Chuck Berry: el día que el ingrato rock and roll se quedó huérfano
Recuerdo cuánto me impresionaba de niño la escena de Regreso al futuro en la que Marty McFly se sube al escenario durante el “Baile del encantamiento bajo el mar”, les da unas intrucciones básicas a los músicos y comienza a tocar Johnny B. Goode. Pasarán los siglos y ese riff inicial de guitarra seguirá erizándome el alma.
Por aquel entonces no comprendía el momento en el que el guitarrista de la banda, a quien Marty está sustituyendo porque se ha lesionado en la mano, levanta el teléfono y dice: “Chuck, Chuck, soy Marvin. Tu primo, Marvin Berry. ¿Recuerdas ese nuevo sonido que has estado buscando? ¡Pues escucha esto!”. Y dirige el auricular hacia el escenario para que su primo, Chuck Berry, descubra la canción que él mismo iba a escribir tres años más tarde. Hoy esa paradoja me parece sencillamente mágica.
Robert Zemeckis no se equivocaba. Ese sonido era de Berry. Le pertenecía. John Lennon dijo en cierta ocasión que si alguien quisiera darle otro nombre al rock and roll, podría llamarlo Chuck Berry. El género contaba entre sus fundadores con Bill Haley, Fats Domino o Bo Didley y tuvo padrinos de excepción, como Jerry Lee Lewis, Little Richard o Buddy Holly, pero su padre era Chuck Berry. Él mismo solía decir que el rock era su abuelo y, al mismo tiempo, su hijo. Un hijo que creció y se emancipó y con los años se volvió un bobo ingrato y desarraigado, y que hoy, sesenta años después del lanzamiento de After School Session, el primer disco de Chuck Berry, se ha quedado huérfano.
Berry llevaba 38 años callado. Rock it, su último álbum de estudio, se publicó en 1979 y desde entonces se ha dedicado a observar. A contemplar cómo evolucionan las cosas. A escuchar cómo su hijo, todavía en la adolescencia, ya le llamaba anticuado. Y mientras tanto se paseaba por ahí con capa y plataformas, que después fueron hombreras y medias rotas y más adelante chándales, máscaras y alpargatas, creyendo que el rock tiene mucho más que ver con vender un producto que con hacer música desde las tripas.
Hoy la industria llorará su ausencia, como es natural, y todos lamentarán su muerte a los 90 años y recordarán cuánto significó su figura y habrá sentidos discursos y emotivos homenajes, pero la realidad es que durante todo este tiempo, a Chuck Berry, al rock and roll de verdad, ni puto caso.
Ayer por la tarde, por pura casualidad, estuve con mi hermano en casa de un amigo tocando Johnny B. Goode. De vez en cuando nos gusta coger unas cervezas, ir a su jardín y desempolvar su vieja colección de guitarras. Y si eso sucede, si todavía hoy hay gente que decide juntarse para sacar una púa y pegarle una sacudida a las seis cuerdas, es por Chuck Berry. Porque cuando aquel rock and roll crudo, primario y auténtico te muerde, ya no te suelta jamás.
Decía Berry que el rock and roll era su hijo pero también su abuelo. Cuando termina su actuación, después de un solo de guitarra delirante, Marty McFly le dice a los asistentes al baile que supone que todavía no están preparados para algo así, pero les encantará a sus hijos. Unos hijos que ahora tienen sus propios hijos: los nietos y herederos de aquel rock and roll. Los nietos y herederos de Chuck Berry.
Por fortuna, aquel hijo ingrato y desarraigado ha terminado madurando y, al final, ha vuelto la mirada a su pasado. El destino ha querido que hoy sea el día del padre y, por primera vez desde que nació, allá por los años 50, el rock and roll no tiene a nadie a quien felicitar. Espero que no sea demasiado tarde.