Con lo bonito que es fracasar. Conocer a alguien, ilusionarse, compartir el aliento y el sudor de los fines de semana bajo las sábanas, desearse por WhatsApp, comenzar a rendirse poco a poco, pasear por el parque un domingo de otoño a media tarde, comentar que se aproxima un concierto de AC/DC y sentir entonces cómo algo leve y frágil se hace añicos en algún punto impreciso entre los dos: “No sé qué es AC/DC. ¿Es un grupo? A mí me gusta Pablo Alborán”. Y no volver a verse nunca.
Hay algo poético en el fracaso. Algo terrenal e inevitable que lo convierte en deseable. Lo apuntaba Monterroso en su Decálogo del escritor: “Procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan”. Y es un gran consejo, porque tal vez no haya mayor soledad que la del éxito. Especialmente en la literatura, claro, pero especialmente en el amor. Pocas cosas se me ocurren más aterradoras que una relación feliz, uniforme y segura, con todas las cartas boca arriba, sin un mísero interrogante que pueda mandarlo todo al carajo en cualquier momento.
Por eso desde hace siglos, al conocer a alguien, las cosas siempre se han hecho poco a poco, tanteando el terreno, tratando de evitar que todo salte de repente por los aires. Es esa sensación de riesgo la que lo hace interesante. Saber que cuanto más avanzas, más te juegas. Como un deporte extremo en el que te puedes hundir en el precipicio si pisas mal. Y Tinder nos ha privado de ese pequeño placer mundano. Nos ha arrebatado el fracaso.
Tinder y Super Mario Bross
Recuerdo la primera vez que un amigo me habló de Tinder. Hasta hace no mucho, no sabía ni que existiese. Al mismo tiempo me maravilló y me entristeció la idea de poder acceder a toda aquella información al instante. Si había o no mujeres -o, si fuese el caso, hombres- que se encontraban en la zona y también querían conocer a alguien, cómo se llamaban, su aspecto físico, sus preferencias e intereses, etcétera. Era como el truco aquel del Super Mario Bros. en el que saltabas desde el principio del mundo 1 directamente al mundo 5. Constituía un atajo para comenzar el juego más adelante, en efecto, pero te perdías una de las mejores partes.
Con todo lo demás a la vista y servido en bandeja, la música era el único elemento que aportaba algún riesgo y concedía a una conquista interés
Sin embargo te quedaba la música. Era tu clavo ardiendo. La última esperanza de que toda aquella eficacia, en cualquier momento, pudiese venirse abajo. Con todo lo demás a la vista y servido en bandeja, la música era el único elemento que aportaba algún riesgo y concedía a una conquista un último pellizco de incertidumbre e interés.
Porque una pareja puede no coincidir en gustos literarios. No importa. A ella puede fascinarle Ken Follet y él detestarlo. Ella puede desdeñar a Dickens y él adorarlo. Basta con leer cada uno los libros que le gusten y asunto resuelto. Con el cine ocurre algo muy similar. Aunque no haya coincidencia en cuanto a géneros, películas o directores favoritos, como mucho te toca ceder durante un par de horas de vez en cuando. La música, sin embargo, es clave. Es lo que va a sonar de fondo cuando hagáis seiscientos kilómetros en coche dentro de un mes, estando de vacaciones. Es lo que vas a escuchar en su casa el próximo domingo por la mañana, de resaca tras una noche de juerga. Podría ser bachata. Peor aún, podría ser reggaeton. No quieres despertarte y enfrentarte a dos horas de reggaeton. La música es el primer gran término en el que debe haber consenso. Si no coincidís en eso no vale la pena ni intentarlo. La discordia en lo musical son unos cimientos torcidos. No puede funcionar.
Los bares, el filtro impecable
Y Tinder y Spotify lo saben. Lo saben y por eso se alían. Hasta ahora todavía nos quedaban los bares. Eran un filtro impecable. No intentabas ligar en ese pub donde sólo pinchan hip-hop porque sabías que nada había allí para ti. Una noche entraste en un local de heavy y dos semanas después, no sabes cómo, estabas asistiendo a los ensayos de una banda tibuto a Iron Maiden. Tinder ya podía chivarte todo lo que necesitabas saber sobre un hombre o una mujer, porque todavía te quedaba la aventura de llegar al bar, venirte arriba con Thunderstruck e intentar enrollarte con quien estuviese tan encendido como tú. Fuese coincidencia o no. Cara o cruz.
Tinder y Spotify han reducido el riesgo a cero. Los usuarios de la aplicación pueden subir sus canciones preferidas a su perfil y descartar a otros usuarios en función de sus gustos musicales
Pero se acabó. Tinder y Spotify han reducido el riesgo a cero. Ya no hay aventura posible. Ahora los usuarios de la aplicación para ligar pueden subir fragmentos de sus canciones preferidas a su perfil, indicar qué tema consideran su propio himno y seleccionar o descartar a otros usuarios en función de sus preferencias musicales. Ha desaparecido la posibilidad de fracasar. De cometer un error. Ya no sólo sabrás exactamente qué aspecto tiene, a qué se dedica, cómo se llama o cuáles son las aficiones de tu posible pareja. También sabrás qué música escucha. No te hará falta equivocarte con cien chicos o chicas antes de dar con lo que buscabas. Irás directamente del principio del mundo 1 al mundo 5. Un trayecto tan instantáneo y seguro como aburrido.
Ni siquiera será necesario salir de casa para ligar. Mejor dicho, ni siquiera será necesario salir de casa para acertar. Ni ducharse. Ni cambiarse de calzoncillos, qué diablos. Puedes llevar tres días acumulando polvo y roña en tu sofá y triunfar a distancia como un campeón. Quién sabe, tal vez incluso des con el amor de tu vida. “¿Y cómo os conocisteis, parejita?”, os preguntará un cura dentro de algunos años en un siniestro curso prematrimonial. “Yo recuerdo que estaba tirada en bragas en la cama y tenía un pegote de ketchup en la camiseta, padre”. Un instante mágico para contarle a vuestros nietos en Navidad.
Jugártela para impresionar
Antes Cupido acostumbraba a errar el tiro. Si me apuran, diría que acertaba una de cada mil veces. Tenía su gracia. El muy cabrón sabía a quién emparejar, pero carecía de puntería. Tocaba esmerarse. Tenías que jugártela para impresionar al otro. Ir dándole la vuelta a tus cartas con la esperanza -y la diversión y la inseguridad y el éxito y la decepción y el día siguiente por la mañana y el no te preocupes, me voy en taxi y el me gustaría volver a verte y todo lo demás- de que ninguna remolcase un fracaso. Lo apasionante era eso. La mera posibilidad de pisar en falso.
Tinder y Spotify le han puesto a Cupido una mira telescópica en la punta del arco y le han proporcionado unas flechas teledirigidas infalibles
Ahora Tinder y Spotify le han puesto a Cupido una mira telescópica en la punta del arco y le han proporcionado unas flechas teledirigidas que, al parecer, son infalibles. Ha llegado la era de apostar sobre seguro. De no saber en qué consiste tropezar. Anteayer leí en una galleta china de la suerte que en esta vida no hay nada infalible. Pues ojalá sea así y a Cupido le tiemble el pulso porque, de lo contrario, menudo coñazo, oigan.