La carrera de Elvis Presley está plagada de momentos extraordinarios que llegaron a cambiar la forma que tenemos de entender la música o la cultura de masas. Con un movimiento de caderas puso en marcha toda una revolución que habría de dejar su impronta en la música de las próximas décadas. Censurado, ensalzado y denostado a un solo tiempo, cada generación conservó un Elvis particular que recordar.

Ser Elvis (Alianza Editorial) trata de acercarse a la figura de Aaron Elvis Presley desde todos sus ángulos, narrando el ascenso y caída del ídolo del rock con cada concierto, cada pastilla y cada decisión que el rey tomó durante 24 años de carrera. La misoginia, las relaciones con menores de edad o el abuso de sustancias, conforman el decorado de una tragedia anunciada casi desde el primer acorde que el rey grabó para Sun Records en 1954. 

Portada de 'Ser Elvis' de Ray Connolly. Alianza Editorial

Ray Connolly hace un soberbio trabajo de investigación, recreando un Elvis cercano y personal, inmerso en unos Estados Unidos en constante transformación. Desde la idolatría de su público hasta la reclusión en Graceland y su distanciamiento del resto del mundo que le harían escoger "estar inconsciente antes que deprimido"

El nacimiento de una leyenda

Tupelo se extiende al noreste del estado de Misisipi, en el condado de Lee. Durante los años 30, la depresión y la extrema pobreza, que el dust bowl y la crisis económica trajeron, se acrecentaron en las zonas rurales. Aaron Elvis Presley nació en una pequeña casa prefabricada a la luz de un candil el 8 de enero de 1935. Su padre, Vernon Presley malvivió con trabajos precarios que compaginaba con el contrabando de licor ilegal o moonshine.

Gladys, su madre, se convirtió en un pilar fundamental de un Presley que habría hecho las delicias de Freud. Su turbulenta relación con las mujeres se empezó a cimentar sobre el cariño de una madre que desconfió siempre del Coronel, su omnipresente mánager. 

La música negra del blues del delta se convirtió en una obsesión desde la adolescencia. El Misisipi segregado no le permitía acceder a los clubes que frecuentaba la población afroamericana. Seguía el góspel de las iglesias evangelistas desde el porche, escuchando los sermones y canciones que emergían de su interior como una corriente cálida. 

Vernon y Gladys Presley junto con su hijo en 1937. G3 Online

Sam Philips, fundador de Sun Records, reconoció el talento del joven que consiguió la fama en Memphis con su primer single That's all right. La WHBQ —una emisora local de música— emitía desde el Hotel Chisca, su locutor, Dewey Philips, llegó a poner once veces seguidas la canción, recibiendo constantemente llamadas de los oyentes que no podían creer que aquella voz perteneciese a un chico blanco. 

A partir de ese momento llegarían más grabaciones y conciertos, recorriendo el país de costa a costa, elevando el volumen de los gritos de las fans con cada movimiento de cadera que aquel chico de Tupelo hacía sobre el escenario, la única forma que tenía de poder seguir el ritmo de la música. En 1956 —dos años después de su debut— Elvis firmó 35 canciones, tocó en 195 conciertos de un lado a otro del país, tuvo nueve apariciones en televisiones nacionales y filmó su primera película.

El rey todavía lucía acné juvenil, no había alcanzado la edad legal por lo que sus contratos discográficos debían ser firmados por sus padres. Con su entrada en RCA, el rey terminó por estallar, convirtiéndose en la mayor estrella de los Estados Unidos. Antes de él nunca hubo un Elvis, la fama que alcanzó se convertiría en una condena al ostracismo del resto del mundo, cada vez más solitario y recluido. 

