Cuando era todavía un niño, dice, nada hacía presagiar que expondría sus poderosas fotografías en Roma, Londres o París, donde este inglés de 44 años presenta hoy una parte de su colección de retratos de personas sin hogar. Lee Jeffries tenía catorce años cuando decidió dedicar su vida a la contabilidad, profesión que sigue ejerciendo hoy a tiempo completo. “Nunca hice nada remotamente artístico hasta hace ocho años”, cuenta a EL ESPAÑOL. “Entonces fue cuando cogí mi cámara por primera vez”.
Una inagotable fuente de retratos de los invisibles que ha ido tomando a lo largo de los últimos años en las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos. La exquisita precisión de sus imágenes y la ausencia de pie de foto a sus trabajos transportan al público exactamente donde Jeffries pretende llevarles: una introspección sobre las relaciones humanas, sobre los anónimos que nunca eligieron serlo, sobre la luz y la sombra que nos acompañan a diario traducidas en altibajos de esperanza y desesperación, que él ha elegido en muchas ocasiones inmortalizar bastándose del blanco y del negro.
Jeffries subraya en sus fotografías la belleza del contraste entre ambas sensaciones que conviven y atormentan. Para transmitirnos este mensaje se sirve de los rostros de aquellos que, no teniendo nada, son capaces de ofrecer con todo cuanto les queda, sus arrugas y cicatrices, la historia de sus vidas.
Cada vez estoy más seguro de que todas estas personas son, de alguna manera, el reflejo de mí mismo
Las fotografías del británico no pretenden ser otra cosa que el sello de una amistad efímera entre él y las personas a las que inmortaliza. Una ínfima huella de conexión en medio de tanto ruido. ¿Cuál es el punto en común entre todos aquellos que, tras una charla, han aceptado posar para él en Miami, Londres, Los Ángeles o Las Vegas? “Cada vez estoy más seguro de que todas estas personas son, de alguna manera, el reflejo de mí mismo. Veo en ellas ciertos atributos que tengo cerca de mí, que andan conmigo todos los días, como la soledad, la fe, la compasión o la esperanza, por nombrar algunos”.
La crisis de refugiados no pasa desapercibida a ojos de Lee Jeffries que, a pesar de convivir durante años con la miseria del lado de los sintecho, prefiere no interpretar la empatía de los ciudadanos del mundo hacia los migrantes como una solidaridad selectiva, sino como un ejercicio de humanidad.
“Prefiero pensar que más allá de la conmoción de estas imágenes que vemos a diario en la televisión, hay trazos de humanidad, esa que provoca una respuesta empática y que puede unir fuerzas para cambiar las cosas”. Aunque en varias ocasiones insiste en que su obra no responde a un ejercicio de fotoperiodismo, no reniega del poder social de sus clichés. “Cuando veo a todos esos niños ahogándose en las costas de Turquía, esas imágenes me recuerdan la responsabilidad social de mis retratos”, confiesa.
Si hoy Jeffries continúa aumentando esta valiosa colección es porque su búsqueda personal sigue pendiendo de un hilo. “De alguna manera, compartir tiempo con quien no tiene nada y lo da todo, insensibiliza mi propio dolor”, cuenta. “Mi estado de ánimo me deja vulnerable y estoy tan abierto a sentir cosas que a menudo me sorprendo a mí mismo 'enamorándome' de un extraño en el camino”. Las imágenes que Jeffries expone hoy en la galería Confluences de la capital francesa responden a la intensidad que el propio artista ha sabido, caso por caso, encontrar en los protagonistas de sus historias.
Recuerda que su obra comenzó a tener sentido en 2008, la víspera de la Maratón de Londres, cuando decidió inmortalizar con su 200mm a una joven sin hogar desde el otro lado de la calle. Cuando ésta se percató de la hazaña y comenzó a gritarle, Jeffries se dio la vuelta y cambió de ruta. “Estaba tan avergonzado que solo quería desaparecer de ahí”, confiesa. “Pero algo en mí me paró y me hizo ir hacia ella, conocer su historia. Aquella joven me dio mi primera lección de fotografía”.
La mujer bajo la lluvia
Después de ese primer relato, la sed del británico por conocer el resto de relatos que dormían silenciosos bajo cartones fue in crescendo. Hoy puede presumir de captar con una sensibilidad inaudita los estragos de todas esas vidas que él ha ido conociendo. “Fotografiarlos es mi manera de despedirme de ellos”, lanza.
Fotografiarlos es mi manera de despedirme de ellos, explica el contable
No ha olvidado aquella fotografía que tomó en la última Navidad en Los Ángeles, cuenta. “En Skid Row, para ser más concretos”. Eran las 6 de la madrugada cuando quedó hipnotizado con la perfecta línea que formaba la fila de quienes esperaban pacientemente algo de comida y café. “Eran cerca de 200 personas, pero yo solo la veía a ella. Sus ojos parecían revelar una increíble profundidad, una mezcla de desesperación y confusión”.
Explica que durante un rato hablaron, “ya sabe, de todo, de nada, de algunas mierdas sin importancia”. Confiesa que la vulnerabilidad de aquella transeúnte se apoderó de él. Cuando ya se iba, un hombre lo detuvo y le dijo: “Un día la vi sola, de pie bajo la lluvia. Sin más. Sus ojos paralizados en el espacio. Dios la cuida, tiene que ser eso...” El retratista inglés asegura que a día de hoy, sigue sin hartarse de contemplar esta fotografía. “Creo que todavía estoy enamorado de ella”.
¿Es Homeless una colección infinita? Resulta imposible determinarlo, pues este contable no esconde que ligada a su obra se halla su propia exploración interior. “Como cualquier ser humano, quiero querer y ser correspondido, no soy diferente a los demás. Mi búsqueda me lleva hoy a la calle a conocer a estos seres humanos”, responde. “Si un día logro sentir lo que quiero, lo que ando buscando... Ser feliz, enamorarme de una persona... Entonces creo que mi viaje fotográfico habrá tocado su fin”.
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