En la entrada de la casa de Santiago Auserón (Zaragoza, 1954) no cuelga ninguna bandera. En la de sus vecinos, sí. Muchas. Cuelgan de las arizónicas y de las puertas de sus garajes. “Donde se multiplican las banderas, desaparece el pensamiento”, dice el músico, cantante, filósofo. Dios para muchos otros. Explica que en el momento de componer es preferible alejarse de símbolos tan exigentes. En el centro del salón, una guitarra. Por las paredes también hay rastro de la huella que lo acompaña desde que decidió romper con una vida hecha para y por el éxito.
Es prudente y nada descuidado en sus respuestas. Mide y calibra, camina con las palabras. No hay nada peor para un medio de comunicación en tiempos de urgencias y nada mejor para un lector sin prisas. Ante lo complejo da un paso para atrás, respira y piensa. No habla en titulares, sino en subordinadas, rastreando una verdad serena. Prefiere ser “cauteloso”, “respetuoso”, “escrupuloso”, con las adhesiones de otros conciudadanos a asuntos de iglesias, políticas y naciones. Así que su preocupación es relativa, porque cree que “los fenómenos de actualidad en la política española manifiestan una urgencia mediática inducida”.
Que no le interese el concepto “nación”, no quiere decir que no le asombre que toda una juventud catalana se contente con refugiarse en una bandera. “Observo la realidad fanatizada con la que asumen el derecho para inventarse un Estado y separarse del resto de la sociedad española. Me entristece, pero no puedo dejar de prestar y atender con cuidado”. Auserón no quiere acelerar el juicio, prefiere observar y permanecer cauto. Sobre todo porque “los intereses de partido están enconando el conflicto, de una manera que no es razonable, y a ambos dirigentes les conviene representar un lado del conflicto”.
Un viaje tradicional
En unos días lleva el nuevo disco a América, donde estará tres semanas con su grupo de seis personas. “Todos son catalanes. Todos independentistas, menos yo”. Antes, el 7 de noviembre, parará en el Teatro Rialto, de Madrid. Allí presenta El viaje, un disco pensado para la mínima expresión musical y máxima intimidad, con una banda que hará crecer la voz y la guitarra a solas de Auserón-Juan Perro. Para él un disco es un paso intermedio, no una meta.
Es un viaje. Y como tal hay que asumirlo. Es un tránsito, una búsqueda, un periplo. El viaje es un antídoto contra el ruido, contra los valores y las consignas ideológicos. “No se le puede perder el respeto a lo que los grupos humanos constituyen. Debemos mantener interés y temor ante lo que conserva del pasado”, cuenta. Por eso le tiene tanto respeto a las tradiciones preservadas a través de la palabra y los instrumentos musicales.
Hay canciones como De un país perdido, que están evolucionando desde la nostalgia portuguesa a la vitalidad brasileña. Todo está por hacer, todo pendiente de florecer una y otra vez. No hay miedo a dudar, errar, fracasar, fallar. Viajar es esto. Auserón no rima con emprender, ese espejismo empañado del triunfo y el progreso.
Creación Vs. Mercancía
“Mi política es la música. Mi modo de participar en política no es el partido, ni la ideología, sino la práctica musical y tiene un valor político concreto”. Pero esto no es gratis. La independencia es un mal trago económico, que se resuelve en la mayor de las riquezas. “Desde la adolescencia me he declarado independiente”, y deja claro que se refiere a su práctica musical. “No hay monarquía ni república que pueda compararse con la libertad de pensamiento”. La escucha como proyecto político y la música como acción. Parece un buen método para estos días.
El viaje no era un producto para una discográfica multinacional, ni para una discográfica indie. Su empresa, La huella sonora, son cuatro personas, él incluido. “Mantener cuatro salarios y su seguridad social con la facturación de un solo artista, que no es de radio fórmula ni de talent show, resulta muy difícil”.
Cada vez que ha intentado acercamientos a sellos, el lenguaje industrial le aleja. “Las conveniencias mercantiles enseguida me generan una insatisfacción que influyen en la libertad que necesito para pensar la obra artística”, dice. El viaje lo define como música popular “con algo de complejidad” y por eso no sintió, ni siquiera en sellos independientes, que hubiera el grado mínimo de complicidad como para compartir el proyecto. “Y ya sé que será así para los restos. Está decidido”.
