A uno se le quitan las ganas de escribir esta historia, macerada en la cabeza desde hace meses y que sólo estaba a la espera de la fecha adecuada. Sin que se le note en las costuras de su película, Danny Boyle -que de artes sabe mucho más que el que junta estas letras, what the hell- ha reventado parte de la gracia de la efeméride.
Y no diré más, que no está la cosa, encima, como para hacer spoilers de un filme que los dos o tres lectores que -más allá de mi hermano- lean esto querrán disfrutar en toda su completud. Yesterday (Universal Studios, 2019) imagina un mundo sin The Beatles. Y esta pieza celebra las cinco décadas desde que salieron del estudio tras registrar su último trabajo. Y esta celebración universal coincide, ellos lo saben, con las bodas de plata del primer álbum de sus herederos apócrifos, Oasis.
Hay dos fechas oficiales, pero el 18 o el 20 de agosto de 1969, los cuatro de Liverpool dejaron de ser tales y sólo se reunieron, ya incompletos en enero de 1970, para retocar I Me Mine. La pieza de George Harrison fue, efectivamente, la última que se grabó y luego fue incluida en un trabajo oficial de los Beatles. Se publicó en el Let it be (1970), que casi no fue más que un disco póstumo que reunía el material mascado previamente y durante las sesiones que McCartney había ideado para el proyecto cinematográfico no nato Get Back. Pero esa pieza ya se acabó sin John Lennon, que había abandonado el grupo en septiembre de 1969, tras el lanzamiento de Abbey Road.
Los estudios que hoy todos conocemos con ese nombre, sin embargo, no aparecen así en los créditos de los elepés de los Fab Four. No se llamaron así hasta tiempo después de que el álbum de John, Paul, George y Ringo convirtiera ese tramo de la calle del norte de Londres en uno de los iconos más universales de la música. Algunos hemos estado allí, haciéndonos la foto en el paso de cebra, o garabatendo una firma en los huecos que dejaron anteriores autógrafos de fanáticos en esas paredes. Ningún policía te multa si te pilla haciéndolo, y es que los dueños de EMI, la compañía propietaria de las instalaciones, consideran una buena inversión de marketing pasivo los miles de libras que gasta cada seis meses en encalar de nuevo los muretes.
Si los fans quieren formar parte de la historia, está bien que lo hagan. Y si saben que su "Alberto was here. Go Beatles!" será en todo caso efímero, volverán antes o después a mantener viva su participación en la leyenda.
Y eso es lo que unos hermanos macarras de Manchester, con talento a raudales para rasgar las cuerdas -las metálicas de la guitarra Noel y las vocales de la garganta Liam-, quisieron hacer a mediados de los años 90.
Obsesión beatlemaniaca
Hay un par de tipos por ahí más frikies que mi hermano, ése que se sabe todo el rosco de preguntas, letra a letra, de la vida de Lennon, McCartney, Harrison y Starr. Los hermanos Gallagher hoy ya peinan canas y luchan contra sus barrigas de veteranos cuarentones. Hasta resultan un poco ridículos en su empeño por criar una estética de eterno revival. Pero nada de lo que han hecho en la música -quizás también en la vida- se entendería sin su obsesión beatlemaniaca.
Los que hemos escuchado a Oasis desde que irrumpieron no necesitábamos mirar los peinados a tazón de Noel Gallagher ni las gafitas redondas de su hermano Liam para ver la herencia musical que reivindicaban. No pretende ser ésta una pieza que compare talentos de unos y otros, sería estúpido. Pero si nuestra adolescencia comenzó a tener sentido cuando nuestro hermano o nuestro tío trajo una cinta a casa con los 20 éxitos de oro de los cuatro melenudos de Liverpool, la verdad es que nuestra juventud se inauguró con el Definitely Maybe de Oasis.
Los chicos Gallagher no eligieron cuándo sacar su CD a las estanterías de las grandes HMV o Virgin Stores de aquel Londres que ansiaba alimentar sus garitos de verdades nuevas. Pero quiso el destino que su álbum debut fuera publicado por Creation Records al cumplirse los 25 años de la última reunión de sus cuatro ídolos a la vez bajo el mismo techo. Al menos para hacer eso que siempre hicieron John, Paul, George y Ringo, abrir nuevos caminos, escribir el Génesis de la historia de la musica.