Las pistolas del rey

El NoDoz y la bencedrina corrían en una época en el que las recetas médicas se dispensaban en función de la necesidad, por encima del diagnóstico. Elvis no era un drogadicto, pero sintió desde muy joven el peso de una responsabilidad que le obligaba a mantener jornadas maratonianas. Su matrimonio con Priscilla llegó en un momento de reclusión absoluta. Graceland se convirtió en su bastión personal, recibiendo exclusivamente las visitas de amigos y conocidos, un círculo cada vez más cerrado ante la desconfianza del rey

Elvis de cowboy en 'Estrella de fuego' (1960). G3 Online

Connolly recoge una de las anécdotas más excéntricas del Elvis de la década de los 70. La recién estrenada película Woodstock había colocado el movimiento hippie en el ojo mediático. El cantante odiaba la nueva corriente antibélica que barría el país en plena guerra de Vietnam. Cuando el jefe de policía de Houston le otorgó su propia placa honorífica se prendió la mecha de una obsesión que le acompañaría en los años siguientes. 

Elvis llegó a coleccionar más de mil, de todos los cuerpos del país. Las noticias sobre las correrías de los Manson aumentaron sus tendencias paranoicas, decidió que no iría a ningún sitio sin sus pistolas, obligando al resto de su séquito a obtener una licencia de armas. En tres días se llegó a gastar más de 20.000 dólares en armas y munición en Beverly Hills.  

El éxito del que volvía a gozar llegaba casi a las cotas que había alcanzado en 1956, recibiendo de nuevo dinero a expuertas. Se ensañaba a balazos contra el mobiliario de Graceland, derrochando el dinero en coches para sus amigos, joyas y motos de nieve en un estado en el que durante los meses más fríos las temperaturas rara vez descienden por debajo de los cero grados.

Las navidades de 1970 los gastos del rey habían aumentado tanto que las finanzas en Graceland peligraban, anunciando una ruina inminente si Elvis no dejaba de gastar a diestro y siniestro. Priscilla, El Coronel y su padre le reprocharon el tren de vida que llevaba, pero el cantante no se lo tomó bien y decidió huir de casa sin un rumbo fijo.

Obsesión por las placas

Elvis no había viajado solo en casi dos décadas. Su fama convertía cualquier excursión en un peligro que ni siquiera las dos pistolas con empuñadura de oro que le acompañaban a todos lados podían aliviar. Condujo hasta Memphis para tomar un vuelo a Washington, sin tener un destino claro. 

Una vez en Washington telefoneó a varios amigos para que se reuniesen con él, alquilando una limusina y revelando finalmente el motivo del viaje: debían ir a la Casa Blanca para que el presidente Nixon le diese una placa de la Oficina Federal de Narcóticos y Drogas Peligrosas, un departamento del FBI que hacía su agosto en plena década hippie. 

Presley garabateó una nota durante el vuelo en un papel de American Airlines, plagado de tachones y renglones torcidos. "He hecho un estudio en profundidad sobre el abuso de las drogas y las técnicas comunistas de lavado de cerebro y estoy justo en el meollo del tema".

Elvis con su placa de policía de la ciudad de Denver. Wikimedia Commons

 

Una vez entregada la carta Elvis fue a su hotel a prepararse. El rey se afeitó, acicaló y se preparó para su visita. Aquella tarde llevaba un abrigo de terciopelo morado rematado en una capa, un traje de ante negro y una camisa de seda blanca. Alrededor de su cuello colgaban cadenas de oro y los dedos adornados con gruesos anillos de oro sobre un bastón de nácar rematado por una cabeza de león. Lo más impactante de la anécdota es que el estatus de semidiós del cantante le permitió no solo entrevistarse con Nixon esa misma tarde, también entrar en el Despacho Oval con su pistola en el costado

El presidente recibió a Presley quien había tomado un par de bencedrinas antes de la reunión para mantenerse alerta. Allí empezó su diatriba contra los Beatles, Jane Fonda, el antibelicismo y el peligro de los jóvenes antipatrióticos. Nixon debía estar atónito, aunque complacido con una visita que coincidía con unos datos de popularidad por los suelos, solo dos años después estallaría el Watergate

Elvis extendió sobre el escritorio del presidente su colección de placas, rogando que le concediesen una de la oficina de Narcóticos, un deseo que le fue concedido. Radiante, el cantante abandonó la Casa Blanca con una anécdota que repetiría durante los meses siguientes a amigos y conocidos, complacido con su labor como ciudadano americano. 

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