"¡No me abraces, que estoy hecho una sopa!" Es la 1:15 de la madrugada del viernes al sábado y Pablo Heras-Casado está verdaderamente encharcado en sudor. Acaba de dirigir la sinfonía Fantástica, casi una hora de vibrante música de Hector Berlioz, pero no pierde el tiempo y poco después de bajarse del escenario ya repone líquidos con un tercio de cerveza. Está satisfecho porque sabe que ha salido bien. Se acercan a felicitarle su hermana, sus padres, que lo siguen a todas partes del mundo, aficionados a la música y miembros de la Orchestre de Paris, una de las más señeras en Francia, que en la noche del viernes tocó en el Palacio de Carlos V ante 1.200 personas.
El imponente palacio renacentista tiene planta cuadrada pero un patio circular en estilo romano. Fue hecho construir por Carlos I (y V de Alemania), y está a dos pasos de los palacios árabes de la dinastía nazarí que hacen de la Alhambra, el recinto en el que se inscribe, una auténtica joya artística, histórica y simbólica sin parangón en el mundo.
En este y otros espacios, como el patio de los Arrayanes o el teatro del Generalife, se celebra cada verano el Festival de Granada. Durante el día los visitan miles de turistas (aunque muchos, desgraciadamente, vean todo a través de la pantalla de su móvil) y hay que sacar entrada con mucha antelación. Por las noches, la estampa es muy distinta. El festival es una cita ineludible para los apasionados de la música clásica y la danza, aunque para el público general en otras partes de España siga sin ser muy conocido.
Este año ha cumplido 68 años con una alta ocupación. Ha demostrado al mismo tiempo una gran madurez y una vitalidad casi adolescente, por lo que nada hace prever su jubilación. Hace dos que Heras-Casado está al frente de la organización de la cita y estará al menos otros dos más. Su llegada ha supuesto un revulsivo en cuanto a la ambición intelectual y a la atracción de estrellas internacionales a las que el director de orquesta, que además es granadino, conoce bien. Él mismo forma parte de ese star system.
Además de ser director principal invitado del Teatro Real, dirige a destacadas orquestas de todo el mundo y acaba de celebrar su concierto 1.000 en el podio. Sin embargo, Heras-Casado se presenta, no sin timidez, como un granadino más, con residencia en un carmen del Albaicín (una casa típica), y es tan cercano que pareciera que está interpretando un papel. Pero no.
Una extraña sensación de privilegio
El festival transmite una sensación extraña y especial, de exótico privilegio. Para acudir a la mayoría de los conciertos, que son al aire libre y en la Alhambra, hay que subir al monumento y dejar abajo la ciudad. Se entra en un conjunto histórico y artístico que apenas tiene comparación. Por él, hace 700 años se paseaban los sultanes árabes que reinaron en un territorio privilegiado para las artes y el conocimiento y convulso en lo político que, acabada la Reconquista, ha sido preservado casi milagrosamente hasta nuestros días.
Los granadinos se arreglan bastante y llenan el aforo. En los conciertos y en el ambigú donde se puede comer y beber algo, comparten protagonismo personas de distintas edades, estudiantes venidos de fuera para algunos de los cursos que se desarrollan durante la semana o la programación paralela u off que circunda al festival. No es raro ver alguna camisa de flores y pantalones cortos. Es verano en Granada y esa mezcla de públicos y maneras de vestir ya se ve con total normalidad.
Hay esperanza para la música clásica. Durante las representaciones reina un silencio inusitado. Ni siquiera los móviles estropean los momentos estelares de las obras, al menos no el último fin de semana. El público parece acudir con ganas de escuchar buena música, aunque no pocos buscan una noche inolvidable, un acontecimiento que recordar toda la vida como único. El emplazamiento y la ambición de los organizadores pone mucho de su parte para que ocurra.
Este año, desde el día después al Corpus, una festividad muy ligada a los orígenes del festival, hasta el 12 de julio, habrán pasado desde el Ballet del Teatro Mariinsky de San Petersburgo hasta la cantante Silvia Pérez Cruz, pasando por músicos de renombre como la pianista Maria Joao Pires, el director René Jacobs, la Mahler Symphony Orchestra o la compañía de danza de Marta Graham.
