Cuando Pucho Martín, el cantante de Vetusta Morla, saltaba sobre el escenario, Roger Daltrey y Pete Townshend, los dos capos de The Who, reposaban ya en el hotel. Cosas de la edad: cuando los chicos de Tres Cantos apenas gateaban, los londinenses eran ya leyenda. Una genuina leyenda británica. Y sus discos habían marcado a fuego a toda una generación. Por eso The Who tocan primero, en horario de máxima audiencia, y dejan la madrugada para los héroes últimos del pop-rock español de consumo masivo. En estas dos coordenadas, el rescate de un pilar del rock más reputado y el momento de gloria de un puñado de bandas nacionales, se movió ayer la primera jornada del festival Mad Cool. Un certamen que recupera las grandes citas musicales en Madrid y, sin ambages, aspira a convertirse en una parada obligatoria en la ruta de los festivales de primavera y verano.
Dio gusto ver los vagones del metro atestados de público y la riada de espectadores hacia la Caja Mágica, serpentenado en las calles de Villaverde Bajo, puro barrio del Madrid Sur. Una procesión en busca de música en directo, a cielo abierto, después de unos cuantos años de sequía musical en la ciudad en formato de gran festival. A falta de cifras oficiales, unos treinta mil por día. Conviene subrayarlo. Ahora que ya casi nadie se acuerda de los Festimad ni de los Summercase, dos apuestas bastante diferentes pero que terminaron, las dos, en el pozo del fracaso. Quizá por eso se asumen con buena cara los errores de principiante del recién nacido. Algunas de las pulseras magnéticas, ese nuevo formato de entrada, dieron problemas y obligaron a pasar de nuevo por las taquillas de "incidencias". Aunque lo de taquilla es un decir: un container enrejado cuyo personal no daba a basto.
Camisetas rojas y azules
La espera permitió un sondeo improvisado de camisetas. Ganaron, por goleada, las del círculo azul y rojo que los chicos del movimiento mod rescataron de distintivos militares que franceses y británicos utilizaron en las dos grandes guerras mundiales. Esa diana con la que el bretón Clet Abraham lleva un par de años reinventando las señales de tráfico en la ciudad de Florencia. Aquí en Madrid fue también una tarde de parkas verde olivo, ya que aunque el patio pintaba agradable pronto sorprendió un aguacero. Por acabar con este sondeo para nada fiable, es curiosa la ausencia de utilería pop con los santos y seña que pintan los grupos del indie español. Ni en la tienda oficial del festival, otro par de containers ya dentro del recinto de conciertos, a veinticinco euros la pieza, era sencillo conseguir una camiseta de Vetusta Morla, de los catalanes Manel o de Lori Meyers.
Ni en la tienda oficial del festival, otro par de containers ya dentro del recinto de conciertos, a veinticinco euros la pieza, era sencillo conseguir una camiseta de Vetusta Morla, de los catalanes Manel o de Lori Meyers
Con los granadinos se encendió el primer momento de Mad Cool. En el segundo escenario en tamaño, a un costado del principal reservado para los grandes nombres del cartel, Lori Meyers se reivindicaron como una de las aventuras más solventes de estos tiempos recientes. La banda de Noni López repasó su repertorio más conocido, sólido y por momentos contagioso. Arrancaron las primeras tandas de aplausos, cayendo el sol delante del escenario, y redondearon la jugada con canciones como Planilandia ("a veces pienso que no existen todos mis complejos, a veces pienso que no existen todos mis defectos") o Emborracharme ("Haré de escoba y de felpudo, haré de sirviente. Y trituraré mi corazón con ingredientes").
Si Manel fueran de Brighton
Su actuación coincidió en el tercer escenario con el grueso de la de Manel, el conjunto de Sarrià que tiene más músicas dentro de lo que podría parecer. Por modestia, quizás. Porque si fueran de Brighton, o Bristol, o Brixton, y cantarán en inglés aquí se estarían pegando por subirlos a un escenario. Quizá no fuera el mejor momento, ni tampoco era el mejor espacio, para escuchar como dios manda a los de Guillem Gisbert, pero sí fue tiempo suficiente para confirmar que su madurez continúa en cuarto creciente con piezas como Arriba l'alba a Sant Petersburg ("era un día claro, las familias paseaban, habían encontrado un tiburón muerto en la playa") o Boomerang ("los años, en fin, nos han hecho como hombres y, a pesar de que nadie ha procreado, voy pensando alternativas, por si nunca se da el caso"). Pero la gente, entre comentarios consuetudinarios, que cómo te ha ido la semana y qué bueno que viniste, estaba a otra cosa. Estaba esperando a un mito.
The Who arrancaron cien minutos de rock pata negra sin aderezos artificiales
A la hora en punto, anunciados por un montaje en video que recuperó sus días de gloria desde los años sesenta y recopiló fotos de memorabilia vintage (por momentos pareció un tutorial de YouTube para seguidores acérrimos o para el público recién llegado), The Who aparecieron sobre el escenario. Arrancaron cien minutos de rock pata negra sin aderezos artificiales. Porque es encomiable el empeño y la entrega con las que los ocho de The Who afrontan esta gira del cincuenta aniversario. Su música ha envejecido bien y no es necesario revestir las canciones con fuego de artificio. Piezas como Who are you, Behind blue eyes y The kids are alright marcaron un primer tramo de recital que culminó a la media hora con My generation, catecismo mod de eterna juventud que todos esperaban: "La gente trata de menospreciarnos hablando de mi generación, simplemente porque vamos donde queremos".
Noche de guitarras
En escena, Roger Daltrey aún es capaz de centrar la atención con un despliegue físico que no está al alcance de todos los septuagenarios, y entre el público había unos cuantos esperando escuchar las canciones con las que se hicieron mayores. Daltrey ejerció de caballero británico, como una suerte de Michael Caine de la cultura popular, para conducir el concierto con la veteranía y el aplomo que se le supone. Sin desmerecer al cantante, ni al enorme bajista Pino Palladino, la parte sustancial de la actuación de The Who hay que buscarla en el torrente musical que se levanta en torno a Pete Townshend y su panoplia de guitarras. En plena forma, calibrar su acervo instrumental requiere un análisis más profundo sobre su influencia en todos los tipos de guitarra de rock que vinieron después.
Sin desmerecer al cantante, ni al enorme bajista Pino Palladino, la parte sustancial de la actuación de The Who hay que buscarla en el torrente musical que se levanta en torno a Pete Townshend y su panoplia de guitarras
Sin aspavientos, Townshend firmó una noche de guitarras para la enciclopedia. Solos eléctricos, pasajes de transición en los que su destreza saca oro de las cuerdas y esos riffs marca de la casa que desde los años sesenta muchos copiaron sin pudor. Al cierre, convencido ya el público de que sí, mereció la pena esperar nueve años por su regreso (la última visita de los ingleses databa de 2007), sonaron Teenage wasteland y Won't get fooled again. Dos hojas de ruta para comprender por qué el rock bien hecho sobrevivió al pop que vino luego e incluso a la electrónica que una vez intentó amenazar su futuro.
En la segunda jornada, que arranca a media tarde, está previsto otro regreso esperado, el de los norteamericanos Jane's Addiction, influyentes a su manera en los años noventa y que gracias al empuje de los festivales Lollapalooza han vuelto a los escenarios. Será otro buen día en Mad Cool, un festival que buena falta hacía en la ciudad, de preparación para recibir mañana al canadiense Neil Young en lo que se antoja una despedida en toda regla para un músico fundamental que también se suma a esta generación que salvó al rock.
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