En ese inmenso poder para crear imágenes sobre el pasado que tiene el cine, la figura de Alejandro Magno vive condicionada en la mente de mucha gente por la película de Oliver Stone de 2004. La cinta representa a un heroico y joven conquistador —interpretado por Colin Farrell—, a un confiado, inconformista y exitoso estratega militar que combate en primera línea y se convierte en el señor de gran parte del mundo conocido. Es la antítesis de su padre, Filipo II de Macedonia, un gobernante deforme, alcohólico, mujeriego e impulsivo, más preocupado por el placer carnal que por el destino de su reino.
Pero la historia siempre resulta mucho más compleja. Habitualmente se abordan las gestas bélicas de Alejandro Magno, que en un puñado de años conquistó Siria, Egipto, Asia Menor y el Imperio persa y llegó hasta la India, de forma independiente, como la irrupción de un personaje único, irrepetible, que modificó guiado por su genialidad mesiánica el transcurso de la historia de Grecia y del mundo en general. Sin embargo, en la mayoría de estos relatos, ya desde época antigua, se presta una atención insuficiente a Filipo, a pesar de ser el responsable de convertir a Macedonia en una potencia militar y económica en el siglo IV a.C.
Es decir, sin el progenitor no habría habido un vástago tan glorioso, y no solamente por cuestiones biológicas obvias. Esa es la tesis que defiende Adrian Goldsworthy en Filipo y Alejandro. Reyes y conquistadores (La Esfera de los Libros). El renombrado historiador británico, especializado en la Antigua Roma, traza en su nuevo ensayo una biografía conjunta de los dos hombres que crearon y lideraron una de las mejores fuerzas de combate de la historia, y que condujeron a un fracturado y atrasado reino griego a derrocar a la mayor superpotencia del momento.
"Es una historia única, no se puede entender realmente a Alejandro sin tener en cuenta lo que hizo su padre", explica el autor a este periódico. En su vibrante obra —Goldsworthy es un maestro de la historia narrativa— trata a ambas figuras con el mismo grado de detalle —al menos el que permiten las fuentes antiguas, más atraídas por el hijo que por el padre— para elaborar un lienzo complejo, contextualizado, y explicar los pilares sobre los que se sustentó la gloria alcanzada por Alejandro Magno. Entre ellos destaca la obsesión del conquistador por superar los logros en vida de su padre.
Uno de los principales empeños del historiador y biógrafo best seller de Julio César consiste precisamente en hacer justicia a Filipo, eclipsado por la magnitud de las empresas bélicas de su sucesor. "Se hizo cargo de un reino amenazado con la destrucción y luchó durante muchos años para sobrevivir, mientras que Alejandro heredó un reino fuerte, que ya dominaba el resto de Grecia, y tenía el mejor ejército que existía entonces. Estas tropas, dirigidas por hombres que Filipo había designado, conquistaron Persia luchando de la misma forma que lo habían hecho antes. Solo lentamente los militares más jóvenes seleccionados por Alejandro comenzaron a ocupar los puestos principales", detalla.
La conclusión de Goldsworthy es que ambos se merecen el título de "grande". Y eso que no son pocos los misterios que rodean sus vidas, como sus muertes en extrañas circunstancias —Filipo fue envenenado (¿por quién?) y Alejandro cayó víctima de una supuesta epidemia en 323 a.C., antes de cumplir los treinta y tres años—. "Desconocemos la mayoría de detalles personales y sus emociones. Apenas sobrevive nada en sus propias palabras y gran parte de lo que se escribió de ellos es mucho más tardío", lamenta el historiador. "Me gustaría saber más sobre Filipo y sus esposas, especialmente Olimpia, y la relación de Alejandro con su madre. También cuántos de los dichos que se le atribuyen al hijo, como que odiaba dormir y el sexo porque le recordaban que era mortal, son auténticos".
Alejandro y César
La corresponsabilidad del auge y los triunfos macedónicos no es el único propósito de este ensayo. Goldsworthy también hace hincapié en el legado de las conquistas de Alejandro Magno, como el terremoto geopolítico que provocó la caída del Imperio aqueménida o el sueño de los grandes militares de los siglos posteriores, especialmente los romanos, de igualar sus triunfos bélicos. Pero hay uno todavía más importante: la expansión hacia el este, al rebufo de sus campañas militares, del idioma y la cultura helénica. "Aunque la conexión es larga, por esto el Nuevo Testamento se escribió en griego", destaca el autor.
Para evidenciar la dimensión de lo que logró Alejandro Magno en el campo de batalla, Goldsworthy hace una reveladora comparación con los éxitos de Julio César, la única figura que estuvo cerca de igualarle: el entonces senador romano no fue nombrado gobernador de una de las provincias de Hispania, un puesto razonablemente prestigioso a esas alturas de su carrera, hasta los treinta y ocho años. Lo que hubiera sido capaz el líder griego de haber superado su enfermedad nadie lo podrá saber. Pero la pregunta estremece de por sí.
El historiador británico, autor de una exitosa biografía sobre Julio César también editada en español por La Esfera de los Libros, apunta que las principales diferencias entre ambos residen en su estilo de liderazgo: "Alejandro era el héroe, cargando al mando de sus soldados. Una vez empezaba la batalla, poco podía hacer para influir en el resultado más que dando ejemplo personal. César fue una especie de director, el elegido por los ciudadanos. Su trabajo consistía en liderar y aunque tomase riesgos no eran automáticamente parte de su trabajo".
Admirados muchos siglos después por otro genio militar como Napoleón, ambos generales compartieron muchas tácticas. "Eran muy agresivos, pero también se cuidaban de obtener todas las ventajas posibles antes de atacar. Una vez que lo hacían, no había vuelta atrás. Los dos estaban ansiosos por aprovechar una ventaja y perseguir a un enemigo que huía con la esperanza de no tener que luchar de nuevo. Fueron decisivos y desarrollaron la habilidad de encontrar soluciones sorprendentes cuando sus ejércitos estaba en problemas o en desventaja", asegura Goldsworthy.
¿Se puede concluir entonces que Alejandro Magno fue el mejor comandante de la historia? "Soy enemigo de los absolutos", responde el historiador. "Alejandro fue un gran general y enormemente exitoso, como César y Filipo. Lograron que sus hombres hicieran cosas que otros comandantes no pudieron: seguir luchando y —casi siempre— ganar. Si perdían una pequeña batalla, ganaban la guerra. Aun así, ¿cómo se mide la calidad de su liderazgo, sus ejércitos y sus oponentes? Hay que tener en cuenta cada situación y las culturas de los bandos enfrentados".