Los estilos abarcan desde la música medieval y renacentista, el flamenco o música para ballet de Max Richter, un compositor post-minimalista autor de numerosas bandas sonoras, como la de The Leftovers o la serie Black Mirror. Todo cabe en en una ciudad de 230.000 habitantes que se convierte durante unas semanas en una de las capitales europeas de la cultura. Otros espacios de la ciudad se llenan de actividades ligadas al evento, muy destacado en la prensa local y que cada vez recibe más visitantes extranjeros.
Viernes: una imponente Fantástica
El concierto de este viernes, en el que tanto sudó Heras-Casado, trae a Granada a la Orchestre de Paris, que comienza interpretando una obra sinfónica de Igor Stravinsky (Scherzo fantastique). La alegoría de la naturaleza muestra bien la radical modernidad y eclecticismo del compositor ruso. Un buen aperitivo para lo que viene.
Uno de los platos fuertes de la noche es el barítono Thomas Hampson, que interpreta junto a la orquesta varias canciones de Gustav Mahler. En ellas, el compositor se adentra en distintos aspectos del alma humana, con ironía y profundidad, como una predicación espiritual a unos peces ajenos a cualquier meditación o el llanto desesperado de un niño hambriento. Hampson, un reconocido barítono estadounidense, tira él mismo de teatralidad, de gestos y de movimientos de veterano galán que suplen algunas carencias en su voz, que a veces sufre en los agudos o parece un poquito asfixiada. Él parece ya acostumbrado a que su voz transmita la sensación de que, en otros tiempos, la interpretación hubiera sido espectacular. Su puesta en escena logra que el público lo ovacione tras un largo silencio, casi místico, que sigue a la última de las canciones. El barítono, alto y elegante, acaba haciendo un bis. Prueba superada.
El verdadero plato fuerte fue la Sinfonía Fantástica, que comienza pasada la medianoche. Se notaba que Heras-Casado está disfrutando, muy concentrado, y que tiene una idea muy clara de la partitura, que interpreta casi de forma desnuda, sin artificios ni efectos, dándole peso justo a las tensiones que Berlioz crea con la dinámica. Una interpretación limpia y, seguramente por eso, absolutamente salvaje.
Si Heras-Casado es extremadamente preciso en sus movimientos, la Orchestre de Paris se comporta con la eficacia y poder de un bazuca. Hay química entre el podio y los músicos. La orquesta es densa, concreta, suena muy empastada y con muy pocos titubeos en una obra del genial compositor francés. Es cierto, también, que juegan en casa con una obra así. La hondura y seguridad del conjunto son notables. La acústica del Palacio Carlos V no es mala, a pesar de ser un recinto al aire libre, y el aplauso pasada la 1 de la mañana es unánime, prolongado, agradecido.
Sábado con Monteverdi
Son las 11:30 de la mañana y cientos de personas montan guardia en los alrededores del Monasterio de San Jerónimo, en el centro monumental de Granada, fuera de la Alhambra. La música coral, tantas veces postergada o reducida en los grandes espacios a ser un mero acompañamiento, tiene su lugar en el Festival. La construcción del monasterio se debe a los Reyes Católicos, que tanto marcaron la ciudad y que están enterrados no lejos de allí, y tiene un imponente retablo que hipnotiza.
Es el lugar perfecto para que los diez cantantes de Vox Luminis, un conjunto venido de Bélgica, interpreten bellas y complejas obras sacras de la Selva morale et spirituale de Claudio Monteverdi, un genio de la transición entre el Renaciomiento y el Barroco y uno de los padres de la ópera.
La iglesia es grande y la acústica tiene sus pros y contras, pero es imposible no apreciar una calidad vocal excepcionalmente precisa que le resta densidad al programa, que supera con creces la hora de duración.
Falla: cuando la arqueología tiene sentido
Cuesta imaginar quiénes son los Granados, Albéniz, Tomás Luis de Victoria de hoy en España. Quiénes están a la altura y quizás no tienen su espacio en las salas de conciertos pero serán, con suerte, reconocidos con el tiempo. Lo que resulta casi imposible es hacerse a la idea de que algunos de los de entonces (como ocurrió en otras disciplinas artísticas) no tuvieron nada que envidiar a los grandes genios de la música. Manuel de Falla estrenó El sombrero de tres picos, un ballet basado en una novela de Alarcón, hace ahora 100 años en Londres. Fue todo un acontecimiento.
