El enfant terrible se ha hecho mayor: ahora ya no cree en la locura, ni en la distorsión, ni el prestigio social, ni siquiera en esa droga que gran parte de la bohemia patria aún romantiza; sino en comer y pasear bajo la luz de Segovia con la mujer amada del brazo, en alargar los domingos y hacer que sirvan al sexo y al paisaje.
Ahora cree en la bondad de los otros -muera Hobbes-, en los maestros de escuela como figuras honorables en plena sociedad infecta, en eso antiguo -y eterno- del cortejo: “Tengo que esperar. Tengo que tener paciencia. Tengo ganas de verte y tú de mandarme a la mierda. Oigo el ruido de todas las tuberías. Oigo el ruido de la nevera. Oigo el ruido que ahora sale de mi boca, suena como el de un ciervo en la berrea…”. Cree en las leyes naturales y en las gentes sencillas, cree en el Gijón que recuerda de cuando era niño -antes de que irrumpiese el progreso-, cree que son mejor diez puñaladas que un minuto con miedo.
Qué equivocado ha estado siempre el punk: queremos que nos besen como besan las señoras. Queremos credos paisanos para recuperar la raíz ahora que andamos medio volatilizados por el mercado -¿qué es eso?, quién sabe, pero arrastra-. Pablo Und Destruktion presenta Futuros Valores, otro álbum extraño y genuino que ahora camina hacia la tranquilidad y que se escucha -claro-, pero también se lee. Como el mejor librito de poemas antimodernos del año.
¿Por qué “futuros valores”?
Porque son los que van a venir. Estamos en esa guerra: se están agotando los antiguos y los presentes están por definir. Yo quería apuntar a ese advenimiento.
¿Cuáles son los obsoletos y cuáles los que se están gestando?
Los obsoletos son los del imperio atlantista, que están decayendo: por eso están tan obsesionados con las ficciones, para enmascarar la debilidad de esos valores y de las acciones que siguen a esos valores. Y los que vendrán… pues los que ganen la guerra. Una sociedad tiene los valores heredados de los que han ganado la última guerra, y ahora estamos en guerra, aunque sea de baja intensidad. Es una guerra cultural, económica y a veces militar (en estos casos, claro, no es de baja intensidad). Ya veremos lo que sale de ahí.
¿Cuáles te gustarían a ti que ganaran, si pudieras elegir?
Bueno, yo soy un idealista de la cantina de Covadonga, de la gente sencilla, de los discursos objetivos y del gobierno de la verdad y de la buena voluntad. Por eso soy artista y no político.
¿Cómo avanzan tus propios valores? La última vez que hablamos te identificabas como liberal. ¿Sigue siendo así?
He cambiado, porque estamos en época de síntesis y hay que coger lo bueno de cada casa. Para algunas cosas soy liberal, para otras socialista, para otras anarquista, para otras, fascista… estoy intentando coger lo bueno de cada sistema.
¿Qué es exactamente lo bueno del fascismo?
No me vayas a poner un titular clickbait con esto, no quiero… A ver, todos los regímenes tienen cosas buenas. Reducirlo todo a que un sistema político es bueno o malo es infantil y es demasiado simple, la realidad no opera así. Hay que estudiar qué parcelas de verdad y de mentira tiene cada sistema político; y procurar que el sistema que se imponga sea porque en él predomina la verdad, no porque nos han dicho que es bueno o malo. Uno de los grandes problemas actuales es el maniqueísmo. Hay una ruptura social absoluta, y para ser tolerante no hay que obligar a la gente a ser tolerante. Basta ya con esta dictadura de la tolerancia. Estaría bien reflexionar. Una cosa buena del franquismo fueron los embalses, seguimos viviendo de los embalses… y hay cosas buenas del socialismo, como el pleno empleo. Del liberalismo, el respeto por la libertad personal. Hay que tener generosidad política. Por eso no me quiero embarrar.
En Viva la gente te pones muy humanista. ¿Por qué te gusta la gente? ¿No era el hombre un lobo para el hombre?
