Bilbao

Louise Bourgeois era tan pequeña que lo ocupaba todo. Así empieza todo, como en un cuento. Pero éste no es fácil, éste es de los que duelen. Es el cuento que estuvo escribiendo durante un siglo, en el que sus tormentas son las protagonistas. Asomas por una de las rendijas de una de sus “celdas” al interior y ves una cama desvencijada, junto a una mesilla de noche repleta de material de quirófano y una colcha sucia, en la que aparece bordado: “El arte es garantía de cordura”. ¿Cómo escapar de la tela que teje la artista, como huir de las cárceles que trama esta artesana del psicoanálisis? ¿Por qué adoramos esas arañas de patas gigantes que adornan los vestíbulos y alrededores de todo museo que quiera estar en el mundo?

1. Porque no son pesadillas

La pequeña irreductible Bourgeois es presa de sus tormentos y necesita librarse de ellos. A los 80 años de edad encuentra la visión que da sentido a la parte esencial de su trayectoria artística: las “celdas”, sus cárceles interiores. Después de cinco décadas trabajando sobre el estudio de su infancia más temprana, halla la fórmula para disfrutar de su aislamiento y compartirlo. Se expone a todo el mundo, pero en un confinamiento inalcanzable. “Me encantan los espacios claustrofóbicos, al menos, conoces tus límites”, escribió la artista. Sufría tanto de agorafobia como de claustrofobia.

Sus celdas son sus nidos y sus refugios, su casa y su seguridad. Son espacios llenos de memoria, aunque parezcan pesadillas. Estas jaulas pretenden ser los testigos tácitos y corresponsales de lo que ocurre en su interior. “Absorben los rastros dejados por sus habitantes”. El Museo Guggenheim de Bilbao, con la ayuda de la Fundación BBVA, ha reunido 28 de las 55 celdas que realizó la creadora. Es su segunda exhibición aquí.

2. Porque el arte es su única religión

“Cuando empecé a construir las Celdas quería crear mi propia arquitectura, y no depender del espacio de un museo, no tener que adaptar a él mi escala. Quería constituir un espacio real en el que uno pudiera entrar y por el que pudiera moverse”, dijo. Louise confirmaba de esta manera que construía una obra tan personal que suponía un atentado contra los museos contemporáneos, capaces de devorar y vomitar todo lo que pasa por sus salas. Su trabajo es resiste a la lejía corporativa. Pocas obras como la suya se rebelan contra la voracidad con la que Gehry se apropia de todo lo que pasa por la institución bilbaína.

Es increíble que la exposición Louise Bourgeois: Estructuras de la existencia: las celdas (abierta hasta el 4 de septiembre) ocupe los mismos espacios que la matraca pop de Jeff Koons. Las comisarias de la muestra (Julienne Lorz y Petra Joos) se han plegado a las exigencias escenográficas de estas sobrecogedoras instalaciones, que evolucionan desde cerramientos con puertas de madera a jaulas industriales de acero. ¿Cómo? Han hecho desaparecer al arquitecto bajando la luz, apenas un leve gesto que respeta el drama de la obra (traicionada en la obra expuesta recientemente en el Museo de Picasso de Málaga) y la espiritualidad en la que se recrea.Su única religión es el arte, el arte es su religión.

3. Porque sus cárceles son refugios

Bourgeois puso múltiples narrativas e interpretaciones en marcha, en las que los materiales son esenciales: metal, madera, tapiz, goma, mármol, acero, vidrio, bronce, huesos, lino, espejos, agua, bordados… El mundo de sus cárceles interiores son refugios que no brillan, ni son limpios. Objetos rancios y oxidados que regresan de una realidad al margen, pero tratan asuntos de la común. Como los sufrimientos de la mujer ante el imperio del castrador.

Sin embargo, para Jerry Gorovoy, presidente de la Fundación Easton, ayudante de la artista durante los últimos 30 años y relator de la vida y obra de la artista, en Bourgeois no hay lectura femenina ni feminista: “Sus preocupaciones no tienen nada que ver con el género, aunque en algunas piezas haya apuntes feministas. Pero no abordaba a las mujeres, sólo lo tocó de refilón. Quería que las mujeres fueran un sujeto, no un objeto”, ha dicho el albacea.

Jerry Gorovoy, ayudante durante 30 años de la artista francesa Louise Bourgeois, en la presentación de la muestra EFE

“Las celdas se dirían almacenes en los que Bourgeois guarda bajo llave sus recuerdos, a los que vuelve”, explica la comisaria Julienne Lorz. “Necesito mis recuerdos: son mis documentos”, se lee sobre los sacos blancuzcos que descansan en un somier. En otro momento, la artista también asegura que “la guarida es un lugar protegido en el que se puede entrar para encontrar refugio”. “Además, cuenta con una puerta trasera por la que uno puede escaparse. De lo contrario, no sería una guarida. Una guarida no es una trampa”. Las celdas no son cárceles, sino el lugar en el que tomar conciencia de uno mismo, donde colocarnos para “dejar de correr y ocupar nuestro lugar dentro del círculo”.

4. Porque son secretos a la vista

“Es un mundo de interiores, no es un mundo pop, donde todo brilla. Esto es algo interior, que tiene que ver con la expresión de lo interior. No hay ni rastro de lo social ni de lo político, porque creía que el arte político caducaba en poco tiempo”, explica Jerry Gorovoy. “Ella pensaba que tenía acceso al inconsciente cuando trabajaba. Su proceso de creación era una singladura sin destino, avanzaba sin saber a dónde iba. No arrancaba con un concepto. Estas celdas son como un diario, en las que reflejaba cómo se sentía, sin miedo. Era muy honesta”, añade.

Exhibe su inconsciente. Lo hace público y convierte al espectador en un mirón que se asoma a las grietas por las que deja ver sus estancias interiores. Un cojín dice “Je t`aime”, en Habitación roja (padres), de 1994. En Pasaje peligroso (1997), una de las más inquietantes, las sillas cuelgan de las rejas y los objetos se suceden, sobrecargando de símbolos encriptados para el resto de la Humanidad. Quizá comparta sus secretos, porque son los nuestros.

5. Porque Bourgeois ya es un 'blockbuster'

Hay una Spider (1997) que carga con una jaula, como si fuera su estómago. No hay que temer a la araña, porque es la madre que cuida de sus descendientes, no la que devora a los intrusos despistados. Tampoco hay que temerla porque la industria del reclamo la ha convertido en su mayor cebo. Allá donde se dice: “Bourgeois”, aparece una. Y si falta, no es lo mismo. ¿Cómo es posible que se tema al show-business? La gran araña Mamá es la cara B de los selfis del Guggenheim de Bilbao, cuyo protagonista indiscutible es el cachorro florido Puppy, de Koons.

“Esta exposición no se ha hecho nunca antes y no se volverá a hacer más, la exposición de Málaga era totalmente diferente”. Así lo ha dicho Gorovoy y al hacerlo han saltado todas las alarmas de inflación de la burbuja Bourgeois, que en España ha tenido en los últimos cuatro años, al menos, tres exposiciones. La Fundación que controla la herencia de Bourgeois tiene la última palabra. Y es “éxito”.

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