En 1983, Joan Miró creó el logotipo más conocido y longevo de este país: el de Turespaña, organismo responsable de todo lo concerniente al turismo. Ese sol amarillo, rojo y negro ha dado la vuelta al mundo varias veces y continúa siendo la imagen con la que España atrae a más de 75 millones de turistas al año. Cada vez más gente cree que son demasiados, entre ellos muchos artistas, que 34 años después dicen que el turismo ya no precisa imanes. “Se ha convertido en una industria que produce sin límite. Lo que necesita no es más promoción sino un modelo sostenible”, dice Domènec, artista que indaga en los conflictos de las ciudades.
Que los tiempos han cambiado lo refleja la historia familiar de Marina Planas. Su abuelo, Josep Planas Montanyà fue el fotógrafo del boom turístico en Palma de Mallorca, el primero en captar la isla desde el aire y enviar esas fotografías a todo el mundo, pues muchas las empleó como postales. Eso convirtió a Planas en el introductor en la isla de un modo de comunicación en el que lo importante es el lugar, no el contenido ni el emisor, pero dos generaciones después, su nieta expone su propia obra en Ciutat de vacances, una muestra que no quiere promocionar la isla sino indagar en las causas y las consecuencias del turismo actual.
Ciudad de vacaciones
Ciutat de vacances coge su título del anuncio de Marina d’Or y se podrá ver en Es Baluard (Palma de Mallorca) hasta el 22 de octubre. Se inauguró en versión reducida en la Bienal de Venecia y esa misma muestra aterrizará en el Ars Santa Mònica de Barcelona en el último trimestre de 2017. La de Mallorca irá al Museo de Arte Contemporáneo de Alicante. “Son ciudades que conocen las dos caras del turismo. Nos centramos en las urbes, pero en realidad, abordamos un fenómeno global porque mires donde mires, todo es turismo”, explica su comisaria, Nekane Aramburu a EL ESPAÑOL.
Los casos más conocidos son los de Venecia o Barcelona, también Berlín o Miami, pero incluso Dinamarca, un país con seis millones de habitantes recibe ya nueve millones de visitantes. Llegan, principalmente, en cruceros o para participar en conferencias porque viajar por trabajo también se cuenta ya entre los ingresos turísticos y según los últimos datos del Consejo Mundial del Viaje y el Turismo, uno de cada diez empleos en el mundo se da en este sector.
El turismo como conflicto
Souvenirs es la obra que Doménec expone en Es Baluard y en ella retuerce la función de las postales. “Siempre son brillantes, nunca muestran suciedad y nunca llueve, pero en las mías informo de las tensiones vividas en esos escenarios”. Un ejemplo es la que ilustra con una imagen de la Semana Trágica. “A finales del XIX, se empieza a fomentar la idea de una urbe acogedora y cosmopolita cuando en realidad ese es el momento en que Barcelona es conocida como la ciudad de las bombas”. Lo mismo hace con el Somorrostro, barrio de barracas donde hoy hay una playa con bares y restaurantes siempre abarrotados.
Para Domènec, la función del creador contemporáneo es ahondar donde hay problemas, algo que el turista y quien lo atrae intentan borrar de un plumazo. En ese sentido, Aramburu destaca un concepto interesante: deshistorizar, un proceso por el que la imagen promocional pasa de ser la de la payesa con elementos folclóricos a la de una piscina con cuerpos bronceados. “Si nos fijamos, podría ser cualquier lugar del mundo”, dice la comisaria en referencia a la estandarización que traído el turismo de masas.
La Historia como reclamo
En ocasiones, ocurre lo contrario y la Historia se convierte en reclamo para los visitantes. Esta misma semana, vecinos del barrio de El Carmel se manifestaron contra los problemas que ocasionan los visitantes en el Túnel de la Rovira. Allí, durante el franquismo e incluso después, hubo un barrio de barracas y los vecinos tuvieron que manifestarse para conseguir hasta los contenedores de basura.
