Woody Allen ha encontrado su oasis. Su sitio de tranquilidad en el que descansar y hasta crear. El artista, acostumbrado a estrenar una película por año, seguir tocando con su banda, y llevar una rutina propia de un chaval más que de un señor de 82 años, tuvo que parar de golpe tras reavivarse las críticas contra él por las acusaciones de abuso de su hija adoptiva, Dylan. Un caso de 1992 que se cerró sin cargos para el director y que renació en plena efervescencia del Me Too.
De repente los actores, aquellos que nunca habían fallado a Allen, comenzaron a renegar de él. Nombres como Greta Gerwig o Timothée Chalamet declararon que nunca más trabajarían con él y que incluso devolverían el dinero ganado por esa película. Todo se enquistó y Amazon, que con su división de cine había firmado un contrato para producir sus películas, guardó en un cajón la que ya tenía rodada, A rainy day in New York, esperando que la situación se tranquilizara.
Al final el propio Allen se cansó, demandó a Amazon y se tomó un descanso forzado, ya que nadie rescataba su película ni producía sus ideas. Italia y España fueron los primeros en sacar la película maldita del cajón, y ha sido nuestro país el que de la mano de Mediapro y Jaume Roures le va a financiar su nuevo filme, rodado en el País Vasco y ambientado en el Festival de San Sebastián.
Woody Allen ha encontrado su refugio artístico en nuestro país, y se le ha visto pasear por museos y ciudades durante estas últimas semanas. Ese refugio también ha servido para que venga a tocar con su banda de Jazz, The Eddy Davis New Orleans Jazz Band, una selección de temas clásicos de Johnny Dodds, Jimmie Noone y Louis Armstrong, entre otras leyendas del género. Tras pasar por Bilbao y Pedralbes le ha tocado el turno a Madrid, donde el festival Noches del Botánico ha conseguido traer a Allen a la capital, donde ha sido recibido con vítores por un público incondicional.
España ha demostrado su cariño a Allen, que se encuentra como en casa, y que ayer habló poco. Sólo se levantó dos veces de la silla donde tocó su clarinete. La primera para agradecer el cálido recibimiento y decir que ellos están acostumbrados a tocar para ellos mismos, así que todos éramos bienvenidos. La segunda para presentar a la banda, un grupo que musicalmente están muy por encima que el director, pero que carecen del reconocimiento popular del director, que era aplaudido como una estrella cada vez que desenfundaba su instrumento.
A Allen le pesan los 82 años. Su clarinete no suena como antes y la banda le rescata constantemente, pero para los fans lo importante es que él estaba allí, con su grupo de amigos de toda la vida, los mismos con los que tocaba cuando ganaba un Oscar y no acudía a la gala. Una reunión de amigos en la que todos pasaban los 70 años y que se notaba que estaban disfrutando al ver a tanta gente rendida a sus pies.
Seis amigos que a pesar de la edad han disfrutado y jugueteado con el público mientras sacaban sus ases en la manga para enamorar a los españoles. Down by the riverside o Sweet Georgia Brown, de Louis Armstrong, fueron de las más coreadas, pero también hubo acento latino con el Para Vigo me voy de Compay Segundo. Poco más de una hora de jazz, de fans de todas las edades escuchando al director que ha encontrado su retiro artístico, a los 82 años, en nuestro país.