Mala semana para irse de festivales: la operación salida festivalera ya cuenta con su propio caos, como si se tratara de una compañía aérea. El Arenal Sound, en Burriana, uno de los mayores festivales veraniegos pende de un hilo con 45.000 entradas vendidas a un mes de su celebración: el Ayuntamiento ha denegado los permisos para su puesta en marcha porque la promotora no garantiza “la ausencia de molestias en los domicilios residenciales” y se señala que la organización no “tiene en cuenta la existencia de hasta cuatro fuentes de ruido distintas a los escenarios”.
No se trata del único caso: el electrónico Marenostrum Music Festival suspende su celebración con 20.000 entradas vendidas tras no lograr el visto bueno del Ayuntamiento de Alboraia. Marenostrum, que anteriormente se celebraba en el Puerto de Valencia, decidió reubicarse a Alboraia, pero el gobierno municipal ha recibido un informe negativo de la Generalitat, que considera incompatible la ubicación del festival con los usos que autoriza la Ley de Costas.
La creación de la Unión Estatal del Sindicato de Músicos, Intérpretes y Compositoras que pretende reivindicar de manera sectorial una mejora en las condiciones de trabajo
Los últimos meses han puesto en la mira de la política cultural de muchos municipios las condiciones en las que se realizan conciertos y, en especial, festivales. Tras la normativa impulsada en abril en la ciudad de Barcelona, que permite los conciertos en bares con unas limitaciones de entre 30 y 45 decibelios llegó la creación de la Unión Estatal del Sindicato de Músicos, Intérpretes y Compositoras que pretende reivindicar de manera sectorial una mejora en las condiciones de trabajo. ¿Cómo trabajan los músicos en festivales musicales hoy en día?
Adriano Galante
(Seward, miembro de la plataforma del Sindicato de Músicos): “Hemos tocado tres veces en el BAM [Barcelona Acció Musical, dentro de las Fiestas de la Mercè]. Cada año el limitador de sonido fue mayor, y a consecuencia la música que tocamos, más rígida. Fue una de nuestras peores experiencias en el espacio público. Lo que tocas no suena como lo que haces, el sonido no es tuyo. Ocurre en más festivales -como el Cruïlla o el Primavera-, es un error de base. No tienes las frecuencias reales de lo que estás tocando y eso afecta cómo disfrutamos la música en público. Es fuerte comprobar además que jamás hemos tenido este tipo de experiencia tocando fuera de España”.
Lucrecia Dalt
(Electrónica y experimental): “He decidido tocar lo menos posible en festivales por muchos motivos: falta de cuidado en el sonido, un ingeniero de sonido para todo el día que está agotadísimo a nivel auditivo y que no sabe generalmente de qué se trata tu música, falta de espacio para generar un diálogo con el público – por ejemplo, la ausencia constante de mesa de merchandising-. Hay algunas excepciones como el festival independiente Le Guess Who?, en Holanda, que es uno de los mejores para mi a todos los niveles: en trato, espacios seleccionados para los conciertos, curaduría. Los peores recuerdos que tengo de festivales son aquellos que no permiten hacer una prueba de sonido. Se comprueba que el equipo funciona antes del concierto y fuera. No es nada agradable y bastante estresante.”
Nacho Vegas
(Folk-rock, azote del indie): “Como artista siempre me he sentido muy bien tratado en los festivales, no tanto en lo que tiene que ver con la logística propia de estos eventos como en el trato humano. Recuerdo en concreto el concierto del año pasado en el Arenal. Es un festival, como muchos otros, en los que para la mayoría de bandas no existe prueba de sonido. Hay varios escenarios, y lo que te permiten es hacer un chequeo de líneas media hora antes de tu concierto, mientras está otro grupo tocando en el escenario de enfrente, con lo que es imposible escuchar nada. El backstage de cada escenario es un sitio reducido en el que dispones de camerino durante dos horas, lo justo para llegar, tocar y largarte para que el siguiente grupo ocupe el camerino. No había una zona común. Creo que entre las prioridades de los grandes festivales no está la de crear tejido cultural, y es una pena, porque creo que podrían ayudar a construir algo”.