Ahora se movilizan para que los dejen aparcar y no les llenen las calles de ruido y suciedad pues los turistas suben a visitar las baterías antiaéreas que hay en la zona y a ver la ciudad desde una situación privilegiada. Ambos reclamos se anuncian en la web de Turisme de Barcelona. “La gente va donde le dicen”, opina Domènec, alguien que conoce a fondo la imagen “ficticia” de las ciudades que ofrece el turismo.
Ciudades zombie
La idea de la ciudad como un espacio no real o decorado se repite en muchos artistas que exploran el fenómeno turístico. Lo analiza Irene Pittatore en Lavoratori del turismo, vídeo en el que explora cómo las condiciones de trabajo de los empleados del sector turístico en Venecia, ciudad tomada donde las haya. Otro es el del colectivo Idensitat, encabezado por Gaspar Maza y Ramon Parramon, que se fijan en lugares que bullen en verano y se quedan en letargo el resto del año. Lo llaman espacios zombies. “No están abandonados, son sitios que sufren las consecuencias de la temporalidad. En Mallorca son sitios como Magaluf y en Barcelona, el Fòrum, construcciones hechas para un fin concreto que van cambiando de uso”, explica Parramon a EL ESPAÑOL.
Los espacios zombies no están abandonados, son sitios que sufren las consecuencias de la temporalidad
“Son zonas de tensión para las que hemos creado un glosario al que le corresponden iconos con los que denunciamos las malas prácticas que se han cometido”. De este modo, sobre una fotografía del Besòs, zona colindante a Barcelona, se pueden ver marcas zombie como la que dice “Vísceras espaciales” y que hace referencia a “espacios desencajados, proyectos no finalizados, lugares abandonados, ruinas periféricas. Consecuencias de la pandemia”.
El lujo o cómo convertir lo público en privado
Pero el turismo no siempre convierte en multitudinarios espacios de uso ciudadano, también es capaz de convertir lo público en privado. Sucede cuando entra en el juego el sector del lujo. Eso es precisamente lo que explora Ana A. Ochoa en “Miami Beach -The Sun City”, una ciudad donde se han cerrado multitud de espacios para el goce exclusivo de quienes pueden pagarlos. Centrándose en la historia de un hotel, el Versailles, ha analizado la evolución del edificio y de la playa cercana, en la que se han construido viviendas de alto standing que han conformado un nuevo modelo económico y social.
El glosario zombie de Parramon diría que por Miami han pasado los "Mordedores”: “Agentes que modelan los espacios priorizando los beneficios. Surgen alrededor de la especulación, la corrupción u otras actividades extractoras.” En esos lugares, el precio de venta o alquiler de vivienda se sobredimensiona. Eso es gentrificación, la que convierte en lugar para pudientes lo que antes era un servicio o un derecho: véase el caso de la vivienda, pero también el de los mercados de abastos convertidos en conglomerados de tiendas gourmet.
La cultura, un buen disfraz
El turismo masivo empieza a generar problemas en todo el mundo occidental. En Nueva Orleans, tras el Katrina, las autoridades pensaron que atraer turistas podía ser una buena forma de levantar cabeza. Lo fue, pero ahora vecinos como los del Barrio Francés reclaman zonificación y restricciones de ruido que no llegan. Por eso, algunos políticos han visto en la cultura una manera más digna de fomentar el turismo.
No sólo Susana Díaz, cuyo único punto sobre Cultura en su candidatura a las primarias del PSOE fue presentar el patrimonio y los museos como un mero imán para el turista asiático que no precisa creación, educación ni inversión. En Nueva Orleans también se acaba de ver una muestra del buen disfraz que es la cultura para esta industria: el del Ogden Museum of Southern Art, que alberga obras de los Estados del Sur y que se ofrece desde mayo como un “espacio relativamente nuevo para el turismo y las artes escénicas”. Ese “relativamente” quiere decir que se abrió en 1999, pero es ahora cuando las autoridades lo han maquillado y resucitado con la intención de atraer turistas.
