La banda más famosa de heavy metal vuelve con un álbum, Hardwired... To Self-Destruct. Verá la luz el 18 de noviembre. Tras 35 años en activo, y después de un parón de ocho años, la noticia es, sin duda, que están vivos. Y hay quien lo dudaba después del hiato y el documental incendiario Some kind of monster (2001), que parecía más una sesión de psicodrama terapéutico que la clásica hagiografía musical al uso.
El regreso de Metallica con disco y gira se plantea como un acto comunicativo de única dirección: seguir siendo relevantes en el espacio del rock duro de estadio. Anuncian que están dispuestos a reinventar el heavy metal.
Esta rimbombante declaración, como tantas otras, recuerda al documental musical paródico por excelencia, Spinal Tap, en la que una banda de rock echa mano de los estereotipos más humorísticos al respecto. Y Metallica se han convertido en Spinal Tap: su regreso por dinero, los músicos malogrados, los instrumentos para machotes… todo está ahí. El propio Lars Ulrich declaraba a Rolling Stone que Spinal Tap “no es una película de humor, es nuestra peor pesadilla”.
Autoprofecías cumplidas
¿Por qué Metallica se parecen cada día más a Spinal Tap? Primero, demandaron a los fans: en una estrategia conducida por la megalomanía, en abril del año 2000, Metallica demandó al programa de intercambio de música Napster, a 335.000 de sus usuarios y a varias universidades por supuestas violaciones a sus derechos de autor.
Lars Ulrich apareció frente a las cámaras entregando personalmente una lista de 300.000 usuarios de Napster que compartían canciones de Metallica, en la oficina del servicio de intercambio de archivos en lo que estaba destinado a ser el primer golpe de una avalancha de demandas. Un año más tarde, Metallica retiraría la demanda, pero el mal ya estaba hecho y habían perdido una parte del favor del público al que, sorpresa, no le gusta que le criminalicen.
También contrataron a un coach personal y lo filmaron: en plena autodestrucción como banda en 2001 y pese a no soportarse, los integrantes de Metallica siguieron tocando. Para poder actuar con soltura en público, echaron mano de Phil Towle, un especialista en “la mejora del rendimiento escénico”, a 40.000 dólares mensuales. Mientras intentaban recomponerse, el bajista Jason Newsted se largó y el cantante James Hetfield se internó en un centro para desintoxicarse. Los músicos decidieron filmar el derrumbe en Some kind of monster.
Una vida al límite
Copiaron el álbum negro: en 1982, Spinal Tap hizo honor a la obsesión de las bandas por epatar con la portada de Smell the glove. Tras una supuesta discusión con la discográfica, la banda ficticia decidió sacar un álbum negro que fuera “el más negro de todos, que no hubiera una portada más negra que esa”. El quinto álbum de Metallica, conocido como “el álbum negro”, se considera un homenaje a Spinal Tap.
Peligra la vida de los músicos en las giras: si en Spinal Tap los baterías mueren en extrañas circunstancias -accidentes de jardinería, ahogados en vómito e incluso por combustión espontánea-, los músicos de Metallica parecen miembros de Spinal Tap también en directo. Durante la gira de 1992, James Hetfield sufrió quemaduras de tercer grado al acercarse demasiado a un aparato pirotécnico, en lo que Lars Ulrich definió como “un gag más de Spinal Tap”.
Recrean escenarios imposibles: si Spinal Tap hace descender monolitos de Stonehenge, bailar a enanos e ilumina calaveras gigantes con cuernos, Metallica no quiere ser menos. Durante el concierto que quedó inmortalizado en su película Through the Never, había que ser más que nadie. Para demostrar que se trata de la banda más importante del mundo, se optó por elementos titánicos: tumbas iluminadas con LEDs, estatuas que explotan, sillas eléctricas gigantes y ciclones en llamas.
Repetirse hasta morir
El set list es el mismo de siempre: en Spinal Tap los músicos son conscientes de que no han producido un single de éxito en una década, y por eso tienen que aceptar filmar un documental sobre su trayectoria. Metallica parece copiar a la banda ficticia incluso en eso: en los últimos conciertos son capaces de sacarse de la manga canciones de la década de los ochenta como Orion o Ride the Lightning, pero no abundan los temas que tengan menos de diez años.
Ya no es diversión, es trabajo: como en Spinal Tap, el retorno de la banda liderada por Lars Ulrich daba pistas de por dónde iban los tiros ya en 2001. El cantante James Hetfield, que tenía órdenes del médico de no trabajar más de cuatro horas al día se jactaba de tener un almacén lleno de guitarras idénticas. Evidentemente, ya entonces se trataba de trabajo, no de placer. Y ahora toca volver al trabajo.