El regreso de ABBA se ha convertido en todo un fenómeno cultural, superior incluso a todo lo que el grupo puede ofrecer, una obra enteramente dedicada a sus fans. Una vuelta presagiada por la recuperación de su catálogo por milenials y zoomers por igual, adaptándolo a su propio lenguaje generacional. Más de una década antes, la más que exitosa adaptación cinematográfica de Mamma Mía generó un espacio aún más lucrativo económicamente para el regreso de una banda gigantesca.
Cuando se anunció Voyage —en medio de una mesiánica campaña de publicidad: "Comienza un nuevo viaje, acompáñanos", rezaba la cartelería— parecía que de la misma forma que todas las certezas del mundo se habían derrumbado en los últimos dos años de pandemia, algunas parecían volver a erigirse. Sin embargo, el amanecer que promete la portada del último disco del supergrupo sueco está envuelto en nubarrones, dejando entrever canciones sólidas, pero dejando un regusto amargo, quizás demasiado kitsch para esta década.
I still have faith in you y Don't shut me down, los dos primeros singles de Voyage, prometían un regreso medido hasta la saciedad, a la manera perfeccionista de toda su discografía. Años de trabajo invertidos en canciones que prometían los estribillos pegadizos y ritmos sincopados que hicieron del mono blanco y el difumino en pantalla toda una declaración de estilo. La primera de estas entregas como una balada alentadora, en crescendo y con un mensaje casi maternal, como si toda la gloria de los ABBA que fueron nos hablase directamente: "Todavía tengo fe en ti".
La segunda con un bajo sugerente, campanillas reforzando los versos y un estribillo acompañado por unas cuerdas que nos llevan directamente a 1976. Pero ahí está la trampa, seguimos en 2021 e incluso ABBA pretenden detener los estragos del tiempo ofreciendo un espectáculo de avatares virtuales que habría hecho las delicias de Dorian Grey.
El empaquetado se cae una vez que hurgamos más allá de sus dos singles. Más de lo mismo. Ritmos cuaternarios sincopados y sintetizadores aberrados, que intentan guiñar al EDM, pero se quedan inertes en un miércoles cualquiera de un chiringuito de la costa del sol. ABBA son esa banda de versiones, aburrida de tocar las mismas canciones de siempre, intentando reinventar su catálogo desde la repetición obsesiva.
La suerte de criogenización a la que han pretendido someter a su música acaba resultando desubicada. Keep an eye on Dan es el ejemplo perfecto de esto. Una melodía que nos recuerda a otro éxito, S.O.S, que brilla como una canción preciosista dentro de una segunda mitad del álbum aburrida. Un estribillo sólido pero plagado de detalles que resultan alejados tanto de las producciones de superéxitos pop actuales como de las canciones que hicieron de la banda un referente de musicalidad y composición. Incapaces de reconciliarse con el legado que ellos mismos inspiraron.
Cuando la música disco empezaba a gestarse en lugares como el neoyorquino Studio 54, quizás Estocolmo no parecía a priori una de sus mecas. Sin embargo, ABBA dejó en sus primeros años de carrera éxitos arrolladores que conformaron un sonido del que bebería la radio fórmula de toda la década de los 70. Era tal la perfección de los ingenieros y productores detrás de algunos de sus éxitos, que incluso Jimmy Page salivaba ante la perspectiva de grabar en Polar Music. Acabo ocurriendo, en 1979 año en que se gestó In through the out door en la capital sueca, el último disco de Led Zeppelin con Bonham entre sus filas.
La alargada sombra del grupo se proyectó sobre las siguientes décadas, recuperando elementos de su música para crear movimientos nuevos. Daft Punk, sin ir más lejos, fueron capaces de revitalizar un género considerado como anticuado a finales de los 90 con un lenguaje futurista, aunque tremendamente respetuoso con sus antecesores. ABBA trata de recuperar su legado, obviando la propia evolución de un estilo que ellos mismos cimentaron. El resultado está a medio camino entre un pasado glorioso, un disco de descartes de aspirantes a Eurovisión y canciones sorprendentemente sólidas, aunque escasas.
Con un año entero dedicado a dar conciertos en su propio estadio y con la mayoría de entradas vendidas, Voyage es solo un elemento más dentro de un regreso que es más grande que la propia música del grupo y que pertenece legítimamente a los fans. Nadie quiere saber lo que Agnetha, Björn, Benny Frida son capaces de hacer en 2021, quieren volver a 1982, el año del adiós del grupo y disfrutar de canciones que, incluso siendo nuevas, suenen exactamente igual que antes, aún sin la garra ni el esmero que hizo de la banda un fenómeno de masas.