"Resurge un pueblo nuevo, grande y augusto como sus antepasados", así responde el coro de Rienzi de Wagner entre salvas a su protagonista. La representación cautiva a un exitoso periodista austrohúngaro a finales del siglo XIX, Theodor Herzl. Esa misma noche escribe en su diario que la visión de Israel se le aparece en ese momento, entre salvas. Conoce perfectamente el antisemitismo del compositor, pero acude cada noche a la Ópera de Viena para escuchar las representaciones de Tannhauser y Tristán e Isolda. La música le inspira a imaginar una Jerusalén mítica, el fin del éxodo de su pueblo. Seis años después publica El estado judío.
Años más tarde, a casi 200 kilómetros al oeste, en la región austriaca de Linz y sin poder pagarse un asiento, un joven escucha de nuevo de pie el coro de Rienzi. Le abruma la misma sensación que a Herzl, escucha el eco de las voces que se escapan por la sala de conciertos: "¡Muerte y destrucción juramos contra el malvado que atente contra el honor de Roma!". Igual que Herzl, el joven dedicará su vida a un libro que cambiará la faz del siglo XX, aunque desde una dimensión opuesta y terrible. Su nombre es Adolf Hitler.
La anécdota servía a George Steiner para describir el Mysterium tremendum de la música wagneriana. Un compositor envuelto en el velo de la ambigüedad, alimentando demonios para unos y exorcizándolos para otros. El crítico musical Alex Ross intenta desenmarañar la difícil relación del alemán con la cultura de los dos últimos siglos, su impronta y sus consecuencias. Wagnerismo (Seix Barral) es un ejercicio de hermeneutica más que necesario para entender la complejidad de su obra. Ross hace gala de una investigación exhaustiva, desde el propio análisis musical hasta sus efectos en la literatura, la política o la sexualidad del siglo XIX y XX.
De la homosexualidad al nazismo
Para el sexólogo Magnus Hirschfeld, la música del compositor representaba "aquello que estaba siendo reprimido para el resto de la sociedad". Los personajes de sus óperas mostraban un ideal de androginia, confundiendo roles marcados socialmente. Las mujeres muestran un ideal de fuerza que se materializa incluso en las interpretaciones vocales de las cantantes sobre el escenario.
Aunque la misoginia sobrevuele su obra —los personajes femeninos mueren a menudo sin razón aparente— existe algo dentro de sus textos y música que desafía la convencionalidad. No es de extrañar que durante buena parte del final del siglo XIX su obra se asociase con el libertinaje sexual y la homosexualidad. Las abigarradas mentes de los albores de la psicología creían ver una tendencia hacia la "depravación" entre quienes se declaraban wagnerianos.
Ross recoge un cuestionario elaborado por el escritor homosexual Xavier Mayne. Una de las preguntas que permite a su autor el autodiagnóstico entre "uraniano" u "homosexual" reza: "¿Le gusta especialmente Wagner?". En 1877, el alemán sufrió una terrible humillación cuando su correspondencia con la modista Bertha Goldwag salió a la luz. Las cartas detallaban el gusto por la lencería y el frufrú de Wagner, apuntando a un posible fetiche sexual que ciertos autores han relacionado con el travestismo, dentro y fuera de su obra.
El 13 de febrero de 1933, medio siglo después de la muerte del compositor, Thomas Mann empezó un ciclo de conferencias tituladas Miseria y Grandeza de Richard Wagner. El escritor intentaba saldar cuentas con una obra que se empezaba a convertir en la banda sonora de los horrores del nazismo. Mann defendía la pureza romántica del alemán, definiéndole como un socialista utópico y arrebatándole de las garras del Tercer Reich. El Nobel llegó incluso a señalar "las coloristas vestimentas de satén" con las que componía, como parte de la sublimación de su música. Transformando el aparente vicio oculto en una virtud imprescindible para entender su verdadera intención.
Después de esta gira de conferencias Mann no pudo regresar a Alemania, buscando refugio en Suiza junto con su esposa Katia, reviviendo los personajes de su Montaña mágica y los pasajes de Davos mientras el Fafnir wagneriano se cernía sobre Berlín.
Wagnerismo
Alex Ross firmó en el año 2007 una de las obras más lucidas en lo que a música clásica se refiere. Con El ruido eterno logró obtener un estatus como crítico musical que le convierte en un escritor imprescindible. Wagnerismo no intenta dar una respuesta clara a ninguna de las preguntas que se han formulado durante siglo y medio sobre la controvertida figura de Richard Wagner, pero pone de manifiesto la profunda huella que la música del alemán ha tenido —y todavía tiene— en la cultura popular.
"La música de Wagner fue una experiencia trasformadora en su época, como lo serían los Beatles o Bob Dylan en los 60", explicaba su autor durante una rueda de prensa organizada por Seix Barral para los medios. "Creaba una sensación de cambio, de que realmente era posible transformar las cosas. Además, una música no estaba relegada solo a las altas esferas, era una música popular y llegaba a mucha gente distinta".
Ross intenta arrancar a la obra del compositor el epígrafe de nazi, sin obviar su pasado. "Definir a Wagner a través de Hitler es darle una victoria póstuma", comenta Ross sobre una música que ha tenido una importante impronta sobre la cinematografía. "Pasé un verano entero viendo películas, siguiendo el rastro de las bandas sonoras que usaban música de Wagner". El escritor apunta a la diversidad de géneros cinematográficos que utilizaban la obra del compositor, reutilizando motivos musicales o usando pasajes concretos, presentes en la memoria colectiva.
"La historia del wagnerismo es la de las ideas que salen del compositor, se reinterpretan y malinterpretan constantemente, tomando vida propia". Ross habla de una presencia ambigua, difícil de interpretar, lanzando la vieja cuestión: ¿qué deberíamos hacer con Wagner?