Gustavo Santaolalla nació en Argentina en 1951. Multinstrumentista y compositor, su vida ha estado siempre sujeta a la exploración de una identidad que le ha hecho merecedor de dos Oscars, dos Baftas, un Globo de Oro y 19 Grammys. Una carrera que ha estado ligada a la de importantes bandas del panorama latinoamericano como Café Tacvba, Molotov, Julieta Venegas o Maldita Vecindad entre muchos otras. Dejando una profunda impronta en la música en español de las últimas tres décadas y generando al mismo tiempo un universo propio donde todo —del ronroco al sintetizador— forma parte de una autenticidad que el músico defiende en cada trabajo.
Residente en Los Ángeles desde 1978, ha colaborado en todo tipo de proyectos. Desde la creación de bandas sonoras para directores de la talla de Alejandro González Iñarritu, Walter Salles o Ang Lee; hasta la composición de la música de las dos entregas del laureado videojuego The Last of Us.
El compositor argentino visita ahora nuestro país para dejarnos dos actuaciones sinfónicas bajo la batuta Arturo Díez Boscovich. El 17 de septiembre lo hará en el Auditorio Nacional de Madrid y el 25 en Avilés, —en un concierto de pequeño formato en el Palacio Valdés—. Un encuentro en el que el músico repasará sus trabajos para la gran pantalla, así como otras composiciones adaptadas para la ocasión.
De sacerdote a hippie
Santaolalla admite que nunca aprendió a escribir música porque "el deseo de tocar era superior al del estudio". Con la llegada de la adolescencia, abandonó la idea de ordenarse sacerdote para cambiar la Biblia por Herman Hesse y Donovan. En 1967 formó Arco-Iris, un proyecto que le hizo embarcarse en el celibato, los ayunos y la abstinencia. La figura de Dana Winnycka —líder espiritual de la banda— tuvo un impacto enorme en un joven Gustavo que llegó incluso a convertirse en vegetariano en una época en la que como admite entre risas: "Creían que estabas loco si no comías carne en un país como Argentina".
El éxito de la banda no impidió que la dictadura y la llegada de la Junta Militar de Videla convirtieran al músico en el blanco de acoso y detenciones constantes: "Ellos sabían bien quién era cuando me detenían, querían hundirme la vida. Pero lo que más miedo me daba era que me cogiesen los que no me conocían y acabar en una zanja". En 1978 decidió abandonar Argentina para viajar hasta Los Ángeles y probar suerte allí, llevándose consigo parte de la identidad cultural que habría de pavimentar su carrera en los años siguientes, con un ojo siempre puesto su país.
En 1982, MTV empezó a probar sus emisiones en algunos lugares de Estados Unidos, anunciando lo que en unos años se convertiría en toda una revolución a fuerza de videoclips que la cadena pasaría en bucle las 24 horas del día. Gustavo sería uno de los primeros en aparecer en la pequeña pantalla con Wet Picnic, una banda de new wave que nacía en el seno del movimiento punk que barría norteamérica y que todavía tardaría varios años en llegar al cono sur.
Ese mismo año, produjo su primer disco en solitario, Santaolalla, un álbum que habría de marcar también el futuro de la música argentina, atrayendo el sonido reggae, anclándolo al castellano y ofreciendo una base sobre la que se empezarían a desarrollar bandas como Soda Estéreo. La música de Gustavo ya contaba con el sabor particular con el que el compositor aderezaría sus trabajos como productor a partir de la década de los noventa, una época que le convertiría en el 'rey Midas' de la música en Latinoamérica.
Identidad y éxito
La identidad se convirtió en una pulsión que le empujó constantemente en busca de sonidos e instrumentos con los que dibujar utilizando "silencios elocuentes". Un mantra repetido en cada uno de sus trabajos, tanto en solitario como en sus colaboraciones con otros artistas.
Casi por casualidad se vio inmerso en Los amores perros de Alejandro González Iñárritu. Hizo falta una noche de insomnio, tras haber rechazado el proyecto, para que Santaolalla se pusiese en contacto con el cineasta y se embarcase como compositor en su primera banda sonora. Un camino nada fácil dada la propuesta que el argentino traía a una industria todavía reacia a los cambios que deseaba incorporar con su música.
"Durante mucho tiempo las bandas sonoras se centraban en orquestas o pianos, no era habitual que una guitarra fuese el instrumento principal". Gustavo empezó a desarrollar una aproximación distinta en sus trabajos, partiendo de imágenes o fotografías con las que empezar a componer historias. La elección de instrumentos como el ronroco —una especie de mandolina de origen andino—, se convirtieron en rasgos imprescindibles de su trabajo compositivo.
"El jurado de los Oscar está lleno de Beethovens frustrados" explica entre risas el compositor. Sin secciones de viento o cuerda consiguió los dos premios de la academia de forma consecutiva en el año 2006 y 2007. La primera con Brokeback Mountain y la segunda gracias a su colaboración en Babel. "Cuando gané el segundo Oscar me di cuenta de que había algo en mi música que conectaba con el público y que no podía ser casual".
Eternamente actual
El pasado 19 de agosto el músico sopló las velas de su 70 cumpleaños. Una cifra que lejos de acercarle a la jubilación le mantiene aferrado con más fuerza a la brecha, pendiente en todo momento de cuanto ocurre en la industria musical. Santaolla acaba de trabajar con la cantante Kali Uchis, una de las figuras más prometedoras del panorama musical actual; así como de colaborar en otro proyecto junto a Jarvis Cocker, vocalista del grupo británico Pulp.
"Me encantaría establecer un contacto más estrecho con el público español" comenta el músico sobre la nueva gira de conciertos que le trae a nuestro país. "Mi apellido es andaluz y esta es la primera gira de conciertos después de la pandemia, es una bonita forma de empezar de nuevo el hacerlo desde aquí".
Fueron sus colaboraciones con Antonio Carmona y Mala Rodríguez, las que al principio del milenio le trajeron a España y de las que guarda un gran cariño. Confiesa haber mantenido contacto con C Tangana, quien guarda un profundo respeto por el trabajo del compositor. Antón Álvarez tomó el pulso del trabajo del argentino en su último disco, El madrileño, aunando artistas y colaboradores habituales de Santaolalla como Carmona, Drexler o Calamaro bajo un mismo álbum. Un homenaje a la música en español de la que el compositor ha sido un importante catalizador.