Su colaboración con los ballets rusos y el coreógrafo Léonide Massine, impresionó al auditorio por una música total, absolutamente vanguardista, que era al mismo tiempo netamente española sin caer en ningún momento en el folclorismo. Su obra está a la altura de lo mejor del momento y no es raro que algunos comparen a Falla con Stravinsky y al Sombrero con la célebre Petrushka.
Sobre el teatro del Generalife se cierne una noche rojiza, de bochorno, y algunas gotas hacen temer una cancelación del espectáculo de la Compañía Nacional de Danza (CND) que un siglo después retoma la coreografía original, desconocida en España. En el diseño del escenario y los trajes se implicó en su momento el propio Picasso y en esta ocasión Lorca Massine, hijo del coreógrafo original, es uno de los responsables de recuperarlo todo. Se comprende por qué el montaje epató en su momento, aunque ahora no funcione sino se asume que se trata de un trabajo poco menos que arqueológico, un experimento para meterse en la piel de la absoluta modernidad de la creación en su época. Pero eso tiene sentido, a diferencia de lo contrario: reponer sin fin producciones de toda la vida para satisfacer a un público reacio a la actualización.
El resultado es sorprendente. Vitalista, burlón, por momentos caricatural, toda una ironía sobre la tradición española que, sin embargo, contiene altas dosis de verdad sobre España en sus descripciones, su comedia de enredo y sus explosiones de color. Unas 1.600 personas contemplan el espectáculo, entre ellas el ministro de Cultura, José Guirao.
Junto al Sombrero de Tres Picos se representan dos obras de dos responsables del CND. por vos muero, de Nacho Duato, que más de 20 años después sigue siendo una coreografía fresca, moderna y eficaz con música antigua. Las Sonatas de José Carlos Martínez con música de Antonio Soler y Domenico Scarlatti no tiene la misma suerte. Las grabaciones musicales de las tres obras, manifiestamente mejorables, pedían a gritos ser renovadas o, aún mejor, ser sustituidas por música en directo. En especial para El Sombrero en una cita tan especial.
Domingo: Mahler de madrugada
Domingo a las 22:30. Muchos de los presenten trabajan al día siguiente, algunos bien temprano, pero allí están, para un concierto similar en su estructura al del viernes. La batuta es esta vez para el alemán Christoph Eschenbach, que bordea los 80 años, una leyenda viva al frente de nuevo de la Orchestre de Paris, de la que fue director titular hace años.
De nuevo, Berlioz y Mahler, como un espejo que cierra un fin de semana redondo. Para empezar toca Le Carnaval Romain, que no causa una gran impresión. La que deslumbra es la mezzosoprano Stéphanie d'Oustrac, con La mort de Cléopâtre. Se trata de una obra muy querida para las mezzo, pero también muy compleja y exigente. La cantante francesa demuestra su autoridad sobre el escenario con tanta precisión técnica como sensibilidad artística. Eso le granjea un gran aplauso pese a la aparente falta de conexión entre ella y el director y entre éste y la orquesta, que ya no parece que la misma que dos días atrás había dirigido Heras-Casado.
Finalmente, Mahler y su sinfonía número uno, la Titán, un clásico que suele gustar y se suele programar con frecuencia. Mahler la compuso con 24 años y utilizó para ella tanto material de otras obras como sus idas y venidas amorosas con dos mujeres. Fue un sonoro fracaso en su día, algo que la llevó a revisarla. Los movimientos de Eschenbach no eran ni mucho menos claros. No parecía trasladar un discurso concreto a la orquesta, que sin embargo tenía la obra en la cabeza y la ejecutó con garantías. Las más de 1.000 personas prorrumpieron en aplausos. En la madrugada del lunes, Mahler resonó en el corazón de la Alhambra. Tras él siguieron unos cuantos minutos de aplausos y gritos de bravo antes de que el público desalojara el imponente Palacio de Carlos V y el monumento volviese a la quietud bajo la luz de la luna.