Buena Vista Social Club: 25 años del disco que sacó de la jubilación a los mejores músicos cubanos
El disco más internacional de la música cubana cumple un cuarto de siglo con una edición especial que incluye canciones inéditas.
16 septiembre, 2021 03:18Noticias relacionadas
Los albores del siglo pasado trajeron a Cuba los aires cálidos de la música tradicional española que los artistas de la isla reinterpretaban añadiendo la percusión afrocubana y la herencia de sus antepasados, esclavos de las colonias españolas. Una mezcla que recibió el nombre de son cubano. Con la influencia del jazz que llegaba desde Estados Unidos y la proliferación del turismo en la isla antes de la revolución, el género explotó en cuanto a lo que a popularidad y número de intérpretes se refiere.
De esta forma, La Habana y Santiago se convirtieron en centros neurálgicos de un cancionero que creció sin descanso durante la primera mitad del siglo XX. Proliferando lo conjuntos que interpretaban su música en cabarets y clubs sociales, donde se bailaba y tocaba durante toda la noche.
En 1959, el presidente Manuel Urrutia Lleó comenzó el progresivo cierre y nacionalización de la mayoría de clubes nocturnos de música cubanos. Esta situación, sumada a las 'Medidas Especiales' que se tomaron en 1968, asestó un golpe mortal al son. Sin clubes en los que interpretarse y con el interés del régimen virando hacia la salsa y la Nueva Trova. Muchos de los artistas que consiguieron fama y fortuna en los años previos al castrismo se vieron abocados a un retiro forzoso.
El aislamiento por el bloqueo y el hermetismo del régimen, relegaron al son cubano a un aletargamiento que duraría décadas. Las canciones languidecieron entre el Malecón y las calles de La Habana, invocadas por los músicos locales y las cintas que lograban cruzar hasta Estados Unidos.
Sin embargo, en marzo de 1996 las cosas cambiaron drásticamente para los músicos que habían ayudado a engrandecer est estilo. Nick Gold y Ry Cooder emprendieron un proyecto que sacó de la jubilación a artistas legendarios, historia viva de una música que, paradójicamente, viviría sus mejores años con el fin del milenio. El producto final fue un disco doble que reunió el legado del son cubano, interpretado por artistas de la talla de Compay Segundo, Eliades Ochoa, Rubén González u Omara Portuondo entre otros. Ahora Buena Vista Social Club cumple 25 años con una reedición que incluye material inédito de aquellas sesiones. Canciones improvisadas y descartadas, con el constante ruido del ir y venir de los músicos como telón de fondo, respirando vida y música en cada acorde que salió de los estudios EGREM.
De África a Cuba
Cuando Gold era un adolescente, Mole Jazz —una pequeña tienda de discos en el barrio londinense de King Cross— fue la que abrió el apetito del productor por la música cubana. La poca herencia de la que quedaba de aquellas canciones había sido reinterpretada por grupos africanos, herederos de una música que hicieron suya y que mantuvieron viva durante años. "De no haber sido por estos artistas africanos, Buena Vista Social Club nunca habría existido", comenta a través del teléfono el productor.
Los esclavos de la costa oeste de África eran enviados a las colonias, arrastrando con ellos una tradición musical que a mediados del XX haría un viaje de vuelta a través de la radio comercial y la venta de discos en países como Mali. Con la creación del sello World Circuit, Gold se embarcó en tres décadas de trabajo dedicadas a sacar la música de sus fronteras, devolviéndole la relevancia y el sabor de que tenía en sus países de origen. Tras colaborar con el músico africano Ali Farka Touré y conocer al estadounidense Ry Cooder, Gold decidió mezclar músicos malíes y cubanos en un mismo disco, reuniendo caminos paralelos, perdidos durante décadas.
"Teníamos todo preparado cuando días antes de empezar a grabar nos comunicaron que habían denegado los visados de los músicos malienses". Gold y Cooder tuvieron que improvisar un disco distinto. Con la ayuda de Juan de Marcos González, líder de la banda cubana Sierra Maestra, lograron reorganizar las sesiones y encontrar a un elenco de músicos que acabaría conformando Buena Vista Social Club.