En España, que siempre llegamos un poco tarde a las citas con la gloria, no nos enteramos hasta que el producto ya había fermentado en las agencias publicistas británicas. Rondando el mes de diciembre de aquel 1994 -en el que, por ejemplo, nos había dejado Kurt Cobain-, se publicó un single suelto, al modo brit de los 60, en el que Noel -el bueno- regalaba a Liam -el malo- la mejor melodía original que jamás cantaría, Whatever.
Su instrumentación con orquesta, sus tonos de feria y su videoclip psicodélico encajaban en nuestras entendederas, ansiosas de un reverdecer del brit pop, que algo había llegado. Algo de verdad. A cualquiera que oyera por primera vez ese sencillo y ya tuviera gastado el surco de I am the Walrus (Magical Mistery Tour, 1967), le quedaban dos opciones emocionales: o un inmenso placer esperanzado o la enésima vergüenza ajena. Entenderá el lector, fácilmente, dónde ubicar al periodista.
Rivalidad rentable
Había más. Decíamos que ya se había creado un producto cuando Oasis llegó a España. Y es que ya tenían unos rivales, como los Beatles tuvieron (falsamente) a los Rolling Stones. En Londres, Damon Albarn lideraba a Blur, una banda de pop igual de genial, quizá más festiva, y perfecta para crear una competencia y competición de la que se alimentan los unos y los otros.
Patrocinados por la casa EMI, la de los Beatles -que no se veía en otra desde que los cuatro de Liverpool dejaron terminada The End aquel 20 de agosto-, y bajo el sello de Food Records, su primer elepé, Leisure (1991), había pasado sin pena ni gloria. Pero el Modern Life is Rubish de 1993 fue utilizado como contrapunto por la prensa y las radiofórmulas. Los Gallagher supieron explotarlo, insultaron a los "pinitos" de Londres, vendieron el doble o el triple, presumieron y despreciaron a los de Albarn mientras éstos seguían haciendo melodías gloriosas... a su mismo nivel.
Un cuarto de siglo antes, la rivalidad de Beatles y Stones era falsa, pero igual de rentable. El primer sencillo de éxito de los de Mick Jagger fue una composición de Lennon y McCartney (I wanna be your man, 1963), aunque tres semanas después los Fab Four publicaron su propia versión, que la gloria no entiende de amistades. Pero durante años, unos y otros se turnaban para sacar sus trabajos y no pisarse los números uno.
El caso es que los hermanos Gallagher se convirtieron por derecho propio en los más grandes desde los Beatles. Al menos en ventas. Si del Definitely Maybe we vendieron 15 millones de copias, su sucesor en 1995, (What's the Story) Morning Glory?, despachó el doble. Y su tercer trabajo, Be Here Now (1997) superó incluso a sus propios ídolos de Liverpool facturando más de medio millón el mismo día de su salida a la venta (el 27 de agosto de 1997).
Liam tuvo un hijo por aquel entonces con la bellísima Patsy Kensit, actriz rubia y efímera de los 90 que salió escaldada de su relación con el menos brillante de los hermanos Gallagher. Lo llamaron Lennon, claro, y como su ídolo, Liam le daba a las drogas y al alcohol, que le soltaba la mano. Patsy, Como Cinthya Powell, mamá de Julian -el primer hijo de John-, dijo basta.
Banda homenaje
También, como Lennon y McCartney, Oasis tuvo otra pareja de genios que competían entre sí, Noel y Liam. Como ellos, acabaron a palos, y como ellos se reconciliaron en secreto muchas veces, aunque como ellos, nunca se reunieron... al menos, hasta ahora.
Como ellos, como Lennon y McCartney, los Gallagher marcaron a una generación... y como ellos compusieron algunas de las melodías que forman la banda sonora de la historia del pop.
Muy lejos de ellos quedaron, claro, en audacia, en trascendencia y en legado: no es lo mismo dejar una herencia llena de maravillas -ser la divinidad- que como mucho, y no es poco, tener el talento para saber qué hacer con ellas -ejercer de profeta-.
Porque nada tiene que ver inventarte todas las melodías base de la música del medio siglo que te seguirá que ser, con orgullo, la mejor banda homenaje que el mundo ha dado. Danny Boyle y los que hemos visto su película sabemos bien a qué nos referimos...