Va un poco en la misma línea. Contra los discursos del ogro, del terror, del miedo… yo quería comentar lo que dice la canción. Primero le echaron la culpa de la maldad al hombre, luego a la mujer, luego al ser humano… y en estos discursos del pánico hay de fondo un discurso suicida, tanto personal como colectivo. Yo no quiero que la gente se mate. Una cosa es el individuo, otra la masa y otra la gente. Me gustan los humanos en pequeñas diócesis. Cuando operan en grandes entidades son sobrehumanos.
¿Qué hay de esa demonización de la mujer de la que hablas, canjeada en misoginia? ¿Cómo valoras las conquistas del feminismo actual?
Habría que definir muchísimo qué es el feminismo actual, pero sí, creo que se está ayudando y que es necesario. El problema de las demonizaciones es que se reduce algo muy amplio y con muchas aristas a un icono. La cultura de la mercadotecnia, del diseño gráfico, de la imagen y de las marcas han reducido los conceptos complejos a arquetipos para vender, y por eso se idealizan o se demonizan. Es ridículo demonizar a la mujer como es ridículo ridiculizar a cualquier colectivo, porque el ser humano es más complejo que eso.
¿Qué es el progreso y por qué parece que te da cierto asco en la canción de Gijón? ¿Ha sido un progreso mal entendido?
El progreso es otro mito, otro espíritu, otro semidiós. Ese tipo de mitos, si somos conscientes de que son mitos, quizá puedan servirnos para dar un paso. Ver si son iluminadores u oscurecedores. Si el progreso se utiliza para tapar dictaduras económicas, como se está haciendo ahora… pues es repugnante, es un mito que oscurece y que no sirve para nada bueno. Con la excusa del progreso se están permitiendo licencias inimaginables hace unos años.
En esa misma canción dices que ese progreso que nos europeíza nos vuelve puritanos blandos, gordos y muermos. Quizá antes éramos más fuertes y teníamos un concepto más profundo de la dignidad.
Sí, porque nos están convirtiendo en mercancía. El transhumanismo ha reducido al ser humano a mercancía, a un tag. Somos tags: nos usan. Hay dimensiones de la vida que no pueden ser mercancía y para mí es lo que más me interesa: dejar fuera de las dinámicas capitalistas algunas partes de la vida. Eso es lo bueno que tienen, por ejemplo, los sistemas políticos que no son enteramente liberales.
¿Qué se libra de eso? ¿El arte, quizá, puede evitar pasar por el aro?
El arte es el aro. El momento actual se basa en la ficción, en el capitalismo de ficción, y la cultura y el arte contribuyen a esa ficción. En muchos casos estamos haciendo… muchos artistas hacen, o hacemos, porque en algún momento seguro lo he hecho, capítulos del NODO sin darnos cuenta y sin recibir dinero a cambio. Es un sistema totalitario perfecto y maravilloso para quien se lleva el beneficio, claro.
En Problemas hablas de que nuestros problemas, en realidad, no son los de los demás (como a veces queremos creer para salvar nuestra propia conciencia). Ni siquiera nuestro problema es que Notre Dame arda. El problema, dices, es que siempre queremos más problemas. ¿Somos adictos a la tragedia?
Más que adictos a la tragedia, somos ansiosos, y me incluyo. La ansiedad es una de las claves de nuestra época. Somos adictos a la energía, por eso la droga de nuestra época es la farlopa o la anfetamina adulterada, ¡y ya ni nos mata…! Ni te expones a que te mate como antiguamente. La tragedia es energía: todo lo que nos estimule es llamativo y forma parte de las bóvedas de nuestro tiempo.
¿Dónde encuentras la paz?
En la vida privada. Mantener una parcela absolutamente privada y fuera de las dinámicas mercantiles me da mucha paz. Es lo que tiene esta hiperpublicidad de la vida a través de las redes sociales, que está dentro de la lógica de mercado. Son datos que se compran y se venden, cambiando su esencia y su uso. No es lo mismo decir algo en una habitación con sus paredes a una persona, a un interlocutor respetable, que decirlo en otro contexto público.
El otro día un amigo me decía que la transgresión hoy es desaparecer. Matar el ego.
