Déjenme llorar, el primer álbum de la artista mexicana Carla Morrison, era un recorrido por todas las dolencias y esperanzas de una pareja. Con Amor supremo, que un año después de su publicación presenta esta semana en España con un concierto en Sevilla (Teatro Alameda, martes) y otro en Madrid (DCODE Festival, este sábado), el amor aparece como una experiencia sagrada, acompañada por tambores ancestrales, órganos catedralicios y sintetizadores dilatados. Entre un disco y otro han pasado tres años y el camino recorrido entre ambas experiencias es de la espontaneidad a la sacralización. Suprema por el envoltorio.
En el interior, mantiene las declaraciones a tumba abierta sin miedo a la diabetes y a la anulación: “Tú siempre serás mi mejor mitad” (en No vuelvo jamás); “Azúcar morena es tu piel / Tus besos me saben a pura miel / Tu boca son cerezas para comer / Tu voz retumba en todo mi ser” (Azúcar morena); “Quiéreme, te lo ruego. / Eres tú la raíz de mi fuego. / Para mi no hay otro deseo. / Que besar tu piel de terciopelo” (Yo vivo para ti).
Estoy tratando de estabilizarme como artista y saber quién soy. Luego, saber qué hago con esto, cómo reafirmo mi persona pública
Amantes que se van, amantes que se quedan, amores que no terminan de romperse, una piscina olímpica de amor. Pero a estas alturas, uno se pregunta si no es cierto que todas las canciones de amor acaban en la misma palabra: “Hipócrita”. “Amor supremo es un disco que trata la negociación amorosa de la pareja madura. Acepta que si las cosas no funcionan no pasa nada, no hay resentimiento y lo aceptas tal y como es”, explica la cantante a este periódico.
Amor tolerante
“Nos han pintado que el amor es perfecto y felicidad y todo buena onda, sin momentos duros. Pero, en realidad, no es así. Hay que esperar, aceptar y quedarte. Apoyando en los malos momentos y disfrutando en los buenos. Es una negociación: ser tolerante y no aceptar que te traten mal. Tratar de entender a la otra persona”, resume la cantante sobre la tolerancia de una vida en pareja. Pero marca una frontera que no se puede permitir cruzar: “Es mejor salir de la relación que no te gusta. La tolerancia se acaba cuando a una se le falta el respeto”.
Morrison responde que ella forma parte de una generación reprimida, que no saben valorar la fuerza que tienen ellas mismas. “Las nuevas generaciones se rebelan y dicen basta, nos están ayudando a despertar y a empoderarnos. Nunca he creado un movimiento, pero sí he tratado de empoderar a las mujeres que me rodean, porque debemos apoyarnos. Es importante señalar las cosas buenas que hacen las mujeres en la sociedad”, cuenta.
Pero eso, ¿dónde aparece en sus canciones? “Nunca lo he hecho de manera frontal, pero lo apoyo. Mi carrera ha sido muy espontánea, nunca imaginé que fuera a tener tanto éxito tan rápido, y lo primero que estoy tratando de hacer es estabilizarme como artista y saber quién soy. Luego, saber qué hago con esto, cómo reafirmo mi persona pública. Soy relativamente joven”.
La manera más rebelde, como comenta Morrison, de oponerse a su entorno machista fue escribir sobre su dolor, “hablar del amor de una manera directa y real”. Desde la entrega sin condiciones a la pareja y la tortura del rechazo. Sus canciones dibujan identidades sin capacidad a ser por ellas mismas, personajes que no pueden con la soledad y a los que les cuesta aceptar una existencia sin “medias naranjas”. En su reconocimiento de la destrucción del amor hay una reivindicación rotunda del tormento, que no de la tortura. “Amor supremo es un disco más atmosférico. Procuro hacer que las letras y la música sean una experiencia completa. No quería estar amarrada a la guitarra”, cuenta acerca del envoltorio de la producción.
Vergüenza de México
Hablando sobre los motivos para la rebeldía, muestra su tristeza por el México actual. “Dormido”, dice. “No luchamos lo suficiente. Es un país adolescente, que aunque sus risas y sus chistes lo caracterizan también lo hacen no competitivo. Me avergüenza porque soy una ciudadana mexico-americana [su padre emigró a los 13 años a los EEUU y fue adoptado por William Morrison, de ahí el apellido de ella]. Me deprime ser de un país que necesita mucha ayuda, no sólo otro presidente”, cuenta. Y apunta a la educación como el foco de todos los males. “Queremos que alguien nos venga a salvar. Es una mentalidad conformista que viene de tiempos de la conquista”, dice.
¿Si hubiera que buscar un presidente para su país cuál sería el modelo? Reconoce que Trump no lo es, pero se queda con José Mujica (ex presidente de Uruguay) y Barcak Obama (EEUU). “Obama es un presidente que a mí me ha encantado. Tiene valores muy claros y el mensaje que proyecta como persona de color. Son presidentes preparados y conscientes de los problemas”, reconoce.
Y junto a la reclamación de un presidente más honesto y generoso, no olvida de pedir que acaben las fronteras y nos unamos todos para cuidar el planeta… “Es muy importante, pero no hay mucha conciencia, sobre todo ahora con tanta distracción de las redes sociales”. ¿Cómo? “Las redes sociales son un arma muy poderosa, que pueden informar y distraer. La mayoría son memes idiotas. A mí me han ayudado a ser una artista independiente, en cualquier lugar la gente sabe de mi existencia, aunque mi entrada de regalías sea menor. Pero alimentan cosas muy negativas y distraen. En mis conciertos pido que apaguen sus celulares y se centren en el concierto, en la comunión. El poder de la palabra es importante, hemos perdido conciencia de ello por estar distraído en las mierdas chistosas”.
Lamenta la pérdida del valor del trabajo del artista y la producción disparatada a la que obliga la inercia ansiosa del mercado. “En ocho meses, un trabajo ya se ha hecho viejo. Este exceso nos está volviendo a todos locos”. Reconoce que trata de pensar en nuevas ideas para que su público siga interesado y entretenido con su música, más allá del calentón del lanzamiento. Todavía no tiene la solución.