Artistas como Juan Aizpitarte creen que propuestas como la de Es Baluard pueden ser un revulsivo contra esas prácticas. “Que el turista llegue a Palma, la ciudad más gentrificada, y en el barrio más afectado se encuentre ‘Ciutat de vacances’ puede funcionar como un espejo. Y es posible que el turista tome conciencia”, cuenta el creador a EL ESPAÑOL.
El turista, verdugo y víctima
Otros, menos optimistas, optan por coaccionar al visitante. “Disfruta tus vacaciones en nuestras antiguas casas” o “Eres uno de los afortunados de la última generación que podrá disfrutar esta cultura” son frases irónicas e impotentes con las que se expresan vecinos de Venecia en carteles que pueden verse por la ciudad. También se encuentran en Barcelona: “Gaudí te odia” o “Turistas, volved a casa” son algunas. Esa rabia se aprecia en puntos tan dispares y distantes como Berlín o Tailandia, donde aún buscan a un turista que pateó una campana del templo budista Wat Phra That Doi Suthep.
Otro tipo de visitante que últimamente recibe la mirada burlona cuando no despreciativa de barceloneses o bilbaínos son los que viajan para celebrar sus despedidas de soltero, negocio que ha hecho proliferar los penes de plástico, los disfraces grotescos y empresas que operan en la economía sumergida. “La imagen que dan es como si hubieran mezclado varios relatos televisivos con ritos recuperados”, explica Aizpitarte que en “Edén” analiza las relaciones sociales que genera el turismo.
“Indagué en las etimologías de ‘turismo’ y encontré algo muy curioso en la palabra souvenir: viene de las representaciones religiosas que se adquirían al final de un viaje iniciático como Lourdes o La Meca”. Sus fotografías y vídeos poetizados reflejan esa luz que parecen ir buscando los turistas. “A veces es el sol, otras el láser de las discoteca… pero tienen mucho en común con los viajeros iniciáticos. Todos miran hacia arriba, no al frente, y hoy no buscan a dios, pero sí libertad, darse todos los placeres, romper la rutina y zambullirse en la ficción de que son libres”.
Un tema recurrente
Esa mirada sobre el turista como sujeto de estudio la ha hecho también en Barcelona Marc Javierre, fotógrafo y autor del libro Tourist Walk en el que puede verse toda la fealdad de la que es capaz el turismo en un solo escenario: La Rambla. Gente con sombreros mexicanos, gente medio en cueros, gente borracha y todos con la cámara de fotos a cuestas porque, como dice Aizpitarte, todos los turistas hacen los mismos gestos. “Y visitan los mismos sitios, se hacen fotos en el mismo lugar, visten igual”. Pero como los demás entrevistados, advierte: “No hablemos de ‘ellos’ y ‘nosotros’ pues el turismo nos afecta a todos y todos somos turistas”.
Tanto es así, que en la agenda cultural aparece el tema por todas partes. Por ejemplo, en el Festival de las Artes y el Diseño (FAD), que arranca el 26 de junio con el propósito de analizar la forma en que el diseño puede ayudar a conseguir un modelo turístico más sostenible. Días después la Filmoteca de Barcelona ofrece un ciclo titulado “Turismo. Sol y sexo” .
También “Madrid – Barcelona”, muestra inaugurada el 9 de junio en la galería La Fiambrera con obras de Roberto Maján y Sonia Pulido, da cuenta del fenómeno. La exposición trata la relación de amor-odio entre la capital y Barcelona, pero Pulido no deja escapar la ocasión para retratar la capital catalana como un lugar tomado por los turistas.
El turismo masivo merma la democracia
La tendencia toma fuerza, pero no es nueva. En 2004, la Fundació Tàpies acogía “Tour-ismos”, de Nuria Enguita, Jorge Luis Marzo y Montse Romaní, en la que se exploraba el fenómeno a la luz de la globalización y como un fenómeno político. Era la primera advertencia seria de lo que vendría y el subtítulo era elocuente: “La derrota de la disensión”. El año pasado, Antoni Muntadas estrenó “Protocolli Veneziani”, una deconstrucción de la imagen de Venecia tras convertirse en un producto vacacional tan exitoso que el próximo 18 de junio la ciudad celebra un referéndum para decidir cómo descongestionar el tráfico de cruceros de la laguna veneciana.
