The show must go on: atrás quedó la generación más carismática de Operación Triunfo, atrás quedaron duetos emblemáticos como el de Alfred y Amaia en City of Stars, atrás quedó la oda al primer amor de Tu canción en Eurovisión. Los chicos ya no son concursantes, sino artistas en ciernes que van labrándose su propio camino, construyendo su propio estilo y asumiendo sus propios riesgos. En el caso de Alfred, empezó a demostrar ya hace mucho que no es, que nunca fue, un producto televisivo, no una joya comercial fruto del boom del programa. Ahora se independiza del dúo musical con Amaia y arranca su andanza en solitario.
Su personalidad artística, su vocación de compositor y su compromiso social y político ya vuelan solos, aunque nunca olvida de donde viene. Este viernes lanza 1016, su primer trabajo: el título hace alusión al número que le tocó en los cástings de OT, ahí el primer homenaje a la plataforma que le aupó. En este álbum incluye algunas canciones que compuso en sus meses de Academia y que responden a un tono más emocional e introspectivo, como De la tierra hasta Marte -que nació como poema- o Que nos sigan las luces (con Nil Moliner), que supuso su candidatura como solista a Eurovisión y que, a pesar de no haber salido elegida, pega fuerte en cada uno de sus conciertos: “Ven, ponte cerca de la puerta, que quiero compartir contigo todas mis rarezas”, canta el joven.
Las composiciones que nacieron ya fuera de los dominios de TVE cantan más a su libertad personal, a una necesidad de reafirmarse como autor e intérprete, al sueño de expandirse intentando desoir los rodillos de la industria, que a ratos hacen de estos jóvenes dulcecitos de usar y tirar. Con él no vale la fórmula veloz y efectiva que ha funcionado con otros de sus compañeros de promoción: en él no entra una canción del verano ni un éxito hinchado de discoteca.
Alfred es un obrero de la melodía y de la letra que amasa cada tema desde los cimientos y siempre vive con un tarareo dentro. Se trata de un artista completo porque pelea el hacer las cosas a su manera, y eso se nota encima y debajo del escenario. Ha intentado hacer el disco que él quería, en el que él creía, y no le ha podido el ansia por la publicación que mata tantos núbiles talentos. De hecho, el álbum incluye alguna canción que dura más de 7 minutos: la anticomercialidad, el placer de la escucha, el recreo artístico. Permitirse esas licencias en un primer trabajo es todo una declaración de intenciones. Es amor por la música y no obsesión por la rentabilidad ni el camino fácil.
Expresó esa misma libertad y autoconciencia cuando, al salir de la Academia, comenzó a mojarse con temas urgentes y espinosos como el feminismo o la crisis de refugiados. O cuando regaló a Amaia, poco antes de Eurovisión, el libro de Albert Pla llamado España de mierda, que, al contrario de lo que muchos creían, no era un manifiesto contra el país, sino un relato acerca de la dificultad de sobrevivir dedicándose a la cultura.
Su estilo recuerda en algo a un Leiva nuevo: aquí late, subterránea, poesía urbana. Ojo al nombre de estas canciones: Barcelona, Londres, Madrid -encuentren aquí la referencia a Nerea- y Sevilla. Paseo musical por las ciudades, sus imágenes y sus emociones. Especial mención a las cuatro colaboraciones de 1016: Et vull veure, con Amaia Romero, Let me go, con Love of lesbian, Wonder, con la compositora catalana Pavvla, y No cuentes conmigo, con Carlos Sadness.