raices y libertad de un pueblo".
Pero la condena debe contemplar un agravante más. Con la ortografía retorciéndose de dolor, alguien cae en la cuenta: "¡Eh! ¿Y la tilde en 'raíces'?".
Cunde el desconcierto entre los asistentes. Es, probablemente, el golpe que le provocó la muerte. Se ha perpetrado un crimen cultural y todos admiran el cadáver de la oración asesinada:
"Los toros: cultura, raíces y libertad de un pueblo".
De manera superficial, también aparecen heridas retóricas como, por ejemplo, el uso de semejante núcleo reivindicativo ("los toros" en lugar de, no sé, "tauromaquia"). No obstante, con el cadáver aún caliente, es mejor no aludir a estas cuestiones.
Reivindicación cultural
Alguien susurra: hay que tener cuidado con las reivindicaciones culturales, pueden volverse en tu contra. Gaudí, Goya y todos los que antes aplaudían han decidido esconderse debajo de la mesa. Sabina ha cambiado de canal. Vargas Llosa se ocupa de sus nuevos quehaceres. Hemingway ha doblado su dosis etílica. Los cimientos de la estación del Norte, símbolo arquitectónico de la ciudad, amenazan con ceder.
Dejando a un lado el resto de reivindicaciones (la tauromaquia como símbolo de libertad de un pueblo o, incluso, como bandera de las raíces que éste ha echado), es inevitable pensar en lo extraño que resulta que una pancarta plagada de errores lingüísticos sirva como principal elemento de protesta cuando de reclamar dignidad cultural se trata.
Probablemente, ahora surgirán distintos acusados. La imprenta, causa y remedio de todos nuestros males. La sociedad que firma la pancarta en ambos laterales. Lo mismo da. Los que se colocaron detrás de la pancarta (no se puede dudar de la capacidad artística y cultural de muchos de ellos), se colocaron, inevitablemente, detrás de un mensaje.
Y para sujetar una bandera, sea la que sea, primero hay que creer en aquello que representa. O, al menos, descifrarlo.