Si algo no se le puede reprochar a Diana Krall es su relación calidad precio. En el mercado de la oferta y la demanda la cantante es la líder indiscutible del sector. Krall ofreció ayer un concierto en Madrid sosegado, íntimo y satisfactorio, tal y como se esperaba.
El Teatro Real acogió a la canadiense, recién llegada del Jazzaldía de San Sebastián donde puso el toque final a un festival lleno de asombros y melancolías. Krall no sorprende, pero tampoco decepciona, lo que la convierte en un valor seguro en cualquier festival que se precie. Sin embargo, la cantante, que nunca termina de desmelenarse aunque se intuya a un abismo de pasión en ella, es perfectamente consciente de ello. Si ella no va a sorprender, lo harán sus músicos, que para eso ella es Diana Krall, la lady del jazz.
Sus canciones suenan todas prácticamente iguales, después de 15 discos y posicionarse como una de las cantantes más relevantes del panorama internacional, Krall no va a engañar a nadie. La guitarra de Anthony Wilson compensaba el hueco del escenario que la canadiense, a propósito, le dejaba. Si algo hace bien la cantante es inclinarse hacia atrás para ir tocar a sus músicos, como una madre orgullosa de sus críos.
Wilson no sólo mostraba una técnica increíble, además hacia las veces de guía del conjunto cuando Krall se olvidaba de cantar, como ella misma reconoció durante la actuación. La batería de Tony Reagan simplemente fue excepcional, sus baquetas se movían tan rápido que parecía que había 30 tíos en el escenario. Entonces uno se sentía en medio de Whiplash, pero sin lágrimas.
El concierto fue una recopilación de los grandes éxitos de la artista. A case of you, Quiet nights… Poco importan las canciones que tocase, Krall tiene una voz armónica y es una brillante alumna al piano, pero no ofrece una variedad creativa excepcional. Sin embargo, sí ofrece una colección de sonidos y músicos deliciosa. Hay que reconocer que la canadiense hace algo que pocos pueden hacer. Desde lo alto del Real no se contemplaban móviles, algo verdaderamente asombroso. Cuando la gente deja de hacer fotos o vídeos es que el concierto funciona de verdad.
Hay que reconocer que la canadiense hace algo que pocos pueden hacer: desde lo alto del Real no se contemplaban móviles. Cuando la gente deja de hacer fotos o vídeos es que el concierto funciona de verdad.
La lucha contra el transhumanismo era esto, el Jazz que congrega al público en torno a una sola razón: disfrutar de la conexión que se establece entre el patio de butacas y el escenario. Cuando los fotógrafos se fueron y las luces se apagaron del todo, entonces comenzó el verdadero concierto de Diana Krall, en ese momento sólo queda entregarse y buscar la mano de la pareja que acompaña.
El espectáculo consiguió resolverse como una charla entre amigos. La intimidad compartida entre la cantante y el público quedó palpable cuando Krall preguntó, directamente, al público qué querían que cantase. Mientras tocaba la canadiense se ría, como susurrando, como si de algún modo la expectación siguiese ruborizándole.
La cantante dio ayer en Madrid un espectáculo clásico, atemporal. Con el aforo del Teatro Real completo Diana Krall triunfó porque no engaña. La canadiense no se excede en una capacidad creativa que no tiene, ni intenta invocar a las glorias del jazz, Krall se limita a ser ella misma y, como buena profesional, a tapar los vacíos que deja con músicos excepcionales.