La primera foto cultural en el despacho oval es una declaración de intenciones del presidente de los EEUU: a la derecha de Donald Trump, el músico Kid Rock (famoso por abanderar las insignias confederadas durante los partidos de los Detroit Pistons) y su prometida (Audrey Berry). A su izquierda, la ex gobernadora de Alaska, Sarah Palin, el músico Ted Nugent (posiblemente, el cantante racista más bocazas de todos los tiempos) y su esposa Sheman Deziel.
Imaginen una fotografía imposible y verán a Donald Trump junto con Bruce Springsteen en la Casa Blanca. Ted Nugent es el ángel protector del presidente en sus peores pesadillas musicales y uno de los roqueros más tarugos del panorama norteamericano. Amante y defensor de los rifles, ya dijo en su día de Barack Obama que era “un pedazo de mierda”. Identificó al ex presidente como “el mal” y aseguró, en entrevista con la revista de la Asociación Nacional del Rifle, en 2012, que si Obama era reelegido presidente estaría muerto o en la cárcel en un año. Amenazas y enaltecimiento del terrorismo, el juego favorito de la cara cultural con la que se ha querido identificar Trump.
Al ser reelegido Obama, Nugent llamó a los partidarios del vencedor “bichos infrahumanos” por ser seres sin alma que decidieron elegir un presidente para destruir EEUU. En un concierto de hace diez años salió al escenario rifle en mano y se refirió a Hillary Clinton, entonces candidata a la presidencia, como una “puta sin valor”.
Reírse de Rosa Parks
Sobre su racismo descarado hay mucho rastro de hemeroteca. Cuando Obama planteó la confiscación de las armas en poder de la población, Nugent sacó la sal más gruesa de su repertorio: “Llegará un momento en el que los propietarios de armas de los EEUU, los respetuosos con las leyes y propietarios de armas, serán los próximos Rosa Parks y nos sentaremos en el asiento delantero del autobús. Caso cerrado”.
“Debido a que nuestros poderes legislativo, judicial y ejecutivo mantienen desacato la décima enmienda [“Los poderes no delegados a los EEUU por la Constitución, ni prohibidos por ella a los estados, están reservados a los estados o al pueblo”], estoy empezando a plantearme si habría sido mejor que el Sur ganara la Guerra Civil”. Tampoco ha dudado en mofarse del discurso de Jesse Jackson y Al Sharpton, al que denominó “ebonic mumbo-jumbo”. Y pide desde hace años una “verdadera América”, en la que se “juegue duro”, se “trabaje duro”, con “blancos pateadores de mierda, que son independientes”.
Por supuesto el rap le provoca “ganas de vomitar”. “Eso no es música. No tienen alma, no es cool y son estúpidos”. “Esos grandes mestizos maleducados grasientos, que se llaman a sí mismos artistas de rap”, ha dicho. Nugent está muy cabreado con la MTV, porque sólo ha aparecido una vez en su vida en el canal con mayor repercusión en la promoción musical, por eso lo califica como “masa socialdemócrata de moco hippie”.
Culpó de la muerte de Trayvon Martin a “la violencia que vemos en las comunidades negras”. Más tarde dijo del joven de 17 años, asesinado por un vigilante de la zona, que era un “fumador de droga, aspirante a gangsta racista”.
El desafío racial
Este es el desafío racial preferido de Donald Trump y que tan buenos réditos electorales le han deparado. Construyó su marca política gracias a las teorías de la conspiración racista, alimentada por una campaña demagógica contra migrantes hispanos, musulmanes, negros y activistas. Su estrategia fue polarizar y enfrentar: el desafío racial de una multitud enojada de estadounidenses blancos. En esa foto queda reflejado el alimento cultural del que se nutre la política de Trump, del que te también comen Palin y Nugent.
Cuando Kanye West se dio cuenta de lo que suponía su reunión en diciembre con Trump en la torre del mandatario, se dedicó a borrar todos los mensajes en redes sociales que hicieran referencia a su cita. Y pasó de ser aliado a enemigo. Ronald Reagan y George Bush se reunieron con Michael Jackson, George W Bush con Bono y todo Hollywood pasó por el despacho de Obama. Las cosas han cambiado.
Kid Rock, un elemento básico en el circuito de entretenimiento blanco, también defiende públicamente la bandera confederada con el mismo ahínco que Nugent, pero parece ahorrarse sus opiniones ante la prensa. Rock, nativo de Detroit, una ciudad industrial arruinada, en la que el 85% de la población es afroamericana, insiste en abanderarse con la confederada en el fondo de sus conciertos (aunque sus representantes aseguren que dejó de hacerlo hace cinco años).
Una provocación racista que le ha valido que la National Action Network (NAN) pida al equipo de la NBA, Detroit Pistons, el cese de Rock como imagen promocional del conjunto. Sobre todo porque representa a la parte más negra de los EEUU. La misma asociación por los derechos civiles presionaron a General Motors para que no patrocinara una gira de doce conciertos de la estrella de rock.
Pero si por algo pasará a la historia Kid Rock es por la creación de una línea de merchandising para celebrar el éxito que llevó a Trump a la presidencia. Tres camisetas y una gorra, en las que manda un mensaje de división y enfrentamiento bien claro. En una de ellas, tuvo la ocurrencia de acuñar el concepto “Dumbfuckistan” para referirse a todos esos estados en los que Trump no logró la victoria. Frente al azul, el mapa de mayoría roja, denominado por él como los “Estados Unidos de América”. Todavía se pueden comprar en su tienda online por 25 dólares. Hay quien le ha preguntado por Twitter cuándo empezará a vender capuchas del KKK.