De Bing Crosby se pueden decir muchas cosas. Como por ejemplo, que falleció en Madrid hace cuarenta años, el 14 de octubre de 1977. O que fue el primer gran crooner de la historia, inspiración principal de mitos como Frank Sinatra o Dean Martin. También se puede decir de él que, durante los años 40, en plena época dorada de la radio, se erigió en el gran defensor de la grabación previa de programas y la edición de contenido. Y que financió personalmente el desarrollo del magnetófono, aparato que marcó el devenir de la industria radiofónica y musical y con el que su amigo Les Paul inventó la grabación multipista, que aún se usa hoy.
Se pueden decir muchas cosas de Bing Crosby, pero la más importante de todas ellas es que, al menos en Estados Unidos, él era el propietario de la Navidad. En primer lugar, porque había convertido la canción White Christmas en el single más vendido de todos los tiempos —de hecho, todavía lo es hoy— y su voz terminó asociándose a la nieve y a los gorros de Papá Noel. Pero además, porque cada año, por estas fechas, entraba en los hogares de los estadounidenses a través de su programa de televisión para desearles felices fiestas y cantar unos cuantos villancicos junto a su familia y algunos invitados. El especial anual de Crosby marcaba el inicio de la Navidad.
Unas semanas antes de fallecer, el día 11 de septiembre, Bing se encontraba en los estudios Elstree, cerca de Londres, grabando el especial que se emitiría a finales de ese mismo año. En el set había algo de revuelo porque había sido invitado al programa ni más ni menos que David Bowie, que en aquel entonces acababa de grabar el disco Heroes, vivía en Berlín compartiendo piso con Iggy Pop, trabajaba con Brian Eno y con Tony Visconti y era lo más actual, carismático y tal vez creído que uno se podía encontrar en el panorama musical.
El carroza y el hipster
Según relata Nicholas Pegg en The Complete David Bowie, el británico no comenzó aquella aventura televisiva con muy buen pie. “Solamente he accedido a aparecer en el show porque a mi madre le gusta Bing Crosby”, declaró un Bowie de treinta años que en todo momento parecía querer dejar claro que él no tenía nada que ver con el clásico y anticuado Bing, que a sus setenta y cuatro años encarnaba una forma de entender la música un tanto pasada de moda y que a la juventud, al público de David, a esos chavales que a mediados de los años 70 se comían el mundo desde lo alto de unas botas con plataforma, podía parecerles incluso prehistórica.
Se trataba, en efecto, de un choque de generaciones, pero también de un choque de mundos. Si Bowie simbolizaba la modernidad más transgresora y orgullosa, Crosby representaba la tradición y el academicismo. David era el paradigma de hipster hermético y vanidoso. Bing, el carroza que le gustaba a su madre.
Odio esa canción —respondió Bowie cuando le comentaron que el villancico que ambos iban a interpretar a dúo era ‘El pequeño tamborilero’—. ¿No hay otra cosa que yo pueda cantar?
“Odio esa canción —respondió Bowie cuando le comentaron que el villancico que ambos iban a interpretar a dúo era ‘El pequeño tamborilero’—. ¿No hay otra cosa que yo pueda cantar?”. Me imagino que a Buz Kohan, guionista del programa, se le debieron de poner los espumillones del plató de punta. Sin perder tiempo, se sentó con los compositores Ian Fraser y Larry Grossman para buscar una alternativa y compusieron una nueva línea melódica construida sobre la misma armonía que el villancico para que Bowie pudiese cantarla al tiempo que Crosby interpretaba El pequeño tamborilero’ Los dos cantantes se reunieron aparte, ensayaron el dúo y en una hora estaba lista la nueva canción: Peace on Earth.
Se inicia la grabación. Bing Crosby abre la puerta y al otro lado está David Bowie. Mantienen una conversación que da la impresión de haber sido escrita para formar parte de una escena distendida y agradable, pero lo que se proyecta, a pesar de las bromas y los juegos de palabras, es cierta tirantez entre los dos protagonistas.
Llegado el momento, junto al piano, Bowie le explica a Crosby que él también canta, comentario que su anfitrión aprovecha para preguntarle qué tipo de canciones. “Cosas contemporáneas —comenta Bowie—. ¿Te gusta la música moderna?”. Crosby responde que sí, que hay alguna muy buena, pero le pregunta a su invitado si alguna vez ha escuchado a los clásicos. “Sí, por supuesto —contesta éste—. Me gusta John Lennon y también el otro, eh... Harry Nilsson”. Los dos artistas mencionados tenían entonces tan sólo seis años más que él.
El boicot
Bowie encuentra entonces lo que parece ser una partitura y ambos comienzan a cantar El pequeño tamborilero. Nadie en la audiencia sospecha nada. Es imposible imaginar que Bowie ha decidido desmarcarse e iniciar su propio espectáculo. Los dos comienzan a cantar a coro el villancico y la primera estrofa llega a su fin sin problemas, bien entonada, bien interpretada. La típica canción a dúo de un especial de Navidad.
Pero entonces David eleva la voz y comienza a cantar un tema desconocido. No tiene nada que ver con ‘El pequeño tamborilero’. La melodía es distinta, la letra es distinta. Bing sigue adelante con el villancico original, pero queda totalmente eclipsado por el tono de su compañero. Apenas se le escucha, pero él continúa cantando. Bowie, mientras tanto, termina la estrofa de lo que parece ser una canción nueva compuesta ad hoc para ese momento.
La tercera estrofa del villancico parece estar a punto de arrancar, pero entonces, para sorpresa del espectador, ambos comienzan a cantar el estribillo de esa nueva composición que Bowie venía interpretando. Crosby se la sabe. Ha sido ensayada. David ha vencido a Bing. Los dos la interpretan magistralmente y el resultado es un nuevo villancico defendido a dúo de forma espectacular. Crosby regresa entonces a ‘El pequeño tamborilero’, mientras Bowie, satisfecho, retoma la estrofa de lo que resultó ser ‘Peace on Earth’. Ambos terminan de cantar. Y fundido a negro.
Y llegó la modernidad
Mediante una sola canción, Bowie se había apoderado del especial de Navidad de Bing Crosby. Se había salido con la suya. Acababa de señalar el punto exacto hasta el que había llegado la tradición y a partir del cual comenzaba su era: la modernidad. Y la modernidad era desechar ‘El pequeño tamborilero’, inventarse un villancico nuevo delante de Estados Unidos e imponerse a Crosby, que al lado de su invitado había empequeñecido, había quedado reducido, prácticamente, a una simple comparsa. David Bowie se había apropiado del bien más preciado de su anfitrión. Se había adueñado de la Navidad.
‘Peace on Earth’ se convirtió en uno de los singles más vendidos de David Bowie en toda su carrera. El dúo con Bing Crosby pasó a ser considerado uno de los más exitosos en la historia de la música. Se emitió en el especial de Navidad de 1977, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido. Crosby, sin embargo, no pudo verlo. Había fallecido dos meses antes de un infarto de miocardio mientras jugaba al golf en el club de La Moraleja. Según declararon los testigos, en el hoyo nueve cantó ‘Strangers in the Night’.