Vamos con una exageración: si se hubiese llamado “Bob” y apellidado “Dylan” aspiraría a un Nobel de Literatura; si en vez de cantar poemas, se hubiese dedicado a escribir novelas de aventuras podría tener un sillón en la RAE. ¿Alguna de las dos exageraciones son posibles? “No, radicalmente imposible. El devenir de lo que estoy haciendo se aleja de ese tipo de reconocimientos”. Auserón explica las condiciones político-culturales que influyeron y condicionaron la emergencia de Dylan, que cantaba a los tiempos que cambian. Pero él vivió lo mismo en España: Radio Futura, la Movida, la Transición, el cambio. Condiciones electrificadas.
El futuro no es lo que era
“Mi trabajo se ha desarrollado en condiciones distintas, pero comparables porque fue favorecido por energías sociales muy grandes, en el momento de la Transición. La sociedad quería novedades sonoras. Hubo un momento en que la publicidad televisiva el rock mandaba. Todos los productos se asociaban con el rock”, recuerda. Radio Futura se vio favorecida por la irrupción de las clases populares.
“Ahora mismo, grupos que estén inventado como Radio Futura en su tiempo, pasan desapercibidos. Sólo son reconocidos los que aciertan en el circuito mediático. Sea por el talent show o por los festivales, que tienen un poder enorme porque cubre a muchos consumidores de cerveza”. Él mismo fracturó el mercado potencial al que se dirigían sus canciones tras tomar la decisión de prescindir de una fórmula mediática, que aludía a lo mediático. Lo tenía todo.
“Y tomé una decisión drástica y violenta al asumir una marca que aludía al pasado y firmada por Juan Perro. “Perro” es una de las pocas palabras de las que se desconoce el origen etimológico, pero está llena de connotaciones ofensivas”. Se inventó una marca para dejar de ser una marca. Asumió deliberadamente el linaje de los perros. Y provocó la ruptura con el capítulo que le prometía mieles y gloria. Lo cambió por el rigor de la palabra.
Auserón a la RAE
¿Por qué necesita la RAE a Auserón entre sus académicos? Básicamente porque a la RAE le falta un viaje. Uno que acabe con la carcoma que devora la lengua de ese diccionario, que quiere representar a todos pero sólo unos pocos se sienten representados. Un viaje que sea capaz de romper con la autoridad lingüística, que haga asumir a los académicos las opacidades del idioma, que acabe con la cultura al servicio de quienes se empeñan en hacer del lenguaje algo puro e intocable.
Necesita la RAE un viaje que acerque la Constitución del castellano a sus ciudadanos del mundo; que sea transatlántico y tienda puentes entre allá y acá. El viaje de Juan Perro es el ámbar destilado de un dilatado trayecto que acumula una altura lingüística, poética y musical inédita en la literatura musical española.
En El viaje, Auserón protagoniza un trayecto a lo popular y riguroso. “Si los académicos se deciden hacer ese viaje, les aconsejo que se busquen a otro”. No deja de resultar llamativo que todas las artes de la palabra tengan representantes en la Academia, menos la música. “Los que trabajamos la palabra cantada estamos, además, condicionados por una imagen de farándula, que no alcanza el reconocimiento cultural con facilidad”.
Música para construir
Entiende que la música es como una máquina de picar carne, de reproducir lo que gusta sin probar otra fórmula. “La mercancía mediática ha acabado con el prestigio de la música. La canción popular en estos momentos es la más manipulable por los intereses económicos”. Pero eso ocurre en la narrativa también y hay académicos que emplean esas fórmulas. “Es cierto, también hay Operación Triunfo en la narrativa. La cuestión es si nos atrevemos a probar nuevos alimentos o sólo consumimos comida precocinada. Tanto en la mercancía musical, como en la política, consumimos comida precocinada”.
La política tiene su propio lenguaje. Es el lenguaje del conflicto. Y frente a éste, el lenguaje que tiende a la reproducción de la armonía. “El lenguaje elevado a la categoría de ley requiere un nivel de precisión máximo para establecer criterios de convivencia, que la música esquiva. La música compone formas que se permite sugerir al aspecto más intuitivo de la inteligencia. Auserón explica que la música está del lado de la construcción y de la reproducción de la armonía, de la solución de conflictos… bueno “salvo cuando está ávida del éxito comercial”.
Para este estudiante vocacional de filosofía y músico de oficio es imprescindible tratar de aislar el pensamiento y el discurso, “todo lo que se pueda”, de las emociones más urgentes, sobre todo, en periodos históricos como éste. “Antes que dejarme llevar sobre Cataluña o España prefiero concederme el tiempo que sea necesario para la reflexión. No quiero que se interprete como falta de compromiso, sino como necesidad de entender algo que me asombra y me sobrepasa”. ¿La verdad es un piropo envenenado? “Sí, porque no hay nada más cerca del delirio que el exceso de razón. Cuando uno tiene demasiadas razones está muy cerca de la psicosis”.