Dice Shakira que su nueva canción, Me enamoré, la escribió en un momento de su vida en el que estaba tan pillada "que literalmente estaba escalando árboles". Se nota el estado de enajenación, porque es, probablemente, uno de los peores temas de toda su trayectoria: la letra resulta un ejercicio burdo de pornografía emocional, un diario púber en el que desgrana con excitación primigenia su flirteo con Piqué. "Yo con mi sostén a rayas / y mi pelo a medio hacer / pensé: éste todavía es un niño / pero ¿qué le voy a hacer?". Lo vio "solito" y se lanzó, cuenta. "Mira qué cosa bonita / qué boca más redondita / me gusta esa barbita".
Bajo tanta rima apoyada en diminutivos sonrojantes y tras ese deseo picarón de procrear hasta que el cuerpo diga basta -"contigo yo tendría diez hijos / empecemos por un par / solamente te lo digo / por si quieres practicar"- ni siquiera late un ritmo pegadizo como en otros de sus hits. Con todo, la inercia de estos tiempos primaverales y los incondicionales palmeros la convertirán en un must de todas las verbenas, en una misa insufrible de sábado y chiringuito.
A la cantante colombiana ya no le interesa la universalidad, la sentimentalidad abstracta que convierte el pajareo de las canciones veraniegas en cierto himno íntimo, interpretable igual por la abuela que por el niño, por el cuarentón separado que por la adolescente serotonínica. Esas historias de amor y/o lujuria que ha podido vivir cualquiera, que son tan comunes que naturalmente rozan a todo ser humano. Un Yo quiero bailar, un Sueño su boca, un Colgando en tus manos, tonadillas que abrazan igual tus devaneos que los del vecino.
Canciones autobiográficas
Pues no: Shakira tira de biografía, de álbum de fotos, de recuerdo edulcorado. Quiere que la plebe escuche Me enamoré y se teletransporte automáticamente a aquel Mundial de Sudáfrica de 2010 en el que conoció a Piqué: de repente estamos ahí, un mojito, dos mojitos, "mira qué ojitos bonitos, me quedo otro ratito". Una parábola innecesaria para nuestra educación emocional.
Por no hablar del vídeo de la canción, que acompaña la letra con ilustraciones explícitas de la pareja: el niño Piqué jugando al fútbol; ella con los cabellos alborotados, riendo, nerviosilla por el pastel; el catalán poniendo morritos para mostrar en primer plano su "barbita" magnética; la cantante embarazada y él apoyado en su vientre... sólo ha faltado mostrar al mundo el instante de la concepción de sus dos hijos, musicalizado.
Shakira es la heredera natural de Isabel Pantoja, el relevo generacional de aquel bellísimo Marinero de Luces con el que la tonadillera sacó a España rédito y lágrimas de su luto por Paquirri
No es la primera vez que Shakira se abre en canal y enreda vida privada y producto artístico hasta el bochorno. Queda lejos ese Hey de Julio Iglesias -en el que toda la grada vio el retrato envenenado de Isabel Preysler-, y Ese hombre de Rocío Jurado, presumiblemente dedicada a Pedro Carrasco. Qué hermoso era intuir, ver volar la bofetada sin mano de un lado a otro del ecosistema ibérico, sin detallar destinatario. Sin embargo, Shakira es la heredera natural de Isabel Pantoja, el relevo generacional de aquel bellísimo Marinero de Luces -compuesto por José Luis Perales- con el que la tonadillera sacó a España rédito y lágrimas de su luto por Paquirri.
"Loca por mi Piqué"
La cantante colombiana es la versión celebratoria de otro romance mediático: la coplera y el torero evolucionan en hija predilecta de Barranquilla y futbolista catalán. El exhibicionismo sigue trascendiendo a las revistas del corazón para ahondar en los discos de estos dos iconos femeninos: en el caso de Shakira, ya en 2011 editaba en pleno concierto en Barcelona la letra de Loca e instaba a su coro a repetir "Estoy loca por mi Pique, loca, loca, loca".
En un recital de la estrella en Polonia, cambió su "Oh, baby, when you talk like that", de Hips don't lie, por "Oh, Piqué, when you talk like that..."
En otra ocasión, en un recital de la estrella en Polonia, cambió su "Oh, baby, when you talk like that", de Hips don't lie, por "Oh, Piqué, when you talk like that...". En 2014 le dedicaba a su pareja la canción 23, que revela la edad que tenía él cuando le conoció, y en el verano de 2016 metía con calzador un "que si a mi Piqué tú le muestras el Tayrona, después no querrá irse pa' Barcelona" en La Bicicleta. Estos guiños descarados, estos besos en el aire, son sólo fruto del continuismo cañí, de la estela exhibicionista que conmueve a muchos y repugna a unos pocos en este país permeable a las comidillas, al chismorreo, al meterse en la cama del prójimo y hasta olerle las sábanas.
Los hits de Shakira son la adaptación bailable y festiva de las desgarradoras Mi pequeño del alma, Era mi vida él u Hoy quiero confesar -arenga con música que puede cantarse en el patio interior del bloque para acallar dignamente los chismorreos de las vecinas-. Sus canciones son las hijas de aquel asunto de Estado que era la muerte de un torero y el corazón roto de su viuda hermosa y jovencísima.
Atrás queda esa feroz, aguda, salvaje y honda compositora que era Shakira en sus primeros discos, como Pies descalzos, Dónde están los ladrones o, ya raspando, Servicio de lavandería. Desde 2001 el mundo la anda echando de menos fuera de los suburbios pachangueros: fueron años lejanos, sin Gordita ni Gerard Piqué, una era de antigua poesía donde aún leía el mundo sólo a partir de su lente.
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