Decía Voltaire que los prejuicios son la razón de los tontos. Una reflexión bastante acertada, si tenemos en cuenta que prejuzgar consiste en evaluar una realidad determinada con anterioridad a haberla observado. En emitir un veredicto a ciegas basándose en creencias o conjeturas en lugar de en hechos. Sin posibilidad de análisis o razonamiento. Convendrán conmigo en que solamente un tonto haría algo así.
Hace unos meses, cuando yo era joven y tonto, me permití el lujo de prejuzgar la nueva edición de OT sin haberse emitido siquiera la primera gala. En mi descargo, no obstante, diré que no fui el único. En cuanto se supo que TVE había decidido recuperar el formato, a muchos nos vino a la memoria el Europe’s Living a Celebration de Rosa, Bustamante cantando que no era un supermán, la parada obligatoria de los expulsados en Crónicas Marcianas y, en definitiva, el intento de convertirse en una fábrica de éxitos en serie, hechos de plástico y cortados por el mismo patrón al que se acabó reduciendo el programa. Y todos nos pusimos a la defensiva.
Hace unos meses, cuando yo era joven y tonto, me permití el lujo de prejuzgar la nueva edición de OT sin haberse emitido siquiera la primera gala. En mi descargo, no obstante, diré que no fui el único
Pero entonces echó a andar Operación Triunfo 2017 y, sin querer mirar, espiando por un huequecito entre los dedos, descubrimos a unos concursantes que tocaban la guitarra o el piano y que dominaban el lenguaje y la teoría musical. Chicas y chicos con una capacidad vocal sorprendente; superior a lo que en estos casos es habitual. Chavales con una amplia cultura musical que, en mitad de una conversación, comparaban la canción que les había tocado con un single de Nick Cave and The Bad Seeds o cogían una acústica e interpretaban un tema de Sés. Repertorios en los que tenían cabida nombres como Elton John, David Bowie, Tino Casal, Armando Manzanero o Joan Manuel Serrat.
Pero además se trataban —y, por tanto, se visibilizaban— temas como la exclusión social, la diversidad cultural y sexual, la desigualdad de género o la prevención del sida. Asuntos que hacían del programa algo más que un mero talent show. Fue entonces cuando algunos tontos decidimos salir corriendo para contárselo a otros tontos con la esperanza de sumarlos a nuestra causa, pero, aunque en algunos casos la cosa salió bien, en muchos otros no nos quisieron ni escuchar.
El rechazo que es sólo pose
Y supongo que, en el fondo, es así como funcionan los prejuicios. En lugar de reaccionar ante una realidad concreta, uno reacciona ante la imagen mental que tiene de esa realidad. Hace tres o cuatro días, a propósito de una conversación que habíamos mantenido unas semanas antes en Twitter, comentaba con el dramaturgo y director teatral Ernesto Filardi lo complicado que es exponer a veces determinados temas, como por ejemplo lo ofensivo o no que a un nativo americano le puede parecer que alguien se disfrace de indio. Y el motivo es que, quien más, quien menos, todos nos hemos formado ya una idea previa sin entrar a valorar la cuestión.
Con Operación Triunfo ocurre un poco lo mismo. Los prejuicios que uno se encuentra sobre el programa —su falta de autenticidad, los condicionantes de su propia naturaleza como espacio de entretenimiento televisivo— suelen ser muros muy altos y muy difíciles de derribar. Y aunque todas las semanas van cayendo algunos, cada vez en mayor número, todavía hay quien se resiste a concederle al programa una oportunidad. No hay mucho que se pueda hacer ahí. No soy nadie para prejuzgar los prejuicios de nadie.
Otra cosa es la postura de quien, conociendo la realidad de esta edición, habiendo espiado entre los dedos una noche clandestina, ha elegido continuar despreciando el programa por pura pose
Sin embargo, otra cosa es la postura de quien, conociendo la realidad de esta edición, habiendo espiado entre los dedos una noche clandestina, ha elegido continuar despreciando el programa por pura pose. Y no me refiero a quien no le gusta el programa porque no le entretiene el formato o porque le aburren las galas, ojo. Eso se lo dejo a los críticos de televisión. Hablo de quien rechaza OT porque a él, según cuenta, lo que le gusta es el rock. O el pop. O el jazz. O esa cosa de límites imprecisos que algunos han dado en llamar “la buena música”.
Contra el esnobismo
Y es otra cosa, insisto, porque esa segmentación es falsa. Uno puede adorar el Kind of Blue de Miles Davies, disfrutar con el Are You Experienced de Jimi Hendrix y, además, rendirse ante el talento de Alfred o Amaia. Llevándolo al extremo, afirmar lo contrario sería como sostener que Elvis no está a la altura de otros grandes del rock porque no componía sus canciones, sólo las cantaba. O que The Beatles no son un referente porque Brian Epstein hizo de ellos un producto —quizá el argumento más utilizado contra Operación Triunfo— y eso, a Lennon y compañía, les resta autenticidad.
En el fondo, se trata de un ejemplo más de esnobismo. La inagotable necesidad de sentirnos especiales; de exhibir ese pequeño espacio del buen gusto que reclamamos como nuestro porque lo hemos labrado durante años. En resumidas cuentas, es el modo en que muchos le explican a los demás, por oposición, lo refinadísimo que es su paladar. No les gusta Operación Triunfo porque a ellos les gusta “la buena música”. Como si gozar con un disco de Pink Floyd o The War on Drugs fuese incompatible con disfrutar de la actuación de un buen cantante, provenga de donde provenga. O peor aún: como si el talento de un buen cantante, ya se trate de Jim Morrison, Harry Styles o Jennifer Hudson —quien se dio a conocer, por cierto, en American Idol—, dependiese de cómo comenzó su carrera.
Si alguien les comenta que no le gusta Operación Triunfo y que ésa es la razón por la que no ve el programa, aconséjenle que lo vea. Si alguien les dice que ha visto el programa y que no le convence como formato televisivo, pues qué se le va a hacer. Pero si alguien les dice que ha visto el programa y que no le gusta porque a él lo que le gusta es el rock, el pop, el jazz o “la buena música”, como si se tratase de conjuntos mutuamente excluyentes, aléjese. Los prejuicios no son más que la razón de los tontos. Y el esnobismo, su disfraz.