Sí, algo de eso hay, yo he tenido muchas ganas de desaparecer últimamente. Hay cierta virtud en eso, pero me puede la soberbia y lo de creer que uno tiene que volver a la caverna a decir algo… pero a lo mejor no hay nada que decir en esa vuelta.
“Hay una ley que ni animal ni humano ha podido jamás romper”, cantas. ¿Qué hay del cortejo en los tiempos de Tinder?
Afortunadamente, no sé cómo funcionan las dinámicas de cortejo en Tinder. Quizá haya una lógica, unas leyes eternas que no se pueden trasladar a palabras concretas, por eso el cortejo ha sido fuente de tanta poesía. A mí me interesa esa parte privada e ininteligible que tiene el cortejo, por lo que tiene de digno, de respeto hacia el otro, hacia el interlocutor. El cortejo es una forma de elegancia y la elegancia es una forma de generosidad. Ahora en los tiempos del “aquí te pillo, aquí te mato”… bueno, desde distintas voces y desde ideologías enfrentadas se está denunciando esta carencia, esa necesidad humana del cortejo. Hay algo que es como un baile, ¿no? “Yo te miro y tú perreas”… es una forma de baile. Esas cosas son muy importantes.
¿Cómo se sabe cuando el cortejo ha sido efectivo y alguien se está enamorando de ti?
Si fuera tan fácil… no sé si se debe saber ni si se puede contar. Es muy complejo, por eso es tan difícil legislar sobre el tema. Pero yo tengo la teoría de que cuanto más largo es el cortejo, más largo es el amor. De hecho, creo que el cortejo debe ser eterno si queremos que el amor sea eterno, y cuando digo eterno, digo eterno de verdad. Bajo las leyes internas del propio amor. Para cortejar hay que amar al amor antes que al otro y que a uno mismo.
También hay una búsqueda de calma en este disco, ¿no? La búsqueda de un amor calmado, sin microinfartos. Como cuando dices “qué equivocado ha estado siempre el punk”. Bésame como besa una señora, comamos, paseemos por Segovia…
Sí, qué equivocado estaba el punk y qué equivocado estaba yo. Me estoy volviendo un pureta, abiertamente, y lo asumo encantado, porque no me queda otra. Voy a envejecer y luego voy a morir. O lo asumo o hago el ridículo y me pongo a negar la evidencia. Soy muy poco efebócrata. El culto la juventud que define nuestro tiempo me parece una maniobra de distracción. El punk también tiene eso del culto a la juventud. Los primeros que idolatraron la juventud fueron los nazis, luego vino el punk y el rock and roll.
¿Cómo serás tú de viejo?
Bueno, cuando eres viejo se agudizan los caracteres. Hay pocos ancianos templados o mediocres. O eres un viejo gruñón o eres un viejo que está siempre de buen humor, irónico y demás… prefiero ser un viejo verde que un viejo gruñón (ríe).
¿Y lo de invitar a tu romance a pasear por el Valle de los Caídos, qué es, una provocación?
Sí, pero también es que es un paraje sin igual, independientemente de lo que signifique para unos y para otros. Yo trato de hacer del demonio un miembro más de la familia, hacerlo pequeñín y simpático, porque si lo haces demasiado grande te come. Todo el tema del Valle de los Caídos… habría mucho que decir ahí sobre el ejercicio de necromancia que se ha hecho. Hay claves espirituales en el tratamiento del Valle que tienen que ver con el miedo, con los monstruos y con los fantasmas. Por eso quería reducirlo a algo tan pueril como un paisaje.
¿Quién va a unir España, si no es tu reina, de la que hablas en la penúltima canción?
Ya se verá. La unirá un enemigo común, eso es lo que más une. Quizá sea la Unión Europea la que nos una.
¿A quién harías ministro o ministra de Cultura?
Tal y como están las cosas, no creo que deba existir un ministerio de Cultura, porque genera más problemas que soluciones. En otros periodos históricos no ha habido ministerio y teníamos a Cervantes. El ministerio de Cultura no implica que haya grandes artistas, sino que estos estén al servicio de la política, cuando a menudo deberían estar en contra.