Bernat Hernández
(Músico habitual en la escena del jazz en España): “A menudo oigo quejas de compañeros que a los que no les han aceptado presupuesto de mas de 100 euros por músico -y eso incluye al Festival de Jazz de Barcelona-. El verano pasado fuimos invitados a tocar a un festival como cabezas de cartel en una pequeña localidad de Bélgica con menos de 20.000 habitantes. Nos pagaron los gastos, viaje, dietas y el caché digno de un concierto así. Aparte de que el trato personal fue excelente, fue la primera en la historia vez que pagaron el canon de AIE [la entidad de Artistas Intérpretes y Ejecutantes] de mis temas”.
Ricky Lavado
(Batería de Egon Soda y Nudozurdo, pop-rock): “Hace un par de semanas me ofrecieron tocar en un festival enorme fuera de España. Cartelazo con nombres mayúsculos del indie internacional. El trato incluía conducir unos ochocientos kilómetros, tocar a las cinco de la tarde abriendo el festival y conducir otros ochocientos kilómetros de vuelta. El festival ofrecía la cena. Ni cachés ni gastos ni las gracias. Mil seiscientos kilómetros en furgoneta con los gastos que eso conlleva, a cambio de una cena de catering de festival. Otros festivales nacionales deciden pagar pero incluyen en el contrato una clausula según la cual una parte del caché del artista va destinada a pagar a la SGAE. El artista paga sus propios derechos de autor. Da qué pensar.”
Álex Gutierrez
(Miembro de Diploide, hip-hop): “En los festivales, en cuanto a la legalidad laboral, suelen hacerse las cosas mejor que cuando tocas en un garito de por ahí, eso es así. Pero no se hacen bien nunca, y eso tiene más delito porque los festivales sí tienen los recursos para hacerlo, no son cuatro amigos de no sé dónde que le echan ganas y se buscan los cuartos para traer a un grupo que les mola al garito al que van habitualmente de fiesta en su pueblo. En este último caso se hace todo sin contrato, en negro, y aquí paz y después gloria. Que tampoco está bien, entiéndeme, pero es distinto: esos cuatro amigos no se van a lucrar con la cosa. Más grave es que las camareras del garito habitualmente tampoco tienen contrato, y curran ahí todos los fines de semana.
En los festivales tochos se mueve mucho dinero y están subvencionados con dinero público. Es intolerable. Firmas un contrato y normalmente te exigen que les emitas una factura. Bueno, no siempre, también hay veces que se cobra todo en negro, sin facturas ni hostias, como con los 4 amigos. Pero lo habitual es que sí te la pidan, y cuando les dices que no es tu actividad habitual, que no puedes darte de alta como autónomo y que por tanto no puedes emitir una factura, les da igual, dicen que tienes que hacerles una o “mira a ver si alguna empresa amiga o asociación cultural pueden hacértela”. En resumen: en los festivales, con Hacienda casi siempre todo correcto –de aquella manera-; con la Seguridad Social, nunca, salvo grupos tochos que vivan de la música y sean empresas o autónomos y cuya relación con el festival no sea laboral sino mercantil.
Ya verás qué risa cuando alguien de un grupo pequeño se caiga de un escenario y se parta la crisma o tenga un accidente de tráfico in itinere y no tenga cobertura; que tarde o temprano pasará algo así. Mi conclusión es que en la música y en los festivales en particular hay mucha explotación laboral, falta mucha educación en legislación laboral, tanto por parte de los promotores como por parte de los grupos y falta mucha organización entre las trabajadoras para defender sus derechos. Nada muy distinto de la sociedad en general, por otra parte”.