C. Tangana se ha aliado con la extravagancia del cineasta Eduardo Casanova y con el rostro porcelanoso y bello de la actriz Úrsula Corberó para lanzar el vídeo de Cuando me miras, un hit de amor moderno que arranca así: “Se me cae el móvil al suelo, olvido las llaves dentro, el pin al tercer intento, doy like sin quererlo (…) Me voy y dejo el coche abierto, cuando me miras así”. La propuesta de Casanova es continuista respecto al universo extraño que deslizó en su ópera prima, Pieles, donde aupó a los diferentes y reflexionó sobre una cuestión que le preocupaba: la forma física y las exigencias sociales sobre cómo tenemos que ser, y, especialmente, sobre quiénes somos realmente.
“La cama es un ring, ey, la cama es un ring; me mato contigo, me peleo por ti. Contigo no sé salir, quiero cenar aquí”, canta el artista urbano, encandilado, pero sin renunciar a su poquito de chulería trufada de promiscuidad. “Tengo seis culos detrás de mí, me quedo contigo (…) Llamadas urgentes que no cogí”. El relato arranca con el cantante vestido de gabardina, rosas en mano, y subiendo en un ascensor en blanco y negro. Dentro de la habitación le espera una representación de La Piedad, uno de los momentos más dramáticos de la pasión y muerte de Cristo.
La virgen -aquí una mujer madura y culturista, de pelo rubio teñido, con enormes aros y tatuajes en sus regios pechos- abraza al mesías muerto, un joven platino, pálido y con la cara deformada. Una cicatriz sobre el pómulo. Mientras, Úrsula Corberó ejerce de María Magdalena y acude a sujetarle la cabeza. Le caen dos lágrimas de sus ojos maquillados.
Delicia para los estetas (sin mensaje)
El ramo de rosas arde: quizá como símbolo de amor romántico asumido por Occidente o quizá, según la iconografía cristiana, como “la copa que recoge la sangre de Cristo, bien la transformación de esa sangre o el símbolo de las llagas de Cristo”: así lo explicaba Jean Chevalier en el Diccionario de los símbolos. Las mismas flores atravesan el pecho desnudo de C. Tangana, que anda tumbado en una cama rosa. La virgen se pone en pie y golpea un saco mostrando los músculos de sus brazos y piernas. Luce unos tacones potentísimos, transparentes, y tatuajes en el bajo vientre y en los antebrazos. Uñas de gel y un bikini de brilli-brilli.
El resto del imaginario no vuelve a epatar: vistos diez segundos, visto todo. Como mucho, el protagonista canta desde un centro floral -también rosáceo- ; al cristo rubio le sale una rosa de la boca -espinas y sangre incluidas-; y el propio C. Tangana aparece colgado. En definitiva, mucho ruido y pocas nueces; un triunfo de los estetas que no trasciende en mensaje, en relato -como sí hizo, de alguna manera, Duro, donde el cantante se sentía Bardem en Jamón, jamón- ni en simbología. Muy fashion, eso sí -con diseños de María Escoté y Spain-, pero no compite con algunas de las propuestas más potentes del año, como el Malamente o el Pienso en tu mirá de Rosalía.