También el teatro se ha ocupado del tema. En 2015, Marc Caellas estrenó la obra de teatro “Guiris go home”, en la que no pedía echar a nadie, ni acabar con el turismo, pero ponía en duda qué tipo de beneficio aporta que alguien haga miles de kilómetros para comprar en una tienda de lujo de Paseo de Gracia a una “multinacional que explota a sus trabajadores”. La culpa no es sólo del guiri, venía a decir Caellas, sino del modelo.
El autor se inspiró en las ideas de Marina Garcés sobre el extractivismo, término que se aplica a sociedades en desarrollo y que hace referencia a un sistema colonizador que saca el máximo provecho, crea dependencia económica y no piensa en las consecuencias de su voracidad. Garcés aplica el modelo a Barcelona y cree que no sólo corroe la ciudad, también la democracia. “Es una industria que genera unos interlocutores privilegiados que arrebatan a los ciudadanos la decisión sobre las cosas que atañen a su ciudad”. No hay más que ver el parque de alquiler de vivienda en Barcelona, escaso y a precios imposibles para el autóctono.
El residente, expulsado
Nana Rebhan rodó un documental sobre la ciudad de Berlín: Welcome Goodbye en el que ponía de manifiesto el resquemor de los berlineses contra tanto visitante y, de paso, la xenofobia que hay tras algunos casos de rechazo al que viene de fuera aunque sea a gastar. En España, el celuloide ha encontrado material de primera para rodar materiales similares: El hombre que embotelló el sol de Óscar Bernácer narra cómo el alcalde de Benidorm de 1951 a 1967, Pedro Zaragoza, convirtió una ciudad de pescadores en la meca del turismo de las clases medias. Bye Bye Barcelona es otra cinta sobre el estado de la cuestión de Eduardo Chibás y Benidorm, Benidorm, una suerte de documental musical rodado por Aizpitarte.
El artista vasco entiende que haya ciudadanos que digan “basta”, que haya carteles que pidan al visitante que se largue o que apelen a su conciencia. “El residente se siente fuera de juego. Si observas al turista sin ser turista, te das cuenta de que están en una película de la que tú no participas. Sientes que te han echado”, cuenta el creador. El peligro, según lo ve él, es que puede llegar un momento en que en las ciudades no haya nadie que conserve memoria del lugar.
Que no parezca turismo
“Odiamos las rutas turísticas”, dice el lema de una empresa que organiza itinerarios por Lisboa, otra ciudad devorada. No es un error, saben de la mala prensa que está adquiriendo el turismo. Lo proponen es vivir como el autóctono, comer lo que come el lisboeta, hacer lo mismo. Pero no es más que un disfraz de no-turista que empiezan a adoptar las agencias de viajes. La publicidad también va por ese camino, pues ya ni las autoridades se atreven a pedirle nada al residente y lejos quedan campañas como la que en 2003 lanzó el Gobierno balear en plena implantación de la ecotasa: “El turista es un amigo, haz que vuelva”.
Todos los artistas preguntados saben que el turismo es una fuente de ingresos y ninguno pide su abolición, sólo un sistema justo, porque como indica el antropólogo Marc Morell, del grupo Turismografías, ya no se puede decir que genera riqueza sin esperar una réplica. La precariedad de los empleos en hoteles, barcos o bares o la no justificación de las autoridades sobre dónde va a parar los recaudado son brechas por donde se cuela la crítica al modelo actual.
En 1983, Tàpies, Dalí y Miró fueron tentados para crear el logotipo que debía atraer a los turistas hasta España. Miró aceptó el encargo muy honrado, algo que no harían hoy muchos de sus colegas. “Todo ha cambiado mucho para que yo hiciera algo así: ahora es el momento de que los artistas reflejen el turismo como lo que es, un conflicto”. Así opina Domènec y Parramon va en la misma línea: “Hoy hay que buscar un modelo sostenible de turismo, no hacer propaganda”.