Músicos olvidados
Ibrahim Ferrer había pasado las últimas décadas de su vida en el ostracismo con el que la edad condena a los músicos. Desilusionado con la industria musical y su devenir, disfrutaba de una amarga jubilación que lo había alejado durante años de los boleros que tanta popularidad le habían dado como cantante medio siglo antes.
Rubén González también vivía un retiro forzoso del piano, provocado en parte por la enfermedad que empezaba a anquilosar sus huesos. Nada de esto fue suficiente para alejarles de una experiencia que habría de cambiar sus vidas y a la que se sumaron la ilusión de quien empieza otra vez de nuevo. "Una vez que [Rubén] empezó a tocar el piano ya no dejó de hacerlo nunca, era la banda sonora de todo lo que ocurría en el estudio" explica su productor, Nick Gold.
Así fueron llegando al estudio Cachaito López (bajo) y 'Guajiro' Mirabal (trompeta), a los que se le unió Eliades Ochoa a la guitarra, una pieza fundamental a la hora de reunir a los más grandes artistas del son cubano bajo un mismo techo. Finalmente, apareció Compay Segundo, piedra angular de las grabaciones. "Ry afirmó que 'tener a Compay era como tener a Louis Armstrong', Juan de Marcos le corrigió y le dijo que era como 'tener la biblia'".
Compay llevaba en la piel la historia del cancionero cubano. "Cada vez que alzaba la voz para decir algo todos callaban", explica Gold sobre unas sesiones que no solo sirvieron para relanzar las carreras de estos músicos, sino que además juntó por primera vez a muchos de ellos en un mismo proyecto. "Todos sabían quiénes eran unos y otros, pero no fue hasta Buena Vista que pudieron grabar juntos".
Eliades Ochoa y Compay disfrutaban del éxito fuera de la isla. El primero había firmado con el sello mexicano Corazón unos años antes; el segundo con Warner en España, consiguiendo así que su música cruzase de nuevo el océano. Otros, sin embargo, vivieron durante aquellas sesiones una emocionante vuelta a la música que se habría de convertir en su último legado. "Rubén me dijo lo que más le emocionaba era que por fin le escuchaba la gente" apunta Gold.
Veinte años
Los estudios EGREM habían acogido en la década de los 50 a artistas de la talla de Josephine Baker o Nat King Cole. Cooder junto con los ingenieros de World Circuit colocaron dos micrófonos de ambiente, capturando la amplitud de la sala y todo cuanto ocurría en su interior. Veinticinco años después todavía somos capaces de sentir el calor y la humedad que colorea estas sesiones, con los músicos muy juntos, retroalimentándose los unos a los otros.
"La sala de grabación era grande y rectangular llena de paneles de madera, parecía un polideportivo" explica el productor. "Cuando llegó Ry, decidió que todos los músicos tocarían juntos en la sala, mirándose y compartiendo el mismo espacio". Cooder recordaría años más tarde "la unidad de la música cubana", sorprendido por la camaradería y la naturalidad con la que el grupo conectó de forma inmediata.
De la espontaneidad de las sesiones surgieron colaboraciones que capturaron la magia de la que se impregnó el álbum. Omara Portuondo, que disfrutaba de cierta proyección internacional en ese momento, grababa en una de las salas aledañas. Una fugaz visita para reunirse con antiguos amigos y colaboradores dio lugar, en una sola toma, a la habanera Veinte años. "Grabábamos todo lo que ocurría en la sala, nunca sabíamos qué podríamos usar más tarde, así que decidimos grabarlo todo".
Legado
En el documental que Wim Wenders produjo tres años después, los protagonistas de Buena Vista Social Club dejan entrever la necesidad de transmitir al mundo su último legado. Los últimos compases de una vida dedicada a la música y que durante décadas habían permanecido acallados por el bloqueo y la falta de oportunidades en la isla.
El éxito rotundo del disco les abriría las puertas de discos en solitario y giras por todo el mundo. En el Carnegie Hall de Nueva York, durante el memorable concierto que Wenders capturó en su película, un visiblemente emocionado Ibrahim miraba directamente a cámara para anunciar: "Muy pronto aprenderé algunas palabras en inglés para poder defenderme". El preludio a una vida que empezaba a marchar de nuevo, con nuevas oportunidades.